CARTA A
MI MADRE
Mamá,
cada día que pasa, me parezco más a ti, aunque me cueste reconocerlo.
¿Recuerdas las pequeñas discusiones que teníamos casi a diario? No soportabas que después de utilizar el
lavabo, quedaran gotas de agua y me las hacías secar, yo no pasaba por eso...
pero también lo hago, no puedo ver las gotas en él, me he negado, pero mis
manos no obedecen al cerebro cojo la bayeta y ¡ris, ras! ni una gota ¿sabes lo
mejor? ¡Me quedo en la gloria!
¿Y la
guerra de los armarios ordenados? Cuando entraba en mi habitación ya te había dado la neura. Encima de mi cama
estaban todos los cajones volcados con ropa, según tú por ordenar, (para mí,
estaban perfectos). Y es que mamá, en esa etapa de mi adolescencia, (enfermedad
que se cura), te empeñabas en que nos llevásemos ¡mal , muy mal!
Lo
de las “gotitas” del lavabo, conseguido,
¡enhorabuena! pero los cajones y armarios... más bien no, soy un poco desastre,
pero tengo sentimiento de culpa cuando los veo a diario, con lo cual tú ganas siempre y voy y los ordeno.
Años
atrás, con la tabla del nueve, ¿ves? ahí si te portaste, la tenía atravesada, y
contigo, en una tarde, la aprendí,
gracias a tu paciencia, las cosas son así “al César lo que es del Cesar”.
Y
cuando había truenos yo los temía, me decías que los ángeles estaban jugando a
los bolos ¿a los bolos? ¡Ahí te pasaste tres pueblos! ¿Vale? yo miraba al
cielo, ya que es donde jugaban según tú, y pensaba que cualquier día a algún
ángel poco entrenado se le podría escapar una bola ¿y dónde caería?
Bueno ¿y lo de nuestra viejecita vecina Fidela sorda como una tapia al
preguntarte por qué no oía, tu respuesta fue que todos tenemos un caracolillo
dentro del oído y se le ha muerto por eso no oye. Me pasé no sé cuánto tiempo
mirándome al espejo angustiada, a ver si el “alíen “, o no se quien, sacaba los
cuernos de pronto, ya que si yo oía es que estaba vivo dentro de mi oreja.
Otra de al César lo que es del César, (para que no digas), cuando estaba
con anginas en cama, me iniciaste a la lectura comprándome libros inolvidables
como los de Los Hollister o Los Cinco, son recuerdos maravillosos, gracias a
ti.
Y cuando me llevabas al doctor Arízaga y decía la terrible “compota” . Compota, dale compota, ¡uaaaggg!
¿No os dabais cuenta que me ponía peor? Al llegar a casa compota para cenar, eso si sentada ante el
televisor viendo como el oso Yogui comía emparedados en el Parque de
Yellowstone, yo COMPOTA.
¿Qué he querido conseguir con estas letras? que sonrías y decirte que te
quiero mamá.
CARTA A MI HIJA
Respondiendo a lo primero, las “gotitas “ en el lavabo, es una herencia,
querida, tu abuela padecía de lo mismo y yo al igual que tú me revelaba , pero
es crónico en las mujeres de la familia .
¡Hombre gracias por lo de la tabla del nueve! a mí fue la del siete. En
cuanto a lo de los truenos ¿qué quieres que te diga? me lo tuve que inventar ya
que te metías en el baño y no había quien te sacara de allí.
Lo de Fidela, ¿cómo le explicas a una enana de cinco años la sordera?
eras muy, muy pesada con tus “porqués” , a lo mejor me pase, pero seguro que
nunca olvidaste que existe en nuestro oído el caracol, (sin cuernos, claro)
Ahora comprendo por qué tuviste una época en la que te ponías algodones en los
oídos... Perdona tesoro, lo dejo aquí por hoy, me acaba de llamar tu abuela
diciéndome que viene esta tarde de visita y tengo el tiempo justo para ordenar
los armarios .
Te quiere, tu madre .
Ana Pérez Urquiza ©
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