sábado, 28 de junio de 2014

LA DESPEDIDA






                        Yo, *a Dios le pido
                        Que si me muero sea de amor
                        Y si me enamoro sea de vos
                        Y que de tu voz sea este corazón…

Alicia canturreaba la canción tan famosa de “Juanes” entre *lágrimas en la Estación de Esquí donde había pasado el invierno como monitora. El refugio languidecía. Ya los rayos del sol eran demasiado intensos y la nieve casi se había desvanecido de las montañas; solo las cumbres guardaban reservas blancas para que el caudal de los ríos en verano sirviesen para saciar la sed de todos y sobremanera para la fauna que más abajo se escondía entre los bosques de hayedos y para que las truchas, barbos y demás peces se pudiesen resguardar entre los peñascos  en los remansos a la sombra de los árboles; y para que fuese una delicia tumbarse en la blanda hierba escuchando su sonido cantarín bajando raudo entre las piedras.

Ya se había acabado el burbujeante bullicio de tantos jóvenes y no tan jóvenes. De familias con sus hijos; le hacía mucha gracia ver a los más chiquitines trepando increíblemente con los esquís por los montículos como si tuviesen alas.

Se puso en un vaso tubo un refresco y se sentó en un butacón frente al ventanal. Desde allí se contemplaba gran parte de la Estación resguardada por las cumbres más altas. Puso sus pies en alto, se soltó su larga melena de color castaño casi siempre recogida en una cola de caballo para que no la molestase, sobre todo para trabajar. A sus veinte años, podía decir que la vida no la trataba tan mal como a otros jóvenes de su edad; pero ahora su *ser necesitaba seguir comiendo y tenía que buscar un trabajo para el verano.

Se encandiló pensando en, su amor? No sabía muy bien lo que eran Juan y ella. Se gustaban, y era verdad que todos los fines de semana había subido a verla, y aunque lo más importante era que se sentían a gusto, y de momento parecían entenderse, no era *igual; procuraban ser delicados el uno con el otro, pero existían diferencias. El transcurrir del tiempo diría la última palabra. Juan siempre decía que iba con la *verdad por delante, mientras que Alicia pensaba más las cosas, las estrujaba, les daba la vuelta y las analizaba antes de soltarlas al aire.

Con tanto pensamiento, la tarde fue pasando y el sol por fin se esfumó al otro lado de las montañas, dejando un reflejo rojizo y la penumbra lo invadió todo. Alicia se levantó y encendió una lamparita en un rincón de la estancia. Tenía hambre, se hizo un sanwich, y con dos yogures que la quedaban le sirvió de cena.
¡Mañana!, sería mañana y la maleta todavía sin hacer…

                  Mª Eulalia Delgado González ©
                           Junio 2014

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