Se me acabó el contrato en Alemania. Durante el período de cinco años, llegué a
perfeccionar el idioma, me adapté a su ritmo de trabajo, y conocí a Karin. Pero tuve que retomar mi antiguo trabajo con
la salvedad de que ahora, era yo el que
recibía a los empresarios alemanes y, más o menos, estaba en mis manos el buen
hacer de la empresa “SPANISH GERMAN
ELECTRONIC.”
Desde que regresé, mi relación con Karin se
redujo a la conexión a “Skype.” Al
principio el ojo óptico me transmitía una cara anhelante, su mirada era una
interrogante que abarcaba casi el espacio visual. Aquella interrogante ficticia aparecía cada
noche, con exactitud germana, a las nueve.
Los Emails de mi amigo Peter me llegaban,
también, con asiduidad; me tenía bastante saturado con la misma misiva: “Visita
a mi prometida Ann Mary; protégela”
Tanto me rogó que un sábado, a las doce del mediodía, me presenté en su
domicilio… Ya a punto de marcharme, abrió la puerta una fantoche: el pelo enmarañado,
embadurnadas las mejillas con rímel, el carmín extendido por la acción de las
babas. Un sí ronco y maloliente salió de su boca. Una blusa de seda roja con los botones
malamente abrochados dejaba al descubierto sus muslos y sus piernecitas de pajarillo
tembloroso. “Soy Gorka, el amigo de
Peter” -le dije- mientras le extendía la mano. Ella me saludó con la suya trémula y fría cual témpano; la mano
izquierda se la llevó al estómago; sabía lo que se avecinaba por lo que me
compuse. Se marchó acurrucada,
arrastrando los pies, expulsando arcadas y ventosidades. Pero dejó la puerta abierta...
Recién llegué a casa, me senté ante el
ordenador. “¿Y qué le contaba yo, ahora,
a Peter?” “¿Qué su novia se moría de la
nostalgia?” “¿Qué estaba hecha un
guiñapo?” Podía decirle que me había subyugado…
Agarré la correa de Blacky y salí a dar una
vuelta en la tarde noche estival, a ver si el aire me borraba la tétrica, pero
imantada imagen, antes de conectarme. De vuelta, la noche era aún más negra. ¿NEGRO
sobre NEGRO PODRÍA RESULTAR DIÁFANO?
Pasé todo el aciago domingo en la cama. La cabeza a punto de estallar; aunque nunca
lo había oído, quizá, la resaca también fuera tan contagiosa como la gripe.
El lunes, tras diez horas de traqueteo
cerebral volví con Blacky a merodear por los alrededores de Villa
Tristeza. Tampoco llamé a Karin; su cara
ya no me decía nada, y estaba vacío de palabras dentro de la complejidad de mi
mente. ¿Y a Peter?... ¿Le diría la verdad?
Por fin, Blacky encontró el momento y su
lugar. Encendí un dopante cigarrillo
mientras el perro se aliviaba. La
estrellita del pitillo iluminó una cara
preciosa, el pelo recogido en cola de caballo, lucía un chándal azul cielo. Aspiré el tabaco para que saliera el sol: sí
era ella…
San Vicente de la Barquera, 9 de enero de
2015
Isabel Bascaran ©
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