sábado, 31 de mayo de 2014

LA ESPERANZA








Palabras.- ocaso, marejada, tinta, blanco, suspiro.

“Soy el dulce consuelo del que sufre”. En eso pensaba Gregorio, recordando alguna estrofa de algún verso leído sobre la Esperanza; y como dice el refrán “es lo último que se pierde”, y así tenía que ser. Su mujer Lucía se debatía en la cama del Hospital entre la vida y la muerte. El día había sido duro, pero ya en el *ocaso estaba sumida en apacible sueño, gracias al arsenal de medicinas  prescritas por los médicos y que las abnegadas enfermeras consiguieron hacérselas tomar.

Pensó aprovechar esos momentos para tomar un poco el aire y salir a pasear. Cogió el coche y se acercó hasta el paseo que bordeaba la playa. Ya todo estaba iluminado, y tampoco quedaban muchos transeúntes. Miró al mar; el ruido monótono de las olas agitadas denotaban una buena *marejada, y paseó un rato entre los tamarindos.

La noche estaba serena y no hacía frío. Se sentó en un banco decidido a sumergirse en pensamientos maravillosos vividos, viéndola llena de vitalidad. ¡Cuántos paseos y besos llenos de pasión se habían dado por estos mismos sitios! ¡Cuántas veces había notado en sus ojos la pena de separaciones y sin embargo sonreía cuando quizás lo que quería era gritar! También recordaba sus lágrimas, estas de felicidad cuando tenía entre sus brazos a los bebés y estos decían o hacían algo nuevo y gracioso. A veces reía, pero con una risa nerviosa, de no saberse segura y entonces se refugiaba en mí.

Sacó de su bolsillo una  pequeña libreta, se sentía inspirado para regalarla un pequeño verso de amor. Cuando cogió la estilográfica, notó que la *tinta le manchaba la mano; se limpió como pudo con un clínex y desistió.

Entró en una cafetería casi desierta. Pidió un whisky con tónica y se dedicó a ver un rato la televisión. Pensó en volver al Hospital. Cogió de nuevo el coche. Iba lento, por un lado quería estar con ella, por otro, los días se hacían tan tediosos y angustiosos que quería salir corriendo, llevársela como si nada estuviese sucediendo, pero la realidad era cruel.

A esas horas, ya todo estaba en silencio, apenas alguna enfermera saliendo o entrando con sigilo de alguna habitación. Empujó la puerta; allí seguía dormida. Entre el *blanco de las sábanas parecía casi una niña. Me quedé mirándola arrobado y pidiendo a Dios que no se la llevase. Todavía tenían mucho tiempo… ¡mucho tiempo…! Soñaba, vi una leve sonrisa y un *suspiro se escapó de entre sus trémulos labios sonrosados y yo quedé confiando.

                                 Mª Eulalia Delgado González ©
                                        Mayo 2014

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