domingo, 15 de febrero de 2015

EL CRUCE


                                               

                La mañana, era de esas que solemos decir, de perros, hacía un tiempo desapacible, estábamos en alerta por fuertes vientos, llovía, la verdad el “Hombre del Tiempo”, acertó plenamente en su pronóstico.



         Entré a una cafetería para dejar de luchar con el paraguas y el viento me ganó, deposité mi paraguas descoyuntado en una papelera cercana, suerte que mi plumífero tenía capucha. Pedí un descafeinado de sobre, ya que del de máquina no me fío, últimamente te dan lo que quieren y al rato de tomarlo me pongo como una posesa. Al desconocer la ciudad, pregunté a la camarera por un bazar chino, para comprar un paraguas nuevo, total para lo que me iba a durar, no me quería gastar el dinero. Amablemente me indicó dónde adquirirlo, le di las gracias. A mi lado había unas estanterías con la prensa de diferentes diarios. Se acercó un señor bajito trajeado, mis ojos se fueron directos a su cabeza, porque, ¡a ver! no sé cómo explicarlo, era de esos que la raya del pelo se la hacen ya a la altura de las orejas y se cruzan el pelo con gomina a derecha e izquierda. Pensé; esto no me lo pierdo yo, cuando el buen señor salga a la calle con el viento que hace, se va a liar la mundial. Sí, lo sé, fui malísima, lo reconozco.



          Apuré el café, esperando el numerito, me entretuve con mi móvil, el señor, ojeaba el periódico, por fin pagó su consumición y salió a la calle, yo no le quitaba ojo. Abrió el paraguas pero no le sirvió de nada, en una ráfaga ¡Socorro! la ensaimada peluda que llevaba engominada, tomo vida propia, era, ¿cómo describirlo?, a ver, en medio, el cartón o cuero cabelludo, a derecha e izquierda pelos tiesos como alambres, vapuleando, aporreando su cara, él luchaba paraguas en mano como Don Quijote con los molinos de viento, con la otra mano intentaba inútilmente poner orden en sus incontroladas crines que le azotaban a babor y a estribor su casco sin compasión. De pronto, al maltrecho señor ¡no, esto ya era mucho para mis ojos! le empezaron a resbalar gotitas negras por su frente, los ojos, la nariz y ¡no, no, es que sudara tinta!, era que se pintaba el cartón para disimular su calvicie. Sujetaba el mango del paraguas con su mentón, con la mano derecha secaba las gotas de chapapote con un pañuelo, con la izquierda intentaba reparar la ensaimada, tarea no menos que imposible. Dejó una de sus manos atareada y la levantó al ver a un taxi, su salvación, se subió a él y ahí le perdí la pista.



            La camarera y yo nos miramos como diciendo sin hablar ¿es real lo que hemos presenciado? y soltamos una sonora y gran carcajada.







              Ana Pérez Urquiza ©

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