lunes, 16 de noviembre de 2015

NOSTALGIA



 Se puede decir que fui una lectora superdotada.   Aunque me tachen de engreimiento: con las letras de mi nombre, con las de mi hermano, con las de mis padres y ¡cómo no! con los slogans de carteles… me hice con la lectura natural; sin necesidad de catones; sin ayuda de las directrices de mis progenitores  -qué palabra más completita-  a una edad muy temprana,   ¿me permiten decirlo?: Sí, a los tres años.  Mi abuelo fue el primero en percatarse de que tenía una nieta prodigio –quizá porque también lo fue él.  Cada semana, cuando nos despedíamos, me pasaba con el puño semicerrado, un billetito de cien pesetas.  Corría a mi habitación y nerviosa,  introducía el tesoro en mi hucha de barro –era la hormiguita que introducía la hoja entera para alimentarse cuando la despensa estuviera repletita. 
               



                 Y compré el primer libro: “Los Cinco  y el misterio de la isla”  Las nubes se difuminaron; el sacrificio que me supuso tan avaro ahorro se fue suavizando según lo leía, lo releía, lo hojeaba, memorizaba párrafos enteros y con los ojos cerrados, los repetía para mis adentros  en el camino hacia el caserón del abuelo.  Le mostré mi adquisición y él se quedó un rato –muy largo para mi gusto- ojeando la portada.  Los ojos mendigantes y los adinerados se encontraron.  Su generosa mano hizo el recorrido del bolsillo al resguardo de la tapa, con todo secreto… Un sonoro beso en su áspera pero sedosa tez  vidriaba sus hermosos ojos de terciopelo verde.  Shhhhi y llevaba su dedo índice derecho a los labios.  Y el vínculo de amor y secretismo fue extendiéndose durante años.  Llegó mi Primera Comunión y con el tesoro acumulado me hice con casi los diecinueve tomos de la colección. Y  cuando mi abuelo enfermó de muerte, entonces,  heredé sus cientos de libritos de bolsillo de Corín Tellado; a los  cuales  nadie ha osado echarles  el guante.          
                                     
              A los nueve años, nos mudamos a la ciudad.   Ya íbamos menos al pueblo,  pero mi adoración por los libros era tan grande que me montaba en el autobús y acudía a la Casa de Cultura.  El conserje se habituó a mi presencia y yo a la suya  Me  decía fascinado:  “niña, que cualquier día te caes por las escaleras con ese tomazo”  Los sábados, acudíamos los cuatro.  Mi hermano a la sección de animales.  Mi madre se quedaba conmigo hasta que cerraban la biblioteca.  El conserje les hablaba de mí como si fuera mi abuelo.  De camino a casa, notaba el tirón de mi madre al llegar a los semáforos.  Siempre he sentido la voz de algún transeúnte ante un atropello inminente.
Les pedía a mis padres que me adelantaran la paga para completar la colección  del  Señor de los Anillos… Luego, vino la colección de Harry Potter… Y como necesitaba espacio en las estanterías para” El Ocho” …”El último Catón”…más los tomos de los Clásicos  que nos exigieron en el Bachillerato,  en una caja hermética, para que no perdieran su olor a nuevos, la brillante visualización, el suave tacto, las risas de la pandilla,  -sin pensar en otro inminente incidente-   subimos todo el primer trabajo de Enid Blyton al camarote.  E instalé,  en el lóbulo del  cerebro, las historias fascinantes de “Los Cinco” 

               De la carrera de Periodismo guardo infinidad de carpetas.    De la de Magisterio horrorosos pero prácticos archivadores llamados “De la A a la Z.  También guardo libros de  Cela, de Borges, de Saramago, de Virginia Wolf y de tantos y tantos.        

              El pasado invierno, nevó unas seis veces; nevadas que llegaron hasta los cuarenta centímetros, incluso se interrumpió el servicio al Centro de Enseñanza por su ubicación en las afueras de la ciudad.  Con tantas horas libres, horas para dedicarlas a la contemplación del paisaje bucólico: una alfombra nívea, sin estrenar, que ni el mismo  Yetti  había osado hollar, el cerebro  - que recorre los caminos más extraños y de forma tan  escalofriante -   se acordó de “Los Cinco”.   Y sentí el afilado cuchillo rasgando mi corazón.  Mi madre, pedagoga indiscutible, pero insensible,  había regalado cada tomo de “Los Cinco”  a sus pupilos.  ¡Nunca la he perdonado!

                             Hace unos días,  vi  en la mesa del comedor dos tomos de Enid Blyton,  pero pertenecen   al segundo tipo de obras  que escribió  la autora.  Se desarrolla en internados femeninos.  Pertenecen a las series Santa Clara y la Torres de Malory.   No, No  los voy a leer, pero  Sí, me gusta que, después de veinte años,  su cerebro, quizá, la siga atormentando…            

San Vicente, a 9 de noviembre de 2015
 Isabel Bascaran ©






No hay comentarios: