domingo, 16 de noviembre de 2014

SIN SENTIDO




Sara salió aquella mañana de otoño con la moral por los suelos y sin ganas de hacer nada. Un buen paseo quizás la animase. Salió del pueblo y se internó en la naturaleza. Anduvo sin rumbo contemplando prados, vacas, caballos y corderos hasta que notó el cansancio en sus piernas. Llegó a un lugar que le pareció hermoso y como hacía calor para la época en que se encontraba, se sentó en la hierba debajo de un manzano repleto de suculentos frutos rojos, pero casi todos muy pequeños. De pronto el viento sur comenzó a soplar y soplar y algunas manzanas cayeron encima de ella desperdigándose alrededor. Cogió una y la triscó sin conmiseración, y el jugo dulce la devolvió a su niñez. Tan embelesada estaba en sus recuerdos que no se dio cuenta de que unos seres, no más grandes que el mayor de sus dedos comenzaron a salir de entre un encinar con rocas que quedaba cerca de donde se encontraba.

Esos seres diminutos, se tapaban con musgos y tenían una cabellera larga rizada y negra como el carbón contrastando con su piel blanca, ¡muy blanca! En sus diminutas manos llevaban un pequeño palo, que para ellos debía de ser enorme. Sin hacer caso de su presencia se afanaban en llevarse todas las manzanas que podían haciendo palanca, y así subían poco a poco la pequeña cuesta, “para ellos insalvable”, hasta el encinar. A veces las manzanas volvían a rodar y tenían que comenzar de nuevo.

¡Se quedó de una pieza! "TODO AQUELLO ERA UN SIN SENTIDO". Esas cosas solo ocurrían en los cuentos. Pero ella no estaba en uno. Solo tenía que caminar unos pocos kilómetros y estaría de nuevo en su casa.

Se puso de pie dispuesta a marcharse, pero la curiosidad se adueñó de ella y dando los pasos que la separaban del encinar se adentró en él.

Las encinas habían formado como un corro y todo estaba en penumbra. Cuando sus ojos se acostumbraron a ella, lo que descubrió la dejó más perpleja. Allí también  se encontraban más personajillos y aquello estaba más que visto, era su guarida, y muy bien organizada por cierto.

En una parte, encima de palitos se veían más manzanas y muchas bellotas. En el otro lado, encima de ramas más gordas y cubiertas de musgo seco, se imaginó que les serviría de cama y que se taparían con hojas de helechos también secos y puestos contra el gran tronco, que tenía una hendidura grande y allí se sentirían resguardados del frio y de las alimañas de la noche.

Por el centro, que quedaba en cuesta, se encontraban unas pequeñas presas hechas también con trocitos de pequeños troncos, como si hubiesen visto a los castores. El agua que se escurría de la primera, bajaba a una segunda y a una tercera, lo demás se escurría en un hilito perdiéndose en el campo.

Salí y seguí mirando a los afanados personajes con sus manzanas y decidí ayudarlos. Cogí una y la metí dentro con las otras. Al momento sentí unos pinchazos en mis pies. ¡Me estaban acribillando con sus palitos!

Estaba visto que no querían que los ayudase de esa manera ¡ERA SU TRABAJO! Volví a dejar la manzana a media ladera y seguí contemplándolos. ¿Y si les ayudo un poquitín? Esta vez uno de mis dedos hacía un poco de fuerza para subir y vi que sí, que eso lo agradecían.

Como la mañana avanzaba y mi estómago pedía algo más para comer, dejé aquellos seres que me habían dejado anonadada, y desanduve el camino hasta llegar de nuevo a mi casa.

Así se lo conté a mi hija pequeña de cuatro años, diciéndole que la llevaría al día siguiente. Se puso muy alborozada y batiendo palmas.

Bueno, "AQUEL SIN SENTIDO" que acababa de vivir, si tenía un cierto sentido. "Tenemos que ayudarnos, pero respetando nuestro trabajo".

          Mª EULALIA DELGADO GONZÁLEZ ©
          Octubre 2014

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