Les cogí “in fraganti” por el paseo de La Alameda. Les quedaría la duda de si les vi agarraditos
de la mano o de si el sol fue su aliado al darme de plano en la cara.
En los dos años de noviazgo que llevábamos, pocas veces vi a Nicolás con
la cara tan iluminada.
Pasaba de la parquedad a la devoción en cuanto
le permitía palpar mis senos. Concluía,
pues, que mientras hubiera besos atornillados;
masturbaciones rápidas –el tiempo alargado como chicle mientras
arrancaba la furgoneta del pan- nuestra
vida en pareja iría viento en popa. Ni
mi meliflua y querida gemela tendría nada que birlar con sus pechos tan desequilibrados. Así, pues, manipulaba yo mis cartas; poseía la llave maestra.
Guardaba mi padre, (como empecé yo a esconder mi odio), su navaja del ejército suizo: mediría no más
de diez centímetros; en su interior albergaba
toda clase de abridores, un par de tijeritas –con muelle incorporado-
berbiquíes en miniatura, todas ellas armas blancas de lo más útiles y
versátiles. La sacaba de su escondite
los domingos por la tarde y después de acariciarla se dedicaba a la fina
marquetería: esculpía soldaditos suizos.
Esperé a que comenzara a roncar, con la cabeza recostada en el recodo
del brazo izquierdo. Con la presteza de una malabarista la escondí en
el sujetador y corrí al cobertizo.
Desembalé el diario de mi gemela y con el bisturí de la tijera, abrí el
candado:
Sábado: 28 de mayo. “Hoy, por
fin, le he confesado a Nicolás que estoy embarazada” “Los segundos se han
vuelto minutos, pues su cara parecía una máscara de mimo” Luego, por fin, he sentido su mano izquierda
acariciándome el abdomen, como con vergüenza, por debajo de la mesa. Hemos salido del café sin demasiados
efluvios, algunas miradas furtivas y, con las manos unidas, pero temblorosas.
La vida en la masía continúa monótona por fuera. Padre ha salido a vigilar a las ovejas. Mi hermana gemela Mari y yo seguimos con la
tarea interminable de partir los leños.
La atmósfera es suave.
-No vayas tan rápido, Mari que te puedes hacer una avería.
- No vayas, tú, tan lenta; que a ese ritmo llegará el invierno y
tendremos la leñera vacía.
-Oye, Mari, por qué no jugamos como antaño a “Cobarditas”
-Oh, sí. Me encantaba aquel juego bárbaro Siempre salía airosa. ¿Te acuerdas. Mati?
- SÍ, pero no te fíes; no seas
temeraria, que pueden volver las tornas.
- Hagamos una prueba. Pongo yo el pulgar sobre el tocón y voy
contando hasta que caiga el filo.
- Vale, Mati, alza el hacha: uno,
dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete...
- Sigo pensando que has estado en
un tris. Ahora yo. Cuando
quieras Mari: uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho...
- Bueno, ahora en serio. Oye Mari, ¿por qué no jugamos el “AMOR DE
NICOLÁS”?
¿Qué, te has vuelto respetuosa,
trastocada del golpe?
-¿Te…
te has en… enterado de… de ello?
QUE COMIENCE
LA LID, entonces.
Mati aferra
sus manos al hacha
- Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis
-
Mari, desiste-
-
Siete, ocho
-
Mari, que te amputo la mano
-
Nueve, diez, on---
San Vicente de la
Barquera, a 3 de abril de 2013
Isabel
Bascaran ©
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