El tiempo se hace borrasca
que se renueva entre tú y yo;
ya no es posible refugiarse
de una a otra tormenta.
Seco mi cuerpo
y mi alma
de lluvia
y de lágrimas
en la antesala de la próxima
y, con más calma,
sabiendo que hemos llegado
a nuestro invierno,
abrigo el corazón
de tus frases heladas.
Es algo irremediable.
Lo sé.
Lo siento.
Por eso lloro.
Cierro la puerta a tus fríos
y a mi indiferencia,
y dejo que pase esta estación
que siempre da lugar a una esperanza,
a otra primavera,
con una arruga más, es cierto,
y el corazón más duro
pero, con un único saber:
que no era el “amor…”
Y que en ese renacer ya será…
Pasado.
Me abrigo
y salgo a pasear bajo la lluvia
con un paraguas
que evita el resquemor
y que hace de un único suspiro,
quizás de libertad,
la brisa helada
que corta el desamor.
Giro el paraguas
para recoger mi llanto
y no se mezcle con la lluvia
que limpia el suelo...
La mancharía de dolor.
Ángeles Sánchez Gandarillas ©
6-X-2014
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