miércoles, 8 de marzo de 2017

EL DESAYUNO

REFLEXIÓN ANTES DE DESAYUNAR
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Con mi taza de cereales en una mano y mí portátil siendo aporreado por la otra, me dispongo a desayunar. ¿Me acompañáis?
Abro la ventana para que Lorenzo amenice mi mañana, pero no entra solo: la música de la radio del vecino y la misma voz de éste haciendo los coros, son dos comensales más a mi desayuno.
Sin darme cuenta, mi cuerpo empieza a moverse al ritmo de los coros de mi vecino y, en menos de 30 segundos, estamos haciendo un dúo a un piso de distancia. Pero la canción acaba rápido y los dos nos volvemos a nuestra rutina; o al menos durante un rato que lo delimitará otra canción que nos guste a los dos y el dúo vuelva a la carga. (Gracias, vecino. Sin ti, el dúo no sería posible).
A medio tazón, me doy cuenta de que el reloj de la cocina… Sí, señores, yo desayuno en la cocina; otros desayunan en el salón, mirando las noticias en la televisión; otros desayunan en cafeterías o bares para llegar a la hora a su trabajo, o simplemente porque les da tristeza desayunar solos; y algunos privilegiados desayunan en la cama. Todos sabemos que desayunar en la cama es un poco… putada. Es muy bonito ver cómo alguien se ha preocupado de levantarse sin hacer ruido, ha pensado qué querías desayunar, lo ha preparado como ha podido y te ha despertado con una bandeja y una sonrisa. Hasta aquí, todo perfecto, igual que una peli de Hollywood. Pero en cuanto la bandeja encierra tus piernas encima de la colcha y ves cómo tiemblan los líquidos dentro de las tazas y vasos, tu mente empieza a mandar mensajes de alerta en forma de… “si se te cae el café, la colcha no volverá a ser la misma y tu madre te matará, porque fue su regalo de Navidad”, así que te armas de valor y de todas las servilletas a tu alcance para cubrir todos los centímetros posibles de ser manchados.
Pero la cosa no acaba ahí. En cuanto haces el mínimo gesto de movimiento, la cama tiene su propia respuesta de acción-reacción y… la mesa se mueve como si estuvieras en una colchoneta inflable en la piscina de la casa de tus sueños ―perdón, que me voy del tema―, así que no te mueves si no es necesario o no hay aviso de bomba.
Y llega el momento de… comerte las tostadas o cereales o simplemente de darle un sorbo al zumo de naranja, y parece que nos ha poseído el espíritu de la niña del exorcista, o sencillamente nos hubiera enseñado a comer un orangután con pulgas y no para de arriscarse. En definitiva: es muy romántico, pero no es la manera más cómoda de empezar a alimentar nuestro cuerpo.
Volviendo a mi reloj de cocina ―que me disperso como los niños pequeños frente a un bol de golosinas―, me informa de que mi tiempo de reflexión conmigo misma se está acabando y que tengo que adentrarme en la nueva aventura que supone un nuevo día.
Os cuento como desayuno yo. No quiere decir que sea la mejor manera ni la correcta, pero quería dejar constancia de lo importante que es este acto tan rutinario y para algunos prescindible, porque cada día es un reto y tenemos que estar preparados para la batalla.


Jezabel Luguera González ©

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