sábado, 18 de abril de 2015

EL CARTEL





           Los carteles que más me gustaron fueron siempre aquellos que aparecían sobre un árbol, clavados con un puñal afilado. Generalmente decían muy poco: “Se busca, vivo o muerto”, Siempre solía estar vivo, porque de otro modo era más difícil dar con él, amén de que se perdía la emoción de ver al bueno cabalgando tras el malo a una velocidad que sólo  el truco de una filmación ralentizada puede ofrecer.

            Oye, éramos críos, y en el cine Mafepe que proyectaba las películas de indios más viejas que puedas imaginar, unos animábamos con gritos y silbidos al bueno para que espoleara con fuerza al caballo que siempre era blanco, mientras otros, sólo por el hecho de llevar la contraria, daban trastazos con el asiento de la butaca que era de pura madera sin tapizar, para que el malo pusiera pies en polvorosa y desapareciera a toda velocidad, con lo que si lo conseguía, fíjate tú que final  de película más desastroso.

            Pero no me digas que no eran interesantes aquellos carteles: Siempre con los bordes como roídos  por los ratones, bastante arrugados, pero estirados lo suficiente para que  pudiera leerse lo que decían, y presentados de una forma que, aunque no quisieras, estabas pendiente de ellos hasta el final. Verás, es que la cámara cogía una toma general del paisaje con un árbol gigante a la derecha. Seguramente eran secuoyas, pero como entonces yo no había visto las que hay en el monte de Cabezón, camino de Comillas, no las conocía, y no lo puedo asegurar. Bueno pues la cámara hacía un zun (zoom) lento, lento, que atraía el árbol con lo que al principio parecía un papel de fumar pegado al tronco, y cuando parecía que ese tronco te iba a dar en las narices, entonces veías claramente que era un cartel, donde anunciaban que se buscaba a alguien.

            Eso fue otra cosa que nunca comprendí: Si le buscas, no lo publiques, coño, que el buscado lo puede leer y esconderse mucho más. Pero claro, si no lo anunciaban, y no ponían el cartel en el árbol,  tampoco tenía objeto hacer esa toma de cámara lenta, y la película resultaría mucho más corta, y los que pagamos un peseta por verla desde el  gallinero protestaríamos por lo mucho que pagamos y lo poco que duró.

            Hay otros tipos de carteles, pero como te digo, a mí, particularmente, me gustaban aquellos  que salían en las películas de indios.


           Jesús González ©

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