Me desperté sobresaltado. ¿Dónde
estoy? ¿Qué hago aquí? En el coche, estaba en el coche, entumecido, helado, la
cabeza como un bombo y la garganta seca como un estropajo.
Comencé a recordar. ¡Ya estaba en el Nuevo Año! ¡El Cotillón, claro! Habían
quedado él y su mujer en ir a una fiesta con amigos. Los abuelos se habían
quedado con los niños aún pequeños para que nosotros pudiésemos disfrutar un
poco.
Su mujer se puso de “tiros
largos”; vestido rojo con brocados; mini y tirantes finos. Sus labios rojos con
carmín nuevo. Estaba bella de verdad, un recogido del pelo y un collar de
fantasía espectacular resaltaban sus facciones.
-¿No vas un poco descocada? –le
dije.
-¡Vamos de fiesta!
-¡Ya!
¿Y ese carmín tan rojo? Nunca te
lo has puesto así.
-¡Está de moda!
-¡Vale!
Se puso el abrigo y salieron para
coger el coche.
El hotel estaba a rebosar. La
cena, alegre con todos, y el menú extraordinario. La pularda rellena de
castañas, deliciosa y los postres exquisitos. Yo bebía y bebía. No paraba de
mirar a mi mujer tan sexi.
-¡Las uvas, las uvas, que van a
dar las 12! –dijo alguien.
Las tomamos sin atragantarnos y entre risas. Los camareros ya
habían escanciado el cava dorado en las copas y las burbujitas subían como
hilitos a la superficie.
Brindamos y nos dimos besos para
felicitarnos en tan singular fecha. ¿Qué me pasó en ese momento? Solo veía a mi
mujer pasando de brazos en brazos riendo y besando. Me abalancé sobre ella como
un poseso y la zarandeé.
-¡Qué te pasa! ¿Estás loco? –me
dijo. Sí, estaba loco de celos y borracho como una cuba. Ella me empujó y quedé
sentado en una silla. No me podía poner de pié. Sonaron dos bofetones. ¡Me
había pegado! El espectáculo estaba servido.
Cuando me pude levantar, salí de
allí y me dirigí hacia el coche.
-¿Se puede saber a dónde vas?
-¡A ti que te importa!
-¡No puedes conducir así!
-¡Déjame en paz!
-¡Si no te importa tu vida,
piensa en la de los demás!
No la hice ni caso, puse el coche en marcha y salí como una bala.
-¡A mí, me ha abofeteado a mí, y
en medio de tanta gente!
Noté que el coche se me iba al centro de la
carretera y que pitaban varios coches.
Me asusté y me salí de la
carretera principal y me interné por otra que en ese momento no sabía a dónde
conducía.
El coche al rato dio unos tirones
hasta quedar parado. ¡Se me había olvidado pasar por la gasolinera! Y el móvil
lo había metido en el bolso de mi mujer.
¿Qué podía hacer? No pasaba
nadie, así que recliné el asiento, me tapé como pude con el abrigo hasta quedar
dormido.
¿Y ahora qué? Ya amanecía. Salí
del coche. Hacía frío. No me quedaba otra que caminar hasta el pueblo e ir a la
gasolinera.
Me puse el abrigo. Una brisa no
demasiado fría comenzaba a soplar y caminé hasta ver que la carretera se
adentraba en medio de un pequeño bosque de eucaliptus.
La brisa en ese lugar parecía
arrullar a los árboles y estos querer hablarme. Sentí como un nuevo renacer.
¿Qué pasaría ahora? Pensé que lo principal era la familia que había formado con
mi mujer.
Y los árboles seguían hablándome.
¡Tienes que cambiar! Pide ayuda,
ayuda…
Mº
EULALIA DELGADO GONZÁLEZ ©
Enero
2015
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