miércoles, 2 de marzo de 2016

EL ENCUENTRO

DE ENCUENTROS 
            Encuentros que ya comenté  alguna otra vez,  pero  resulta que es el tema obligado que para esta ocasión  nos puso nuestro director del Taller de Escritura,  y no  viniéndome a la mente otros  encuentros mejores, no me importa repetirlos.  Además,  aunque lo intentara,  jamás podría repetirlo con las mismas palabras, y posiblemente tampoco desde  la misma perspectiva:

            En marzo hará un cuarto de siglo que sucedió, y no sólo no  lo he olvidado, sino que lo he recordado en múltiples ocasiones. Me acababa de jubilar dos días antes, cuando en plena calle  San Fernando me encontré en Santander con un  amigo mayor que yo al que pudiera hacer un par de años que no veía. Nos saludamos, charlamos de no sé qué, y de repente me preguntó: “¿Cuándo te jubilas?” – “Me jubilé anteayer”. –Le respondí con una satisfacción que no me cabía en el cuerpo. –

 “¿Ya tienes los sesenta y cinco?” –“No; tengo sesenta. Me prejubilé voluntario aprovechando una oferta económica que la  Empresa estaba haciendo a sus empleados.” - Y como si acabara de confesar un crimen, se echó las manos a la cabeza: -“¡Cometiste la mayor torpeza de tu vida! Te arrepentirás mientras vivas.” - Me lo dijo con un enfado casi paternal,  como entre muy seguro  de sus palabras, y dolido  al mismo tiempo por mi equivocación. –“Mira lo que te digo: Ahora vengo yo andando  desde El Sardinero. Todas las mañanas del año hago a pie este recorrido. Me sé   las paradas de todos los  trolebuses de Santander, y hasta aprendí de memoria todas sus matrículas. Conozco a todos los taxistas, y las veces  y horas en que van y vienen  los barcos de Pedreña y Somo”.

            Hizo una parada en su perorata para tomar aliento, y yo le miré con compasión. Después siguió cargado de razones: “Las tardes las paso un poco mejor, porque después de comer voy al bar y echo la partida con otros jubilados. Pero las mañanas son eternas.  Y  a pesar de lo dicho, algunas tardes también se me hacen interminables…”

            Yo le respondí con la misma seguridad  y el mismo énfasis  que él me hablaba: -“Pues yo no pienso aburrirme ni un minuto.” Y  el pobre hombre se carcajeó de mí.

            Se murió  hace ya muchos años. Seguramente se murió de aburrimiento,  con los pies planos y las suelas de los zapatos finas como un papel de fumar.  Nunca tuve ocasión de confirmarle lo que le aseguré. Pero quiero aprovechar esta ocasión de ahora para agradecer al Taller de Escritura y al Club de Lectura el favor tan grande que me están haciendo al darme un entretenimiento que me impida sentarme a contar los coches que cada día pasan por delante de mi casa…


Jesús González ©

No hay comentarios: