La fiesta familiar se desarrollaba con alegría en aquella
casa solariega cerca del cielo, con unas vistas majestuosas.
Ya el horizonte, al final de
la tarde se veía rojizo y amarillento al ocultarse el sol esplendoroso en
aquella tarde de otoño. ¡Qué bello atardecer! –dijo alguien. Todos volvieron la
vista y quedaron prendados del momento mágico, y después, aplaudieron, cuando el
sol siguió alumbrando otra parte de la tierra y así sería hasta que de nuevo
apareciera por el otro horizonte; este mañanero de luces claras y suaves.
Ya era hora de irse marchando.
Besos y abrazos por doquier.
Luis había llevado a su hijo
pequeño para que viese a sus primos. Estaba pasando un mal trago con el
divorcio que tenía en ciernes. Se estaba comportando como un necio, lo
reconocía para sus adentros, pero no ante los demás. Acababa de beber tres
whiskys seguidos.
Su hermana María hacía rato
que lo observaba y se acercó para decirle: "Luis, ¿Porqué no te quedas y sales
mañana?"
-¿Pero tú sabes lo que tengo
que hacer mañana?, ¡No, no puedo!
-Por favor, hazlo por el niño,
reconoce que no estás en el mejor momento de coger elvolante.
-Estate tranquila hermanita,
no me pasa nada. Iré despacito; total no está tan lejos nuestra casa. ¡Pedrito,
sube al coche que nos vamos!
-¡Por favor Luis!
-Adiós hermanita.
Ya era noche cerrada, la luna
muy menguada no ayudaba nada y bajar hasta el pueblo desde tanta altura, no se
ponía nada fácil.
-Voy bien, se decía. Pero eso
no era verdad, el coche se le iba de vez en cuando hacia la izquierda.
De pronto, en un cambio de
rasante, unas luces que parecían de una verbena, le hicieron dar un tremendo
volantazo, que le obligaron a salirse de la carretera. Ya solo escuchaba los gritos
del niño. Todo era caos, giros y golpes contra piedras. De pronto chocaron con
algo y el coche se paró en seco.
Un hombre lo estaba mirando.
-¡Ya vuelve en sí! –decía.
-¡El niño! ¿qué le ha pasado al
niño? -Su voz era un susurro…
-Nada, el niño está bien.
Menos mal que llevaba el cinturón de seguridad puesto. Asustado, muy asustado,
eso sí que está.
Habían salvado la vida, pero
ahora se tendría que enfrentar al uniforme de policía que veía venir hacia él.
Un horizonte un tanto incierto.
Mª Eulalia Delgado González ©
Febrero
2013
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