martes, 8 de noviembre de 2016

vacaciones

   VACACIONES
 Resultado de imagen de SAN VICENTE DE LA BARQUERA
La noche era asfixiante en la capital de España. Hacía días que padecían una ola de calor proveniente del Sahara. Las ventanas estaban abiertas por toda la casa, por ver si “con el fresco de la noche” se produciría el milagro de una leve corriente.
Laura miró a su marido y a la cuna de su hijo de tres años. Por fin se habían quedado dormidos, gracias al pequeño ventilador…
Comenzó a soñar despierta, con los pueblecitos del norte, en los que hasta en pleno verano había que ponerse una ligera manta; y ese “chirimiri” o más que a veces caía, dejando las calles limpias y los prados verdes y jugosos. Y sobre todo, ¡el mar!
No se podían permitir el lujo de ir unos días, a menos que llamase a su hermana, que seguía viviendo en la casa familiar del pueblo.
―¿Y si la llamo?
Por la mañana, no pudo más y marcó el número. Le soltó a bocajarro:
―Amelia, ¿eres tú? Perdona que te moleste, pero es que no puedo más con este calor, yo me ahogo. Dime que podemos ir una semana a tu casa. ¡Tengo que ver el mar! Y ya sabes que no está el horno para bollos…
Su hermana se echó a reír:
―¡Claro que podéis, ya nos arreglaremos! Tengo a mis hijos, pero el sofá cama del salón lo tenéis a vuestra disposición.
―Gracias, Amelia. Te ayudaré con las comidas, sabes que la cocina no se me da mal. Tenía miedo de pedírtelo. Conoceréis a nuestro hijo en persona. ¡Hace tanto que no vamos!
Cuando se despertó su marido, le dio la buena nueva.
―¿Estás segura de que quieres ir?
―Bueno, en realidad no sé si querrás ir tú. Tiene a sus hijos en casa y tendremos que dormir en el sofá cama del salón. ¿Te hace?
―Ja, ja, ja… ¡Me hace! A ver si dormimos más juntitos, y hasta con mantita, ¿no?
Laura, se puso manos a la obra, toda la mañana, para dejar la casa recogida y hacer la maleta, hasta con jerséis, por si acaso. Después de comer, se pusieron en marcha. A las cuatro de la tarde, Madrid era un horno.
Gracias al aire acondicionado, el viaje fue estupendo y, cuando dejaron a su izquierda Reinosa y comenzaron a bajar, una ligera neblina se adueñaba del paisaje. Apagaron el aire y abrieron las ventanillas. ¡Un poco puñetero, pero mágico!
Ya se veían caballos y vacas pastando, y los tejados rojos de las casas, con sus jardines llenos de flores. Y los pueblos, preciosos, junto al río, y sus higueras, castaños y robles.
Y por fin llegaron a San Vicente de la Barquera, con su ría, sus puentes, su castillo y su iglesia en lo alto, arrogantes y misteriosos...
―¡A la playa, llévame a la playa!
El pueblo estaba a rebosar, pero la gran playa la estaba esperando, con sus olas, su frescor y sus charquitos, donde disfrutaría de lo lindo viendo a su hijo bañarse en ellos como cuando ella era pequeña. ¡Serían unas minivacaciones, pero las disfrutarían a tope!

                                                                       Mª Eulalia Delgado González©
                                                                                  Septiembre 2016



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