sábado, 1 de marzo de 2014

EL REGRESO



                                                       

Salvattore Di Cannio  sobresalía por sus aptitudes mentales así como por sus cualidades personales.  Desde que era un bambino, le encantaban las Matemáticas, la Dialéctica, la expresión Artística… Poseía una memoria fotográfica y un trato apacible.  Sus maestros le apreciaban porque, además, era el Salomón de las peleas.  Sus hermanos eran camorristas por naturaleza, siempre andaban a la gresca con los miembros de otros clanes, y muy dados a los golpes bajos.  Antes de que los educadores se pusieran en contacto con  Don Salvattore,  su hijo Salvattore junior propinaba unos derechazos a sus congéneres, y susurraba “perdón” a los hijos de otras familias mafiosas.

Durante los años de instituto fue cuando el Don Salvattore, el Consiglieri,  -el consejero- y el Avvocato, en un triángulo cerrado, decidieron que el  puesto de sottocapo  -sustituto de Don-  lo ocuparía Salvattore junior.

El 13 de marzo de 1946, Salvatorre Di Cannio recibió una carta de su hermano Silvester Di Cannio desde New York: su Sottocapo o subboss había sido asesinado en un ajuste de cuentas y necesitaba urgentemente a Salvatore junior para ocupar su lugar, así como para restituir la famar y fortalecer la economía maltrecha.

Salvattore junior pudo despedirse de su novia Carlotta  Papalopus en la casita del árbol, de su padre Marcelo.  Las velas extendían una luz tenue desde la alfombra roja  hasta el techo.  Salvattore y Carlotta se entregaron al amor tanto tiempo esperado.  Las caricias y besos húmedos se extendieron sobre cada poro de sus cuerpos.  La melena azabache y ajazminado de ella iba soplando, cual brisa, sobre  el sudor de su amor.  Sus lenguas iban  enrollándose cual víboras constrictoras.  Los ronroneos, los jadeos, los ayes se entrecortaban.  Los roces, las contorsiones les llevaron a una unión perfecta.  No se percataron de los flashes que entraban de entre las tablas de las maderas.  Tampoco sintieron las patitas de la araña que recorrió sus cuerpos pletóricos.

Su padre le encontró vestido aún con la piel de Carlotta.  Le ofreció un café y un pasaje en el ferry “Sicilia”.  Quería que su hijo gozara de unas semanas de asueto y total libertad antes de retomar sus estudios, y, sobre todo, de hacerse cargo de su escalafón en  la Cosa Nostra.

Cada mañana, se ataba el arnés de su arma y en un auto blindado acudía a una universidad privada.  Como alumno modélico, en dos años llevó a cabo los estudios de Ciencias Exactas y los de Clásicas.  

Los plantíos de cítricos, con los injertos más novedosos fueron dando esplendor a sus frutales.  La economía abrió nuevos mercados –en parte también, a los fajos de billetes que llegaban del Cappi di tutti capi – Salvattore.  La fama del clan Silvester Di Cannio se espumó en parte por el parné pero, sobre todo, porque, en su día, no tomaron la justicia por su mano por la muerte del  subboss Silvester junior. 
 
El porte galante, la faz antaño galante se cubrió de una careta inexpresiva.  Aunque las pequeñas luchas callejeras, los robos de pequeño calibre eran resueltos  por el  Capo regime  -capitán al mando de numerosos soldados;- los casos de asesinatos eran atajados por el Boss, el Subboss y el Consiglieri.  Los  Dons menos sanguinarios eran obligados a confesar los crímenes y luego encarcelados.  Sus familias pasaban a la tutela  de Silvester Di Cannio, Salvattores Di Cannio y el Consiglieri.  Todas las familias de la Cosa Nostra estaban dispuestas a preparar miembros duros, valientes, leales para lanzarse como “quebrantahuesos” sobre los clanes más débiles.

Con una economía boyante y los clanes equilibrados en su poder,  Salvattore junior pudo hacer  sus maletas.  Con dos billetes,  uno de tren y otro de avión  para despistar a los de la Cosa Nostra llegó a su casa en Sicilia.  Sólo recibió el abrazo de Consiglieri y, así con el brazo del anciano sobre su hombro, se dirigió a la cámara de Don Salvattore -  ahora Capi di tutti capi.  Le había dado un Ictus y estaba catatónico.y,  tuvo que cambiar la máscara inexpresiva por otra lúgubre.


El día de su boda, le nombraron Don.  Su bella desposada, era siciliana y desempeñaba el cargo de Sottocapo.  Era una unión perfecta que alejaría a todos los carroñeros.  El anciano Don Papalopus  -empalagoso y resentido hasta la médula,  guardaba el rollo fotográfico en el bolsillo interior de su chaqueta-   convidó a los novios a su mansión y él mismo dio las directrices para adornar la cámara nupcial: Velas suaves, pilares de Carrara,  sedas, organdíes, bordados; pétalos de rosas rojas sobre ellos, champán francés en la cubitera.
Salvattore se despojó de su careta funeraria y se entregó a su amada en cuerpo y alma.  Su brazo derecho de almohada bajo la bella cabeza. 

Su escultural cara yacía inerte sobre su bíceps  El reloj señalaba las cinco de la madrugada.


Se vistió de negro, como la careta.  Llegó a la habitación de Papalopus.  El bebé se despertó al cosquilleo de las patas peludas de la tarántula;  la boca de la pistola en la sien, despertó al Don Papalopus.  Las carnes emergieron., explotaron  Los ojos eran péndulos horrorizados, viscosos de delante a  izquierda, de izquierda…  
                                                     
      San Vicente de la Barquera, a 24 de febrero de 2014
                      Isabel Bascaran ©

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