Pues
así, de repente, no me parece nada fácil escribir algo sobre el horizonte. Pero todo será cosa de ponerme a ello. Y es
porque en realidad, el horizonte no existe. Es
solamente una sensación óptica que se aleja a medida que uno se acerca a
ella.
El
horizonte es una entelequia; una quimera. El horizonte solo es una palabra
bonita a la que los poetas le pueden sacar muy buen partido, porque ya de por
sí, la palabra es poética.
Y
suena poética, porque el horizonte casi
siempre roza el cielo. Es el lazo de unión de cualquier punto de la tierra con
el firmamento. En el horizonte, el azul
del mar se funde a lo lejos con el azul del cielo como dos monstruos que amándose, ocultaran
pudorosos su acoplamiento tras el tenue
tul de la bruma. Y en la tierra pasa lo mismo: Yo he visto el
horizonte en el desierto, y la única
diferencia encontrada es que el tul con que tapan el cielo y la tierra, en vez
de estar hecho de bruma, lo está hecho con calima.
Luego
hay otros horizontes más cercanos, como por ejemplo, aquí, en la sierra del
Escudo, que suele ocultar su unión con
el cielo tras una tenue neblina, cuando no es con densos nubarrones.
Los
días claros, muy claros y despejados, a lo mejor no hay neblina y mucho menos
nubarrones. Entonces las montañas se
muestran como si fueran de cartulina recortada con unas tijeras, y da la sensación de ser menos
horizonte.
Porque lo bonito del horizonte es eso, que
parezca horizonte. Y para eso, no hay como los horizontes lejanos. Con su
bruma, su calima, su niebla… Da lo mismo
que sea de día o sea de noche. Que el
cielo tenga sol o tenga estrellas. Lo importante es eso, que sea un horizonte
que esté allá, donde Cristo dio las tres voces.
Entonces sí parece horizonte, aunque tú sabes que es mentira, porque el
horizonte no existe. Y si no, haz la prueba: vete hasta allí, anda, y agarra
las estrellas con tu mano.
Mira,
hay veces que he buscado un horizonte muy cerca, muy cerca, y resulta una caca
de horizonte. Sí, mira, te pones en la falda de la loma de un prado, pones la
cara sobre la hierba, y mira hacia
arriba al final de la loma, y ves como esta se junta con el cielo. Oye, casi no
parece horizonte: cuatro margaritas y una cuantas hierbas tiesas, las ves al
trasluz tocando el cielo, pero como tú
sabes que es mentira, pues eso, que no te crees que aquello sea horizonte. Pero sí lo es, porque si no alcanzas a ver
más lejos, es que es horizonte. Y si lo
es, es porque el horizonte existe, que si no existiera tampoco lo podrías ver.
¿Entonces en qué
quedamos, el horizonte existe, o no…? ¡Jopé,
Foncho me metes en cada lio!
J. González ©
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