sábado, 23 de febrero de 2013

HORIZONTE

 
La fiesta familiar se desarrollaba con alegría en aquella casa solariega cerca del cielo, con unas vistas majestuosas. 
Ya el horizonte, al final de la tarde se veía rojizo y amarillento al ocultarse el sol esplendoroso en aquella tarde de otoño. ¡Qué bello atardecer! –dijo alguien. Todos volvieron la vista y quedaron prendados del momento mágico, y después, aplaudieron, cuando el sol siguió alumbrando otra parte de la tierra y así sería hasta que de nuevo apareciera por el otro horizonte; este mañanero de luces claras y suaves. 
Ya era hora de irse marchando. Besos y abrazos por doquier. 
Luis había llevado a su hijo pequeño para que viese a sus primos. Estaba pasando un mal trago con el divorcio que tenía en ciernes. Se estaba comportando como un necio, lo reconocía para sus adentros, pero no ante los demás. Acababa de beber tres whiskys seguidos. 
Su hermana María hacía rato que lo observaba y se acercó para decirle: "Luis, ¿Porqué no te quedas y sales mañana?" 
-¿Pero tú sabes lo que tengo que hacer mañana?, ¡No, no puedo! 
-Por favor, hazlo por el niño, reconoce que no estás en el mejor momento de coger elvolante. 
-Estate tranquila hermanita, no me pasa nada. Iré despacito; total no está tan lejos nuestra casa. ¡Pedrito, sube al coche que nos vamos! 
-¡Por favor Luis! 
-Adiós hermanita. 
Ya era noche cerrada, la luna muy menguada no ayudaba nada y bajar hasta el pueblo desde tanta altura, no se ponía nada fácil. 
-Voy bien, se decía. Pero eso no era verdad, el coche se le iba de vez en cuando hacia la izquierda. 
De pronto, en un cambio de rasante, unas luces que parecían de una verbena, le hicieron dar un tremendo volantazo, que le obligaron a salirse de la carretera. Ya solo escuchaba los gritos del niño. Todo era caos, giros y golpes contra piedras. De pronto chocaron con algo y el coche se paró en seco. 
 
Un hombre lo estaba mirando. -¡Ya vuelve en sí! –decía. 
-¡El niño! ¿qué le ha pasado al niño? -Su voz era un susurro… 
-Nada, el niño está bien. Menos mal que llevaba el cinturón de seguridad puesto. Asustado, muy asustado, eso sí que está. 
Habían salvado la vida, pero ahora se tendría que enfrentar al uniforme de policía que veía venir hacia él. Un horizonte un tanto incierto.
 
                                   Mª Eulalia Delgado González  © 
                                    Febrero 2013

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