sábado, 13 de junio de 2015

NANDO



                                                       

               Sumergido en mis pensamientos, daba largos paseos por los alrededores del pueblo, las vistas eran impresionantes, al fondo, el mar, a mi espalda, los majestuosos Picos de Europa, en esa estación totalmente blancos y provocantes, capitaneándoles el Naranjo de Bulnes.

         Una tarde, caminando por mi ruta itineraria, de frente, venía un hombre de mediana estatura, acompañado de un perro blanco con manchas negras igualmente, de talla mediana, que se acercó amistosamente a olisquearme. Acaricie su cabeza. Su dueño, se aproximaba y pude apreciar, que llevaba en la nuca una vara de avellano en la que reposaban sus antebrazos a derecha e izquierda de ella, detrás, colgado al cuello de una camisa de cuadros, un paraguas viejo, gritó:

          -¡Curro ven, Curro ven! Buenas tardes.

          -Hola, buenas tardes, que perro más sociable tiene usted.

          Ante mí, apareció un gran personaje, nos presentamos, se llamaba Nando, “viene de Fernando ¿sabe?” -me dijo-. Su escaso pelo era cano. Bajo una gastada visera, me miraba tras unas gafas de cristales opacos y montura ajada, vestía con pantalones vaqueros, camisa y jersey raídos, calzaba botas verdes, de goma, y supe que las llevaba todo el año ¿por qué? “¡eran cómodas!” me comentó en su día.

           -Ya le he visto de lejos caminando por ahí, yo paseo todos los días con Curro ¿no sabe? usted le ha caído bien y a mí también, si no es molestia, puedo acompañarle todas las tardes al paseo con Curro, así no se encontrará tan sólo por aquí.- Intuí que él lo estaba. En ese momento no sabía lo que dependí de ese hombre, durante meses, y de la inmensa paz que me daría.

            -Encantado de su compañía, pero vamos a tutearnos a partir de ahora, si te parece bien.

             Continué, el paseo, pero esta vez acompañado de mis dos nuevos amigos. Nando empezó a contarme su vida, tenía setenta y ocho años, estaba soltero, de joven se embarcó en un mercante, ya que en este pueblo no había más que las vacas o el campo y esa vida no era para él.

           -Entonces, -le digo-, habrás tenido oportunidades de haber abandonado tu soltería, ya se sabe la fama de los marinos, cierta o no, de una novia en cada puerto.

           -¡Si, hombre, si! no lo he pasado mal, las cosas como son, pero igual te gustaba una moza, tu a ella y desaparecías ocho meses y eso Pablo, una moza... pues que no, que no te espera ¿no sabes? Y tú ¿qué haces por aquí? se comenta en el pueblo que eres de Madrid y periodista.

            -Cierto, lo soy ¿qué hago en este pueblo? desconectar de tanto trabajo, prisas, tráfico, polución, presiones...Un amigo médico, en un chequeo de rutina, me lo aconsejó. Me dijo; Pablo, como continúes con ese ritmo de vida, tu corazón te va a dar una llamada, tienes cincuenta años, hazlos durar ¡y aquí estoy, paseando contigo y con Curro!

            Seguimos caminando. A derecha e izquierda, prados de intenso verde; donde mirara la naturaleza estaba presente. Nando, andaba arrastrando sus botas, me escuchaba, esto me reconfortaba. Se paró delante de unas cuantas vacas que pastaban plácidamente.

            -¡Mira, Pablo! los de Madrid, no sabéis de estas cosas. Las de este “prao”, las pintas, son lecheras ¿no sabes? y las del otro “prao”, las grises, de carne, son Tudancas, es la raza de Cantabria, ¡son únicas! ¿no lo sabes?

            -A mí, hasta esa tarde, las vacas me parecían como las maletas en la cinta  del aeropuerto, todas parecidas. Quedamos, para la tarde siguiente. A las cinco y media estaba puntual, frente a mi portilla, con Curro, ladrando alegremente.

            -¡Hola, Pablo, barrunta lluvia!

            Me gustaba esa palabra “barruntar”, la utilizaba mucho, también; “Si hombre, si” o “No hombre”, y el ¿No sabes? al final de la mayoría de sus frases.

             -Hoy, -me dice-, tengo que andar más, porque me he hecho para comer, cocido montañés,-me mira pícaramente, se ríe, deja ver sus escasos dientes.

             -¡Qué bueno, cómo te cuidas Nando!

             -¡Si hombre, si! como lo que se me antoja, lo que me da la gana, ¿no sabes?

             Continuó con su historia, me dijo que tenía una buena pensión, no gastaba lo que ganaba, tenía lo que necesitaba. Llegó a ser Contramaestre, viajó por todo el mundo, de esto se sentía muy orgulloso y de que era la mano derecha del capitán. Disfrutaba, narrándome aventuras de su juventud embarcado, yo también escuchándole. Una tarde, después de nuestro paseo, me invitó a conocer su casa, era una antigua cuadra, que el apañó a su manera. Dos higueras, presidían la entrada, a un lado, un pequeño huerto, pegado a la casa, un gallinero. Mientras me mostraba todo, apoyado en su vara, le rodeaban seis gallinas a las que hablaba:

              -¿Dónde vais tontas, no veis que estáis mejor al sol?

              -¿Son ponedoras?

              -¡Si hombre, si! todos los días ponen uno ¿no sabes?

               Yo, fingía mi ignorancia, sabía que le hacía feliz, y a mí también al verle crecerse ante una pregunta de un inocente ciudadano de Madrid.

               -Mira -me dijo tirando pan duro a las gallinas-, lo que hace Curro.

               Su perro, cogía cada trozo de pan y lo sacaba fuera, hacia un camino cercano, trozo a trozo, sin comerlo.

                -¿Por qué lo hace? –pregunté:

                -No quiere que coman, ¡es un envidioso! ¿no sabes? además es el padre de medio pueblo, -y guiñándome un ojo, soltó una carcajada.

                  Entramos a su casa, lo primero, su dormitorio, hizo especial atención a su última compra, una televisión ¡de plasma!-dijo-estaba situada alta en la pared, frente a su cama, junto también a una  modesta mesilla. Estaba orgulloso de su plasma, sobre todo del mando a distancia.

                 -Desde aquí, “tumbao”, pongo lo que quiero y cuando se me cierra un ojo, la apago.

                  -Vives como un rey, Nando.

                  -¡Si hombre, si! tengo de todo, ahora voy a cenar lo que me dé la gana ¿no sabes?

                   Nando, quería dilatar la tarde y la conversación, pero yo esperaba una llamada de Madrid y así se lo hice saber, despidiéndonos, hasta la tarde siguiente. Esa llamada, fue definitiva, tenía que regresar a mi ciudad, al día siguiente, me ofrecían, la posibilidad de escribir un libro, algo que yo había ansiado, durante mi estresante profesión de periodista, pero esto era diferente, “escribir un libro”, pero sin presiones a mi ritmo-me dijeron.

                     Busque el primer vuelo, salía al mediodía. Por la mañana, paré el coche, ante la casa de Nando para despedirme. No estaban  ni el, ni Curro, sólo las seis gallinas picoteando por allí. Le dejé una nota; “REGRESO EN UN MES, NANDO AMIGO, YA TE CONTARÉ A MI VUELTA DE MADRID. HASTA PRONTO. UN ABRAZO. PABLO".

                     Al mes, volví a mi querido pueblo, deseando comenzar a escribir, la historia que ya me rondaba por la cabeza y ver a Nando, ya que él formaría, parte de ella. Me acerqué a su casa... Sí, las dos higueras, estaban, pero su casa... en ruinas, apenas existía el tejado, la hiedra envolvía, los muros derruidos, la puerta y ventanas de madera, devoradas por la carcoma. Me tuve que sentar, en un montón de piedras, mis ojos se llenaron de lágrimas, grité:

                      -¡Nando, Nando!, -nadie respondió.

                      -¡Curro, Curro!-no hubo, respuesta alguna.

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        Ana Pérez Urquiza    ©

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