martes, 3 de enero de 2017

navidad

JARDÍN DE INFANCIA

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El nuevo parvulario mola. Hay gente muy divertida y me lo paso chuchi piruli. Hoy, como ha hecho tan buen día, la señorita nos ha llevado de excursión al bosque y nos ha dado a cada uno una bolsa de plástico con un bocadillo de jamón y queso, una manzana y una botella de agua. ¡Qué guay! En el otro jardín de infancia nunca nos daban nada.
Cuando llegamos al bosque, la señorita nos enseñó los nombres de algunos árboles y nos explicó por qué algunos tienen musgo por un lado y no por el otro, y otras cosas así de interesantes ―es muy lista―. Pero, al cabo de un rato, nos dejó que jugáramos a lo que quisiéramos, y nos fuimos dividiendo en grupos separados, porque ¡no íbamos a jugar los niños a cosas de niñas! Yo me fui con Jesusito, que es el niño más malo de todo el parvulario, a ver quién acertaba a darle más pedradas a las ranas que había en un estanque, y me ganó. Y también jugamos a ver quién llegaba más lejos haciendo pis, y también me ganó. Así que ya no quise jugar más con él. Entonces decidimos ir a incordiar a las niñas.
En eso que vimos que Isabelita estaba sola, sentada en un tronco, y parecía muy triste. A mí me dio pena, porque es una niña muy buena, así que me acerqué a ella y, mientras me acercaba, la oí que iba diciendo “Me quiere, no me quiere; me quiere, no me quiere”, mientras no paraba de arrancar pétalos de una flor.
―¿Qué haces, Isabelita? ¿Por qué estás triste? ―le pregunté.
―Porque estoy deshojando margaritas y siempre me sale que no me quiere, buaaah… ―y empezó a llorar.
Entonces vino Lalita, que sabe mucho de esas cosas porque en su casa tienen un jardín y un huerto muy grande, y se puso a reír y le dijo que aquello no era una margarita, sino un crisantemo. Isabelita le dijo que qué más daba, ¿no?, si eran iguales. Y Lalita le explicó que no, que las margaritas son más pequeñas y que, con los crisantemos, siempre te sale que no te quiere, pero con las margaritas, siempre te sale que sí. Y entonces Isabelita volvió a ponerse triste, porque dijo que no sabría distinguirlos, y Lalita, como sabe tanto, le dijo:
―Mira, Isabelita, es muy fácil. Tú arrancas la flor y la vas deshojando hasta el final. Si te sale que sí te quiere, es una margarita. Si te sale que no, es un crisantemo, y entonces no vale y arrancas otra flor y vuelves a empezar.
Isabelita se puso muy contenta, porque lo probó y ahora ya siempre le salía que sí que la quería. No sabemos de quién hablaba, pero suponemos que andará enamorada de algún niño que habrá visto en el patio.
Un poco apartados, estaban los dos más raros de todo el parvulario, que se llaman Rafalito y Linesita. Van a su bola y todo el tiempo se lo pasan contando sílabas con los dedos y escribiendo versos, y hablan de cosas muy extrañas, que si riman así, que si riman asá. Yo creo que, cuando nadie les ve, a escondidas, fuman algo como eso que fuman los niños malos más mayores ―¡como les vea la señorita, se van a enterar!―. Nadie ha conseguido verla, porque la lleva muy escondida, pero todos sabemos que Rafalito tiene una máquina secreta parecida a esas que hacen churros y que, cuando le da a la manivela, salen enseguida versos y versos sin parar. Por ejemplo, a los cinco minutos de lo que pasó con Isabelita y Lalita, ya estaba enseñándonos una poesía que decía que había compuesto él, pero que todos sabemos que la sacó de la máquina secreta, y decía así:
            “Ay, la pobre Isabelita,
            hoy no tiene el día bueno.
            Salió a coger margaritas
y volvió con crisantemos.”
Enseguida, Linesita le dijo que eso está chupado, que así no tiene gracia. Que lo que es guay es que la primera línea rime con el pretérito pluscuamperfecto del primer verbo de la tercera línea, y que la segunda línea sea igual que la cuarta pero leída al revés. Y se ponen a discutir y a volver a contar con los dedos. Son muy raros.
Al cabo de un rato, vi que andaba por ahí, sola, recogiendo hierbas, la niña más pequeña de todo el parvulario. Así que me fui para ella:
―¿Qué coges, Anita? ―le pregunté.
Se encogió de hombros y me miró como si fuera tonto, y me dijo:
Eh domedo.
―¿Y eso qué es?
―Puez ezo: a vecez cojo eh tomillo y a vecez eh domedo.
Lalita, como sabe tanto de hierbas, le dijo:
―Jajaja, se dice “romero”.
―Tú zí, podque edez mayod; yo, como zoy muy pequeñita y aún tengo pocoz dientez, puez me zale eh domedo.
Jesusito, que estaba escuchando, se acercó y le preguntó:
―¿Y tú cómo llamas al bicho ése que hace miau, miau?
Eh gato
―¿Y a ése que hace guau, guau?
Eh pedo
Jesusito empezó a reírse de ella y a dar saltos:
―Señorita Arantxa, señorita Arantxa: Anita ha dicho pedo, Anita ha dicho pedo…
Y la señorita Arantxa lo castigó de cara a la pared  ―bueno, de cara a un árbol, porque en el bosque no había pared―. Pero a Jesusito le daba igual, porque, cuando la señorita no miraba, se daba la vuelta y le hacía pan y pipa, poniéndose el dedo gordo en la nariz y haciendo la ola con los otros dedos ―es muy malo.
Linesita estaba dando saltitos, dos sobre una pierna y dos sobre la otra, mientras hacía círculos alrededor de Rafalito y cantaba:
―Voy a mandar versos a Marte, voy a mandar versos a Marte, hala, hala… Y tú nóo.
Rafalito se puso como una moto y, sin que nadie lo viera, volvió a darle a la máquina secreta y, para chincharla, enseguida le enseñó una nueva poesía:
            “Pero mira que eres rara,
            enviar versos a Marte…
            Mira que lo tuyo es para
            echar de comer aparte.”
Linesita se enfadó mucho y empezó a lloriquear:
―Señorita Arantxa, señorita Arantxa: Rafalito me ha dicho que soy rara. Lo va a castigar, ¿no?
La señorita puso los ojos en blanco y dijo que ojalá viniera a echarle una mano un tal Herodes. No sé quién será. Algún otro profesor, supongo.
De repente, la señorita no encontraba sus gafas y eso la fastidió mucho, porque sabía donde las había dejado y ya no estaban allí, así que alguien las había escondido. El primero en quien pensó fue en Jesusito ―claro, como es tan malo―, así que fue a por él:
―A ver, Jesusito: ¿dónde has escondido mis gafas?
―Yo no he sido, señorita, se lo prometo; no sé dónde están. Siempre me las cargo yo, ¿no?
Entonces, la señorita miró a ver quién tenía más cara de estar tomándole el pelo.
―Isabelita: ¿has sido tú?
―No, señorita, se lo prometo, yo tampoco he sido.
―A ver, Lalita, deja ya de hacerte la mosquita muerta, que tú sabes algo. Si no me dices quién ha sido, te voy a castigar.
Y Lalita se puso a llorar:
―No me castigue, porfa, señorita. Le prometo que yo tampoco sé nada. Soy buena, soy buena.
La señorita, que se las sabe todas, pensó que Anita, como es tan pequeña, no tendría picardía y le sacaría la verdad. Así que la llamó:
―A ver, Anita: dime quién ha sido. Y no me vengas con que tampoco lo sabes, ¿he?, porque voy a tener que darte un cachete.
Anita la miró como si no hubiera matado una mosca en su vida y le dijo:
―Deme, deme.
―¡Pero, bueno, serás desvergonzada! ¿Cómo que te dé?
―No, no, Deme, Deme: la de Comillaz.
Remesita, la pobre, tiene que venir cada día desde Comillas, que es un sitio que está muy, muy lejos. Pero ella dice que le gusta más nuestro parvulario, así que viene aquí. Le dijo a la señorita que había sido una broma y que porfa, que no la castigara. Y a Anita, le dijo que era una chivata. Anita puso morritos de pena y suplicó:
―Ceñodita Adantxa, va, no la caztigue. Ha cido una boma.
La señorita no la castigó, pero le dijo que no lo volviera a hacer. Jesusito protestó:
―Sí, claro, aquí sólo nos castigan a mí y a Pedrito. No es justo.
Porque yo también me las tuve que cargar, sólo porque Isabelita y Remesita me vieron darle un beso a una niña pelirroja que estaba en otro grupo, de otro parvulario, y se chivaron, y acabé como Jesusito: de cara a un árbol. ¡Jo, si es como la señorita Rottenmeyer; no te deja pasar ni una…! Pero yo también me daba la vuelta cuando no me veía, ¡hala! 
A mí todos me llaman Pedrito; menos Anita, que me llama Luis. La señorita le preguntó que por qué me llama Luis y no como todo el mundo, y Anita le dijo:
―Podque ci le llamo Pedito, igual ce enfada y me tida de loz peloz.
Linesita y Rafalito pasaban de todo esto; ellos, a su bola. Ahora Linesita le estaba explicando que iba a componer un poema que iba a ser una pasada: cada verso tendría tantas letras como la raíz cuadrada de todas las palabras de los demás versos de la estrofa.
―Toma, toma y toma. A que tú no lo haces, a que tú no lo haces… ¡Yupi, yupi…!
Rafalito se picó y, en un santiamén, nos enseñó una que acababa de escribir (bueno, eso de que la escribió es para entendernos, porque ya he dicho que todos sabemos que es la máquina). Y decía así:
            “Pobre Linesita mía,
            que vas a acabar sonada
            como sigas, en poesía,
            tirando de raíz cuadrada.”
Linesita se enfadó mucho y empezó a lloriquear otra vez:
―Señorita Arantxa, señorita Arantxa: Rafalito me ha dicho que acabaré sonada. Lo va a castigar, ¿no?
La señorita volvió a poner los ojos en blanco y la oí que decía otra vez que le gustaría que viniera aquel profesor que tiene el nombre tan raro.
A la hora del bocadillo, la señorita nos sentó a todos en el suelo, en círculo, y nos dijo que, mientras comíamos, contáramos qué nos gustaría ser cuando fuéramos mayores. Enseguida, Remesita, que es muy decidida, levantó la mano:
―A mí me gustaría ser guardia civil. Y tendría una pistola muy grande, y cuando un niño (bueno, un hombre) me dijera que soy más tonta que él, le pegaría un tiro y lo mataría, ¡hala!
Nos quedamos todos un poco asustados, ¡qué bestia! La señorita la miró con cara un poco preocupada, pero no le dijo nada ―yo creo que estaba muerta de miedo.
Lalita levantó la mano:
―Pues a mí me gustaría ser misionera. Me iría a África y les daría de comer a los negritos y les contaría cuentos.
―¿Y también les limpiarías las cacas? ―se rió Jesusito; claro, como es tan malo…
―¡Jesusito: otra grosería y te vuelvo a poner de cara al árbol ―le advirtió la señorita.
―Pues yo quiero ser como la reina, para que me lo hagan todo y yo me pueda pasar el día haciendo lo que me dé la gana ―dijo Isabelita, que es muy lista.
―Pued yo, pued yo… yo quiedo sed… bombeda ―dijo Anita, para sorpresa general―, y así, cuando hubieda un incendio, a la gente buena la sacadía, y a la gente mala la dejadía dento ¡pada que se quemadan!
―¡Ay, qué cruz! ―dijo la señorita― ¿Por qué no pediría yo una plaza de bibliotecaria?
            Rafalito y Linesita no dijeron nada, porque estaban muy atareados contando con los dedos y no estaban para estas chorradas. Y a Jesusito y a mí, la señorita Arantxa no nos dejó abrir la boca, porque no se fiaba de lo que fuéramos a decir.
Pues eso: que lo pasamos chuchi piruli. La seño estaba muy seria y dijo que tardaríamos en hacer otra excursión, aunque no sé por qué, la verdad; ¿qué mosca le habrá picado? Bueno, me da igual: dicen que todas las niñas, cuando se hacen mayores, se vuelven raras. Seguro que se le pasa y nos lleva otra vez, ¡yupiii…!
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Este cuento, donde nada (bueno, casi nada) es real está dedicado a los amigos más perseverantes del Taller de Escritura, quienes siempre están ahí, al pie del cañón. Por orden alfabético:
Ana Pérez Urquiza, “Anita”, a la que ya le salieron todos los dientes y ya sabe decir “romero”, e incluso recita como nadie aquello de “El perro de San Roque no tiene rabo, porque Ramón Ramírez se lo ha robado”.
Ángeles Sánchez Gandarillas, “Linesita”, primera poetisa española incluida en la prestigiosa Antología marciana de poetas de la galaxia.
Isabel Bascarán Barachana, “Isabelita”, que ya sabe distinguir una margarita de un crisantemo, y que debe de haber aprendido un truco nuevo, porque, en vez de decir “me quiere, no me quiere”, ahora va diciendo “he loves me, he loves me not”.
Jesús González González, “Jesusito”, que ahora la señorita ya no se atreve a castigarlo de cara a la pared, porque siempre va con un bastón, ¡y como es tan malo...!
María Eulalia Delgado González, “Lalita”, que tiene mucha imaginación, porque ¡anda que la que le contó a Isabelita de las margaritas y los crisantemos! ¡Y la otra va y se lo cree! Bah, cosas de niñas…
Rafael Sánchez Ortega, “Rafalito”, que sigue sin querer enseñarnos su máquina secreta de hacer poemas y que no pasa un día sin que le dé a la manivela.
Remedios Llano Pinna, “Remesita” ―o “Deme”, para alguna―, que debe de estar payá para venir desde tan lejos para estar con esta pandilla, pero que ojalá se quede en nuestro parvulario y venga a la próxima excursión.
Y por supuesto, a:
Arantxa Garrido Lecue, “Señorita Arantxa”, aunque fue muy injusta conmigo castigándome por darle un beso a la niña pelirroja, porque, para castigo, el que me esperaba luego con ella.

José-Pedro Cladera Fontenla ©

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