Sonó el
teléfono, cogió mamá, era mi vieja, que no anciana, (como ella dice) abuela:
-¿Si?
-!Hola, hija!, llamo para comunicaros que vuelvo a la casa
de campo, echo en falta el contacto con la naturaleza. Aquí, en la ciudad,
tengo la plaza enfrente de casa, oigo los pájaros, doy de comer a las palomas,
pero no es lo mismo hija, el aire no huele igual, y la televisión ha dicho que
viene buen tiempo y me ha animado a decidirme.
-Estupendo, -dijo mamá-, se lo diré a tu hijo.
-Venid cuando queráis, un beso a los cuatro.
-Otro para ti Mamen, cuídate.
Al volver del trabajo, mamá se lo comentó, le puso muy
contento:
-!Estupendo! iremos este fin de semana; desde hace tiempo
tengo ganas de reparar la casa de madera sobre la anciana encina de mi niñez
frente a la casa de mi madre.
El viernes por la tarde papá, comenzó a coger del garaje
como poseído, sierra de calar, taladro, lijadora, clavos, el equipo completo
para la casa del árbol. A mamá, todo esto le incomodaba pues en el maletero
faltaría espacio. Es de las de “porsiacasollevo”... otro pantalón, ¿dos? no,
tres jerseys, las botas marrones, ¿y las negras? bolso, pañuelo ¿y si llueve?
gabardina, gorro, ¿y qué llevo puesto?. Luego al ver el bulto de lo que
llevaba...
-!Fíjate Pablo, la que lías para un fin de semana!, tú vete
con lo puesto, al fin y al cabo solo necesitas el mono de trabajo azul. En
cambio, yo tengo que llevar lo mío y lo de los niños.
-Sí querida tienes razón, pero tú con cualquier cosa que te
pongas... -(tomándole de la barbilla y dándole un beso).
Ahí, papá ganó por goleada y espacio en el maletero ya que
mamá sacó algunas cosillas del mismo. Cuando llegamos, nos recibió la abuela y
¡sorpresa! Marta, la prima de papá, su marido y su hijo Tito de Eladito, pero
sin hache, es seis meses mayor que el okupa, pelirrojo, pecoso y retaco, como
su madre. Sin salir del coche, mamá comentó entre dientes:
-Fíjate Pablo, cómo está tu prima vestida, ¿no te parece un
árbol de Navidad, dónde piensa que va?, ¡por dios que estamos en el campo!
tenía que haberme traído la chaqueta austriaca, pero claro, no había espacio en
el maletero según tu, así cabían tus cositas, y los niños y yo sin ropa que
ponernos.
-!Sorpresa!, -dijo la
prima Marta, mostrando una amplia y blanca sonrisa.
-Y tanto, -respondió mamá con ironía, enseñando sus dientes
aún más blancos-. ¿Os ibais ya ¿ ¡Qué pena!
-¿Irnos?, nos quedamos el fin de semana, ¿no es fantástico?
-Si, qué bien, -fingió, apeándose del coche-. ¿Te encuentras
bien Marta?
-Muy bien, ¿por qué?
-No sé, te encuentro
algo más rellenita, como hinchada, ¿estás embarazada, querida Marta?
-!No por favor!, con nuestro Tito, tenemos bastante, no
somos tan prolíficos como vosotros, querida. -(y se dieron dos besos de
compromiso). En eso estuve de acuerdo con Marta, dos son multitud.
La abuela se excedió en cocinar, como siempre, estaba
contenta de tenernos allí. Cenamos, en una mesita aparte, Guillermo, Eladito
sin hache y yo, soportando sus guarrerías. Okupa, haciendo gárgaras con el
agua, Tito, riéndole las gracias fingiendo repugnantes eructos y ambos, con la
boca abierta, mostrando lo que engullían. Por la mañana, desperté tarde tras la
velada con los trogloditas, miré por la ventana, papá, estaba en la casita de
la anciana encina, con su mono de trabajo azul, muy atareado martilleando y
haciendo taladros, estaba casi lista.
Nos reunimos a la hora de comer, el marido de Marta, estaba
haciendo barbacoa, que según ella era un experto y según mamá, un experto en
achicharrarla. Los niños no estaban, ella aún se encontraba en su habitación
frente al espejo, su enemigo, conjuntando la poca ropa, según ella, que había
traído para poder competir con Marta.
Ya estábamos todos sentados a la mesa excepto los niños.
Marta al ver a mamá, dijo:
-!Qué chaleco más mono llevas querida, puesto en ti parece
de marca!
A mi madre se le encresparon las cejas y las pestañas y
entrando al quite dijo papá:
-¿Un vinito señoras?
En esta fuerte tensión, oímos un ¡Ay! y al rato, otro ¡Ay!,
venían de la casa del árbol. Subimos corriendo por las escaleras recién
reparadas por mi padre. Mi hermano y Tito, sentados en el suelo, okupa martillo
en mano, al vernos dijo:
-!Mira, mira, a Tito cada ves que le doy en la cabesa con el
martillo, abe la boca y dise ¡Ay, mira!, y le atizó un martillazo, -y sí, sí,
Tito dijo, ¡Ay! Papá, corrió para confiscarle el arma, y zarandeándole del
brazo, le dijo:
-!Guillermo! ¿qué haces?
Marta se enfadó con mis padres, la carne de la barbacoa se
chamuscó más de lo habitual, la abuela, sofocando las llamas con el extintor en mano,
decía:
-!No os vayáis, termino enseguida!
Marta, cogió en brazos a su Eladito sin hache y antes de
llevarlo a Urgencias, ya que es una exagerada, dijo:
-Tenéis, tenéis, el hijo que os merecéis, habrase visto cosa
igual, que diferente a Cris! –(eso, eso Marta, dales caña, y pensé, que esta
Marta, cada vez me cae mejor).
La abuela estaba aun con el extintor en la mano, el cabello
lleno de cenizas que parecían mechas y hasta iba favorecida, les despidió con
la otra mano que le quedaba libre, diciendo:
-!Volved, volved el próximo fin de semana!, ¿a qué lo hemos
pasado bien?, los niños son la alegría de este mundo, ha sido cosas de niños.
-Abuela, -(le pregunté)-, ¿lo dices en serio, te va la
marcha verdad?
Mi moraleja, okupa más Eladito sin hache... ¡“ME DOY EN
ADOPCIÓN”!
Ana
Pérez Urquiza ©
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