viernes, 18 de noviembre de 2016

mujer

LA MUJER
 Resultado de imagen de centro comercial dibujo
En aquel verano, a mi abuela, la mujer más maravillosa del mundo, se le quedó el cerebro frito, electrocutado, a cuenta del okupa. Nos dejaron a cargo de ella, una semana, a mi hermano, a nuestro primo, a Eladito sin hache y a mí, en la casa de la playa.

Después del desayuno que nos preparaba la abuela, a base de bizcocho, mermelada de frambuesa ―elaborada por ella, en unos bonitos tarros de cristal con tapas de cuadros, rojos y blancos― y enormes vasos de leche y de zumo de naranja de litro, íbamos a la playa a darnos un baño y a buscar conchas de mar. Esto le gustaba mucho a la Abu, que se inventó un juego:

―Quien encuentre la concha más bonita tendrá un premio ―dijo, y así nos tenía entretenidos durante unas horas.

―Mira, Abu ―dijo el okupa― ¡gallinas voladoras!

―No, Guillermo, son gaviotas.

―¿Gaviolas? ―dijo mi hermano―. No, Abu, ¡son gallinas voladoras!

Cuando se empecina, es mejor dejarle e ignorarle, es lo que hago yo. Excepto Eladito sin hache, que le sigue la corriente en todo, no sé si por pelota o porque para él es su héroe, pues dijo:

―No, Guillermo, no son gaviolas. Son gallinas voladoras.

¡Qué semanita, me espera! ―pensé―. Con el okupa ya tengo bastante y ahora, con éste, dos frentes abiertos.

La abuela, nos llamó:

―Venga chicos, vaciad vuestros cubos en esta toalla. A ver vuestras conchas. ¿Cuál será la más bonita?

Así lo hicimos. A ella le producía emoción, escogiendo una a una nuestras conchas.

―Ésta sí puede valer. Y aquélla, ¡qué bonita, Eladito! La tuya tampoco está nada mal, Cris. Pero ¡mirad esta de Guillermo! Sin duda, es la ganadora. Enhorabuena, Guillermo, la tuya es la ganadora.

Mi hermano se puso a saltar, dando palmaditas. Me recordó a un pájaro bobo ―perdón por el pingüino fraile, ¿en qué estaría yo pensando?― Ya atardecía y Abu nos dijo:

―Bueno, recojamos todo, que ya hace frío y estáis mojados aún.

―No tengo ni frío ni calor, Abu, estoy del tiempo ―respondió mi hermano.

―Yo también estoy del tiempo ―dijo el pelota de mi primo.

Pregunté a la abuela cuál era el premio a la concha más bonita. Respondió que mañana nos llevaría al nuevo centro comercial de juguetes.

―¡Bien! ―gritamos los tres. Okupa, volvió a hacer el pingüinito.

Al día siguiente, por la mañana, después de desayunar el litro de leche y el de zumo de naranja de mi abuela, nos ayudó a vestirnos a los tres, con ropas tan bien planchadas que, al movernos, crujíamos. Yo tuve rozaduras en las corvas y Guillermo, en las ingles, creo; y Eladito, a lo mejor, en el cerebro. Y lo que es peor, ¡nos hacía raya en los tejanos! De esta pinta, llegamos al centro comercial, empapados de colonia. La abuela nos recomendó que nos mantuviésemos juntos en todo momento y que, si por un casual nos perdiéramos, acudiésemos a un guardia de seguridad del centro.

Nos volvimos locos viendo tantos juguetes, los podíamos probar todos. Había robots que hablaban, decían tu nombre; pequeños castillos hinchables, repletos de bolas de colores; disfraces de princesas, máquinas de palomitas, y hasta un mini tren rojo. Con tanta emoción, se nos despistaron. Okupa-pingüino y el pelota sin hache se perdieron y acudieron a un guardia de seguridad. Mi hermano le dijo:

―Perdone, señor guardia de seguridad del centro comercial, se han perdido mi Abu y mi hermana.

―¿No os habréis perdido vosotros? ―preguntó el guardia.

―No, no, yo estaba viendo los juguetes con éste. Es mi primo carnívoro (por carnal), ¿sabe?

Una planta más abajo, la abuela y yo escuchamos por megafonía:

―Atención, atención. Tenemos en perfecto estado a dos niños que son primos carnívoros (risa del guardia, contenida): uno de cuatro años, moreno, y el otro, pelirrojo, con gafas. Rogamos a los familiares que acudan a la planta de entrada. Gracias.


                                                                                          Ana Pérez Urquiza ©

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