sábado, 28 de junio de 2014

LA DESPEDIDA




Me queda poco tiempo y, aunque sólo sea por mantenerme ocupado para calmar mis nervios, he decidido escribir unas líneas de despedida. No sé bien de quién me despido, porque no tengo familia, ni amigos; así que a lo mejor sólo me despido de mí mismo. ¡Qué más da! ¡Como si nadie lee mi despedida! Me da igual. Dentro de un par de días, ¡quién se acordará de que he existido! Soy un don nadie, un cero a la izquierda, un desgraciado.



No sé para qué tuve que venir a este mundo. He pasado por él sin pena ni gloria. He crecido, he holgazaneado, he comido, me he reproducido y poco más. Ni se puede decir que haya hecho una buena obra ni una mala. Simplemente he estado de paso, sin dejar huella. Eso sí: yo creía que nunca había hecho mal a nadie. Pero me habré equivocado, porque, ya veis, sin comerlo ni beberlo, sin saber por qué, aquí estoy yo, como si nada, contando los minutos que me quedan. Al principio, pensé que se trataba sólo de una pesadilla; que en cualquier momento me iba a despertar y todo seguiría igual. Cuando vi que no, que estaba despierto, y tomé consciencia de mi verdadera situación, creí que debía de tratarse de un macabro error; que cómo me iba a pasar esto a mí que nunca he matado una mosca. Después me fue asaltando la cruda realidad: nada de error; la humanidad es simplemente injusta, necesita sangre. Da lo mismo que tengas culpa o no: un día a alguien se le cruzan los cables y te encuentras con que te ha tocado el mal número. Y no hay nada que hacer, no hay defensa posible, inútil todo pataleo. Lo mejor es lo que he hecho yo: resignarme a mi destino y enfrentarme a él con entereza. Al menos, no darles el gustazo de verme suplicar por mi vida. ¿Quieren arrebatármela? ¡Adelante, valientes! ¡Tomad mi vida en vuestras manos asesinas y disfrutad del espectáculo! Lo he decidido: me iré con dignidad. Ni lágrimas, ni súplicas. Con la cabeza bien alta.



En estos últimos momentos, uno recuerda toda su vida como si fuera una película pasada a cámara rápida. Las imágenes se suceden atropelladamente y hasta se solapan las unas con las otras. Tuve una infancia feliz, sin preocupaciones. Me veo jugueteando por la hierba con mis amiguetes, sin nada mejor que hacer que disfrutar del sol y dejar que la vida fuera un regalo cada día. Me veo, ya más crecidito, siempre rodeado de esas hembritas que iban creciendo conmigo y que cada día me gustaban más. La verdad, siempre me trajo de cabeza el sexo opuesto: apenas tuve uso de razón, ya corría tras ellas por todas partes y las cabreaba todo el día con mis acosos. Alguna vez me llevaba algún guantazo, pero que me quiten lo bailado. ¡Qué recuerdos!



Trabajar, trabajar, lo que se dice trabajar, pues no, ¡para qué os voy a engañar! No he dado golpe en toda mi vida. He sido un vago. Pero yo no tengo la culpa de eso. ¡Qué culpa iba a tener si me lo daban todo! Yo me despertaba por la mañana y, si tenía hambre, comía; si tenía sed, bebía; y si tenía sueño, pues me tumbaba al sol y a dormir. Todo me daba igual. A mí nadie me pidió nada a cambio por lo que me daban, así que nadie me puede reprochar nada. A lo mejor es que me tienen envidia, porque otros tienen que trabajar mucho para obtener lo que yo siempre he disfrutado gratis. La gente es muy envidiosa y lleva mal eso de ver a otros disfrutar de cosas que ellos no tienen. Quizá sea por eso que me han buscado la ruina.



Me van a matar. No puedo hacer nada por evitarlo. Sé que será rápido, pero estoy cagado de miedo. ¡Qué le voy a hacer, no soy un héroe! No sé si mi verdugo será un hombre o una mujer. El resultado va a ser el mismo, pero, puestos a elegir, creo que preferiría un hombre. Las mujeres son más sádicas e igual les da por recrearse con la faena. Los hombres, en cambio, van más a quitarse el muerto de encima ―¡qué desafortunada metáfora me ha salido, será posible!― y, en un visto y no visto, te despachan y listo. De todas formas, no sé por qué me caliento la cabeza con estas disquisiciones, porque tampoco me van a dejar elegir, ¿verdad?



En el último momento creo que pensaré en algo bonito. No sé, ¿en qué podría pensar uno en un momento así?... En un paseo por el bosque… No, ya sé: pensaré en un atardecer cuando hacía el amor sobre la hierba, junto al riachuelo,  a la puesta del sol. ¡Qué felicidad! Ese puede ser un buen pensamiento para una ocasión tan importante. La brisa movía las ramas de los árboles produciendo esa música tan especial que sólo se oye en los bosques. Y el susurro del arroyo le daba un toque de paz a todo el conjunto y parecía que estuvieras en el cielo.



¡Qué digo, en el cielo, si yo no creo en eso! ¡Menuda injusticia se está cometiendo conmigo como para que crea yo en cielos y mandangas! De hecho, si estuviera en mis manos, suprimiría todas las religiones. Y sobre todo, esas absurdas celebraciones donde la gente no hace más que comer y comer como cerdos. Lo primero que me cargaría, sin la menor duda, es la Navidad. No la soporto; la odio con todas mis fuerzas.



Bueno, ya oigo pasos, así que vienen a por mí. Son cortos y diría que son de mujer, ¡hasta en eso tengo mala suerte! Ahora sí he de despedirme. ¡Ay, madre mía, que canguelis! Menos mal que esto de que te ejecuten sólo pasa una vez en la vida, porque de verdad que es un trago desagradable. En fin, me armaré de valor, pero deseadme suerte. No sé qué más puedo deciros, salvo que, si alguna vez pensáis en mí, recordad lo que os digo, que lo sé por experiencia: ¡Es muy jodido ser pavo por Navidad!





José-Pedro Cladera ©

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