Me pidió, por favor,
que la acercara al ambulatorio. Levanté
el apósito de la espinilla derecha. No
eran arañazos, vi el desgarro en la carne, vileza de los incisivos gatunos.
Dos enfermeros con dentaduras perfectas, le desearon un
“Buen Finde” al serio ATS que les relevaba.
Éste se acercó a la paciente, observó la herida, la desinfectó con
Betadine, le aplicó una tupida gasa y la sujetó con esparadrapo.
El domingo, caminé hasta la casucha de Emilia. Ella se movía con mucha dificultad. El parche era un globo. Arranqué una
punta del esparadrapo con vello hirsuto y todo: era el morro del gato
mofándose, los mofletes brillantes morados, llenos de pus. Esta vez, la llevé al hospital -el joven, después de dos días de guardia, no
atinaría ni con el instrumental adecuado-
donde la atendieron con eficiencia: antitetánica, antibióticos… Un enfermero pasaría a hacerle la cura durante los ocho días siguientes. A medida que el volcán iba expulsando la lava,
Emilia iba despegándose de la fiebre; sin embargo, el enfermero no se mostraba
muy satisfecho con el aspecto de la cicatriz.
Emilia no quiso someterse a una intervención quirúrgica alegando que ya
era muy anciana para andar con tales excentricidades.
-Emilia: debe sacrificar a este asesino. He leído que los gatos observan de forma
obstinada y maligna las piernas de las personas, por un instinto depredador que
conservan. -Ella movía la cabeza.
Llevaba yo varios
años veraneando en Hondarribia. El
primer día que me acerqué al malecón, a eso de las dos de la tarde, tuve que
pararme en seco y agachada intentaba cubrir mis piernas. El olor que llegaba del sur, hizo que cientos
de gatos callejeros emergieran por doquier de entre las grietas de las rocas,
con Miaús acres por aquí. Miaús
desafinados por allí, Miaús estridentes por todos los lados…La anciana con dos
bolsas iba llamándoles al almuerzo, con dulzura: “hola Micifú, hola Mimi, hola
Marrau, hola Miaú…bonita Chiqui…
Mi último verano, en
la preciosa ciudad. fue hace unos
veinticinco años. El mercurio señalaba
muchos grados a pesar de ser las ocho de la mañana. Me acerqué al mercado y fui preguntando por
la amante de los gatos en las distintas pescaderías. Por fin, di con su proveedor principal:
-La pobre murió
sola, entre dentaduras, rabos desollados, vísceras y alfombrillas de piel de
gato.
Hacia las seis de la tarde, irrumpió una galerna
devastadora. El viento absorbía y
pilotaba en volandas: sombrillas, sillas plegables, toallas voladoras…
En cuclillas, los brazos cual garfios aferrados sobre mis
hijos, gateamos hasta vernos fuera de la playa.
El mar furibundo en sus ansias de exterminio, saltó sobre el malecón
y penetró en las galerías rocosas… e hizo justicia a la anciana.
San
Vicente de la Barquera, 2014-02-01
Isabel Bascaran ©
No hay comentarios:
Publicar un comentario