sábado, 1 de marzo de 2014

EL REGRESO



Me hallaba dolorido en el Aeropuerto. Miré el RELOJ, dentro de tres horas estaría en CASA.

¡Me parecía increíble! De qué manera tan tonta, (casi siempre las cosas ocurren así). Mi sueño de ganar Pódiun en los “Juegos Olímpicos de Invierno” se esfumó. Bajaba bien en el “Slalon Gigante”; mi cuerpo se concentraba para no perder la “posición huevo” y puedo asegurar que lo había conseguido, hasta que cerca de la meta, en un viraje sentí un dolor agudo en la rodilla derecha, mi pierna no me respondió, salí despedido hasta darme de bruces contra la empalizada y quedar conmocionado.

Lo que vino después fue todo como entre nebulosas: gente, camilla, ambulancia, hospital… Después mi móvil no paraba de sonar. Mis padres, hemanos, amigos y mi querida Sílvia. Todos pensando en la distancia si no se habrían quedado sin mí, al verlo todo por televisión.

Me acordé de ella, del último día en que estuvimos juntos, de cómo me deseó suerte entre besos y arrumacos debajo de aquel ARBOL, y de cómo me dijo entre risas.- ¡No te muevas! Sacó su móvil y me hizo una fotografía. Del árbol bajaba una ARAÑA gorda y negra y justo la tenía encima de mi cabeza colgando del hilo brillante a la luz del sol.

Miré por el ventanal, mi AVIÓN se acercaba para posicionarse. Cojo mis muletas; de momento no me dejaban los médicos pisar y me puse a la cola.

Me había tocado ventanilla, y pude ver como el paisaje se iba difuminando al ir tomando altura hasta no ver más que nubes y más nubes. Eran blancas, muy blancas, se asemejaban a montículos nevados, no parecía que estuviésemos en el aire.

Me quedé adormilado, hasta que nos dijeron que en unos minutos tomaríamos tierra. Ya estábamos cerca del Aeropuerto. Los montes y las praderas con sus casas diseminadas parecían un nacimiento, todo de un verde esmeralda y el tiempo lúcido y con un sol esplendoroso. Solo que el avión comenzó a traquetear al perder altura. Era el viento sur y aquello se ponía un tanto peliagudo para aterrizar.

Miré por la ventanilla, los BARCOS en el Puerto se veían cada vez más cerca. Todos en el avión conteníamos la respiración. Al fin sentimos las ruedas en la pista de aterrizaje e irrumpimos en aplausos sinceros.

Allí estaban todos esperándome. Silvia, tan impulsiva ella, se abalanzó sobre mí sin casi darse cuenta de que con las muletas mi estabilidad peligraba tanto como el avión que acababa de dejar.

De vuelta a casa, el coche paró en un paso a nivel y un TREN azul y color crema largo y precioso tardó en pasar; era el famoso Transcantábrico. Silvia y yo nos miramos. ¿Algún día podríamos hacer un viajecito en el?

María Eulalia Delgado Gonzalez ©
Febrero 2014

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