sábado, 18 de abril de 2015

EL CARTEL



                                                           
 
  "Pozo Blanco" había pasado desde el bisabuelo Juanuco,  al abuelo Saturnino, luego  al hijo de éste Higinio y posteriormente a Paquito.   Durante sus largos setenta años pasó de ser un bar moderno a una reliquia vecinal.

 Cada año, era encalado para darle prestancia y evitar que el sol lo agrietase.   El interior, también era acicalado: las paredes recibían dos manos de pintura azul;  las deterioradas cerámicas eran sustituidas por otras, manteniendo siempre el ambiente taurino.  La media docena de mesas con la veintena de sillas de formica fueron formando un mosaico multicolor, desde el azul añil original, al verde botella, al amarillo celestial…al rojo sangre.  La adquisición más valiosa fue la cafetera de acero inoxidable. 

  Fue durante el gobierno de Higinio, el padre de Paquito, cuando se amplió el bar.  En el ala Este, levantaron un miradorcito cubierto de frondosos naranjos y bordeado de buganvillas perennes.  Sobre el mullido césped colocaron unas hermosas mesas y sillas  de nogal.  Los manteles de hule,  de cuadros rojiblancos  le daban al adosado un toque de coquetería.

  Henchida de satisfacción,  la familia se afanó aún más en satisfacer a cada uno de los que acudían al local.  Cada día, Merceditas escribía con letra caligráfica el menú y lo colgaba de la cerámica de bienvenida.  Y así, poco a poco, la familia era más próspera.  A la noche, cuando todo relucía como los chorros del oro,  y el aroma de azahar rezumaba por doquier, Higinio y Merceditas abrían el libro de contabilidad y anotaban en el Haber, en azul, lo  ganado durante el día, y en el Debe, en rojo peligro,  lo que habían ingresado al comerciante Tomasón.  Y viendo la panza gorda del Debe, se acostaban con los corazones algo inertes. 

  Por la mañana, Higinio se levantaba esperanzado e infundía su confianza en Merceditas y María Mercedes.  Los primeros que llegaban a desayunar eran los turistas que después de sufrir cientos de kilómetros, daban buena cuenta de las tostadas bañadas en aceite de oliva virgen y tomaban humeantes y estimulantes vasos de café o colacao.   Al mediodía,  se acercaban los jornaleros de la hacienda de la duquesa, así como los trabajadores de las fábricas de cerámicas y Terracota.  Higinio apuntaba en el cuaderno “B”, con detalle, los nombres o seudónimos de la clientela que liquidaba la deuda a últimos de mes, el mismo día en que cobraban el sueldo.  Desde que hubo ampliado el restaurante,  llegaba gente más endomingada e  incluso hacían reservas para algún que otro evento familiar.   A la tarde noche, el local se llenaba de voces –de mal presagio algunas-   eran cuadrillas con sus toreros aficionados,  rejoneadores novatos…que se llenaban las entrañas mientras sus bolsillos estaban agujereados.   Una  noche,  como pago de lo degustado Higinio recibió un cartel enrollado.  Mientras trabajaban en el libro de Contabilidad, desenrollaron el cartel –papel de pago.  No sabían qué precio asignarle,  llamaron a María Mercedes  y ésta conocedora de los diestros que tomaban parte el dichoso día, anotó en el Haber una cantidad desorbitada.

 Cerca del tablero del menú,  Higinio colocó el cartel de la corrida.

 Cada vez, más comensales solicitaban las mesas cercanas al cartel.  Según se acercaba el día de la corrida,  la clientela exigía sentarse cerca del atractivo anuncio y estoicamente dejaba  pasar su turno y esperar.

Higinio llevado por la curiosidad se plantó ante el imán de sus parroquianos:


                         PLAZA DE TOROS
                                  DE
                        POZO BLANCO, CÓRDOBA

                        Miércoles, 26 de setiembre

                        6, BRAVOS TOROS, 6

              (en el centro, mostraba un hermoso astado )
                            

                      LIDIADOS POR TRES FAMOSOS      MAESTROS

                         FRANCISCO RIVERA “PAQUIRRI”                                                                                      
                         JOSÉ CUBERO  “EL YIYO”       
                                             y     
                         VICENTE RUIZ     “EL SORO”         


  La  clientela fue  aumentando hasta tal punto que Higinio precisó de la ayuda  incalificable  de Paquito.  Y así, el cuaderno de contabilidad volvió a teñirse de azul ¡Iba a resultar factible la  cantidad  que María Mercedes le había asignado al cartel! 

Todas las mañanas, antes de encender la cafetera inoxidable, Higinio con un paño húmedo limpiaba las manchitas negras de las moscas.  ¡Cómo osaban enturbiar la vida  de los espadas!

  Agosto se presentó, a la vez, dragónico y agónico.  El aire era fuego que resquemaba el césped, levantaba las láminas de formica de las mesas, resquebrajaba las cerámicas de banderilleros… Higinio cada vez necesitaba más de Paquito y de personal especializado   A veces,  precisaban ayuda de la capital para hacer acopio de baldosas y baldosines apropiados.  Una mañana del mes de setiembre, Higinio no hizo caso al despertador.  La fiebre lo tenía postrado en la cama.  Merceditas, cada vez que  disponía de un minuto ascendía por la escalera y le suavizaba la fiebre con paños frescos.  El médico le diagnosticó  tuberculosis: expulsaba bilis y sangre; apenas hablaba.

  El 25 de septiembre   - le iban a llevar al hospital- pero  Higinio tuvo una repentina mejoría.  Después de analizar la contabilidad de las últimas semanas, suplicó a su familia, que jamás se desprendieran del afortunado cartel, ya que presentía que en un futuro muy próximo, la gente acudiría  como en hordas…

  El 26 de setiembre, por orden de Higinio se cerró el bar y la familia fue exhortada a acudir a la feria. 

  Salió “Avispado” y en el tercio de varas –antes de las banderillas-   El  astado empitonó a “Paquirri” Voces de estupor se oyeron  en el ruedo; se apaciguaron, en parte, viendo que el matador conversaba con el doctor, con semblante tranquilo y voz imperiosa. “No es nada” –decía.

  Merceditas tiraba de la mano de su madre y su tío Paquito con un ojo aún en el Espada; avanzaba, el trío, ante su enfermo.  Al abrir la puerta,  Higinio les recibió con su cara serena.  Había una similitud entre los dos encamilllados. Y el rojo sangre teñia los lienzos, y se empañaban los rostros de dolor y de tragedia.

             San Vicente de la Barquera, a 31 de marzo de 2015
                                 Isabel Bascaran ©

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