sábado, 9 de noviembre de 2013

¡ H I E L O !



La boda había transcurrido hasta esos momentos, entrañable. Luís y Carmen se dieron el “SÍ QUIERO”  en la ermita junto al acantilado, llena de margaritas y rosas blancas. Lo peor, llegar hasta ella para las señoras con sus tacones de aguja entre los guijarros del camino, pero es que ellos, los protagonistas se habían conocido en una playa, así que la novia parecía un poco una sirena, con su vestido ceñido, su escote palabra de honor, su gran flor blanca a un lado de su melena larga y lisa y su collar de conchas de nácar. Pero en vez de cola de pez, el vestido se abría con otra cola, esta de pequeños volantes que arrastraba por el suelo.

El Restaurante, no podía ser de otra manera, también estaba junto al mar, sobre otro acantilado, desde donde habían contemplado muchas puestas de sol mezcladas son sus besos.

El banquete estaba tocando a su fin. La tarta había sido cortada y servida junto con el cava y era la hora de pedir “ALGO CON HIELO, CON MUCHO HIELO”. Las bandejas de los camareros iban dejando bebidas y más bebidas en vasos grandes y gordos o largos y finos, pero siempre con esos trozos de agua dura que derritiéndose poco a poco refrescaba la bebida mientras se alargaba la sobremesa.

Las dos parejas de amigos íntimos estaban enfrascados en una tertulia, recordando historias alegres de sus años de colegio y andanzas juveniles. De pronto Cesar se quedó absorto mirando el hielo de su vaso y dijo: -Acabo de ver por Internet un Outlook que me han enviado sobre los hielos del Ártico y me he quedado de piedra. Montañas y más montañas; praderas y más praderas, de un verde verdísimo que antes eran blancas blanquísimas. Parece ser que en 30 años se ha perdido en verano superficie de hielo como cinco veces España.

-Si, es tremendo ver que cada vez hay más inundaciones terribles al borde del mar. Ya hasta se están tomando medidas para salvar Venecia de una vez por todas de las cada vez más altas y frecuentes crecidas, pero ¿Cuántas Venecias hay? Se habían puesto transcendentes.

De pronto sonó la música. El baile comenzaba. Carmen se agarró la cola del vestido y tiró de su reciente marido para bailar su vals y así abrir la segunda etapa de la fiesta. Daba gusto ver a los tortolitos mirándose con arrobo y notando que en esos momentos el mundo de alrededor no existía para ellos.

La pista se fue animando, la música era alegre y los bailarines –muchos con su bebida en la mano- hacían piruetas y más piruetas.

-Bailamos? –Dijo Clémen a su marido.

-Por supuesto contestó Cesar agarrando su whisky.

Bailaban a lo suelto, de pronto vieron que a alguien se le caía un vaso al suelo, y los hielos corrían entre los cristales por la pista. Cesar cogió a su mujer para hacerse a un lado pero sintió un codazo y su bebida salió volando también y Clémen cayó al suelo. Pero por lo visto ya más gente había patinado y en un momento aquello se convirtió en una  pista de hielo. Los vestidos de fiesta todos pringosos, piernas y brazos mezclados, zapatos de tacón altísimos por el suelo, melenas desmelenadas, alguna que otra contusión y hasta  sangre por  haber caído sobre trozos de cristal cortantes  mientras que otros vasos se habían multiplicado en mil trocitos estallando. ¡Qué era aquello!.

Había niños pequeños que lloraban al ver a sus padres en el suelo, pero uno más travieso, cogió dos vasos con hielos de la mesa y los llevó corriendo a la pista de baile. Su padre estuvo “al quite” y lo cogió “al vuelo”

-¡Más hielo, más hielo! Decía. Consiguió cogerle los vasos, pero un empujón por detrás hizo que se desparramara la bebida. En ese momento los novios querían salir de la pista, pero patinaron y de pronto el vestido blanco de la novia y el negro del novio se movían como si nadasen, pero esta vez en vez de en el agua nadaban en hielo.  

Mª Eulalia Delgado González ©
Noviembre 2013

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