miércoles, 27 de abril de 2016

ELOLVIDO

    EL  OLVIDO  I

 
          Ha llovido mucho desde entonces: treinta y cinco años, exactamente.

          La primera semana al aire libre, el bebé no se callaba; se podría decir que el aire que aspiraba le hería su organismo.

          El agua de la ducha golpeando la cortina, ensordecía el llanto.  La mamá cerraba el grifo algo más tranquila;  sin embargo, el niño seguía en su agonía.  El histerismo llevaba al neonato a la inconsciencia, se transformaba en un tomate bermellón rociado por un aguacero.  La mamá la acercaba al pecho para tranquilizarlo y el angelito callaba…pero en su ansiedad aspiraba tanto aire que volvían los retortijones, la congestión y el hipo.  Los balanceos en los brazos,  los movimientos acunadores, los susurros amorosos, no daban  ningún resultado positivo.  Y la mamá volvía bajo  los chorros analgésicos.

            Con el regreso de la niña a casa, la mamá dispuso de una segunda forma de escabullirse de aquel ambiente asfixiante.  Gracias a las “gracias” que le ofrecía Sarah, a las nuevas labores que ésta la exigía, el infierno ya no quemaba como antes.

             A los seis meses, operaron a Mikel de dos hernias inguinales, y el suplicio casi olvidado, volvió a alterar el corazón de la madre.  Sola con el llanto, sin la lluvia sanadora del baño, sin los besos reconfortantes de la hija,  en una fría habitación de hospital, la mamá hinchó su ser de amor, amor surgido  de la culpa.  Sí, aquella nueva forma de sufrimiento, con los lloros más fuertes, los retortijones convulsivos, y sobre todo, la fiebre altísima, se debían a su carencia de espíritu de sacrificio; solo echaba cabezaditas cuando el niño caía rendido de dolor.   Y las lágrimas del hijito cesaron cuando los puntos internos reventaron y el surtidor de pus emergió  y  llegaron los antibióticos.  La mamá olvidó, para siempre el nombre de aquel inepto urólogo. 

               En cuanto a la salud se refiere, la adolescencia de Sarah y Mikel estuvo plagado de contratiempos: decenas de esguinces   -muy comunes entre los que practican deportes, según la opinión de los traumatólogos-  e infinidad de visitas al estomatólogo: endodoncias, implantes, extracciones de molares.  Si el dentista hubiera tenido el humor de guardar el importe total  -habido hasta entonces- en un “Piggy Bank” bien podía disfrutar de la luz natural del Caribe.

                Los hijos ya son adultos y viven fuera del hogar paternal. Y para mantener el bienestar que otorga la jubilación, la madre ha decidido cambiar la cerradura de la casa. De  esta forma, quizá, los penares, sustos, exigencias encubiertas, sinsabores, pasarán sin romper la armonía, el equilibrio y la belleza de las plantas interiores.

              El supuesto equilibrio ha sido roto con la llegada de Julen.  Se ha hecho con la llave de la casa, se han olvidado las húmedas contrariedades.   Ha sido un soplo de aire fresco, pero parece ser que a él no le ha sentado nada bien.  El olvido de los retortijones, de la carita tomate llena de goterones, ha aflorado.  La casa parece que sale de los cimientos, el ventanal  cruje en infinidad de cristales, los pajaritos enmudecen su dulce piar y hasta la vecina y amiga Ana se ha acercado  a echarnos una mano.  Merche, su mamá, descansa cuando Julen se duerme.  Mikel se lleva la parte más fácil, algo apestosa, sí.

  Si sus padres no estuvieran presentes para tranquilizarlo con el zarandeo de la cuna, con el traqueteo del coche, con las manos sedosas relajando sus intestinos, con las palabras calmas… su abuela se enjugaría sus lágrimas, saldría de su aniquilamiento; su abuelo cesaría su extraño cantar y raudos acudirían al pediatra más cercano para  que Julen recupere su carita de ángel…

                            San Vicente de la Barquera, a 31 de marzo de 2016-04-03
                                                           Isabel Bascaran

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