miércoles, 2 de marzo de 2016

EL ENCUENTRO




EL ENCUENTRO
Luis y Margarita salieron a pasear con su niño pequeño un domingo caluroso de principios de verano, sin rumbo fijo. Montaron en el coche y corrieron kilómetros y kilómetros sin saber a ciencia cierta a dónde dirigirse. La autovía tenía eso. De pronto Margarita vio un paisaje que le resultó familiar.

-Espera, estamos pasando cerca del pueblo de mis abuelos. Y la vino a la memoria los veranos de cuando era una chiquilla adolescente

-¡Habrá algún medio de salir de la autovía digo yo!

-¡Vale, donde tú quieras cariño, pero piensa que te vas a llevar una desilusión. Todo cambia y no conocerás a nadie!

Encontraron la rotonda de acceso y discurrieron por la carretera que iba hacia el centro del pueblo.

-¡Para, para! Había reconocido la casa de sus amigas hermanas, en cuyo jardín tanto había jugado.

Cuando salió del coche su corazón latía con fuerza. ¿Seguiría alguna Allí? Abrió la cancela. Los mismos manzanos a ambos lados de la casa y el briñonero enorme, en medio, casi tapándola, y de pronto dio un grito. ¡Allí estaban sentadas a la sombra del árbol, como si el tiempo no hubiese transcurrido!

Se reconocieron y se abrazaron. Se sentamos y comenzaron a rememorar sus juegos. Se acordó del día en que se les ocurrió hacer una caseta entre dos manzanos con ramas y helechos. -Éramos unas cuantas y queríamos merendar. Yo me levanté más de la cuenta, aquello se vino abajo y me di con una rama en la nariz, sangré todo lo que quise y se me puso morada como una berenjena,-dijo-
En cuanto a su vida personal, una se había quedado soltera, su novio había muerto. La otra estaba casada, con varios hijos, y vivía en el pueblo, pero todos los días se veían un rato.

Se despidieron después de hacerse unas  fotos para el recuerdo, y siguieron ruta. Un poco más allá se encontraba la casita que había sido de sus abuelos, y el recuerdo volvió a ella cuando vio que la higuera seguía allí y era enorme. ¡Cuántos higos había comido de ella! Y seguían las hortensias y las margaritas al borde de las escalerillas que subían hacia la casa.¡Y también se acordó de la lata donde su abuela metía las galletas de mantequilla que hacía tan ricas! Parecía estar viéndola a la entrada de la puerta como en una fotografía del álbum familiar.

Ya era la hora de comer y fueron a la fonda, cerca de la casa, donde su abuelo tantas partidas de cartas jugó. Resultó que ahora era de una familiar y también se reconocieron. Comieron de maravilla y se llevaron tarjetas para la propaganda del local.

Después de comer se fueron paseando por el pueblo. Estaba muy bonito y cuidado, se veía que era más turístico que entonces. Ya había más chalets y algunos apartamentos.

Pero la playa seguía igual de preciosa y acogedora, con sus árboles gigantes a la entrada, la Iglesia y la explanada donde se hacían las fiestas. Se la llevaron de recuerdo en una fotografía preciosa que les hizo el niño sentados en una roca, y salió bien.

Subieron por los caminos de piedra hasta la Atalaya desde donde se divisaba el mar abierto. Eso seguía igual, y Margarita se emocionó y le explicaba a su hijo pequeño sus correrías por allí.

-¿Contenta? –le dijo su marido.

–Mucho, -le contestó, y se abrazaron.

_¿No va siendo hora de volver?.
–Sí, respondió.

Bajaron hasta donde tenían el coche aparcado y se volvieron. Margarita con un recuerdo precioso en su corazón.

       Mª EULALIA DELGADO GONZÁLEZ ©
       Febrero 2016


No hay comentarios: