Tañeron las campanas,
las cinco de la tarde en eco de locura,
y el cielo resurgió
entre mis pestañas
y sobre las sábanas;
nublado.
Apenas respiraba en el temblor
de aquel febril instante;
la cama se inundaba de sudor,
me abrazaba malherida,
y no supe si fue ella quien tuvo escalofríos.
Sabía que me desangraba
en aquel sudor…
y con alguna lágrima.
Me sentía respirar cansadamente
en un silencio que crispaba mis oídos
y que ensordecía el tiempo,
y noté que mi sangre
circulaba por las venas torpemente…,
¡y me hizo daño!
La sentía llegar al corazón,
que es ya un reloj de torre antigua,
y noté su latir en campanadas
cansinas, seguidas
y a destiempo.
Se agolpaba la sangre espesa
entre las sienes
y la tarde febril ya me acechaba,
tenía pesadillas,
retumbaba el tañer de aquel reloj
en mi latir
y quise rehusar la vida
en los callados ruegos de mi boca…
Estaba cansada de luchar
desde esa habitación
en otra gran derrota,
y me di cuenta que vivía
porque de nuevo sonaron las campanas
a las siete de la tarde,
y rompieron mi silencio.
Ángeles Sánchez Gandarillas ©
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