lunes, 27 de marzo de 2017

GOLONDRINA

Golondrina Love Story
Resultado de imagen de GOLONDRINAS Y AMOR

(Como se decía en las películas españolas antiguas, esta historia y sus personajes son pura ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Bueno, o casi…)

            Tenía agujetas en las alas de tanto volar dando vueltas y vueltas sin conseguir encontrar a las demás. Se había perdido cuando su bandada volaba en busca de tierras más calentitas y apareció, solo, exhausto y desvalido, en aquel pueblecito costero. Con un último esfuerzo, hizo un vuelo de reconocimiento, hasta que vio un grupo de hembras de su misma especie que estaban charlando animadamente subidas a un árbol. Exhibiendo un majestuoso planeo ―era muy coqueto y, por más cansado que se sintiera, no estaba de más presumir un poco ante aquellas golondrinas de tan buen ver―, aterrizó suavemente junto a ellas.
            ―Pio, pio; pio, pio… Me he perdido y voy a tener que quedarme un poco aquí. ¿Puedo pasar unos días en este pueblo con vosotras?
             Hubo algunas consultas entre ellas en voz baja. Mientras deliberaban y lo miraban de soslayo emitiendo risitas, él no podía apartar la vista de una golondrinita con un pecho inmaculadamente blanco y un lomo de un azul brillante cegador que reflejaba los rayos del sol. De hecho, le pareció que ella también le miraba con unos ojillos que le hacían pensar que no era insensible a sus encantos de macho volador. Pio, piooo…
            ―Vale, hemos decidido que puedes quedarte. Si no te importa estar entre tantas hembras, tú verás ―y vio cómo todas se reían mucho.
            ―Si a vosotras no os importa que sea un golondrino…
            ―Un golondrino, ha dicho el jodío ―intervino una de las hembras que tenía el pico un poco más largo que las demás―, ¡qué gracioso! Aquí no os llamamos así, hombre (perdón; digo: pájaro). Un golondrino es lo que nos sale a veces debajo del ala y pasamos las de Caín. Tú eres una golondrina, como nosotras.
            ―¿Que soy como vosotras? ¡Pero qué dices! Que yo soy muy macho, ¿eh? Si vosotras sois golondrinas, yo seré otra cosa, ¡digo yo! Entonces, si no somos golondrinos, ¿cómo nos llamáis, eh, listillas?
            ―Pues golondrinas macho, como está mandado ―se rió de él la del pico largo, que por eso era la que más le daba al pico.
            ―¡Ah, vale! Pues entonces, en este pueblo tendréis enfermeras macho, cocineras macho, camareras macho… ¡Qué raras sois!
            Se rieron mucho a costa de él, todas menos la golondrinita que le hacía tilín, que parpadeaba mucho cuando le miraba y le hacía morritos (digo: piquitos). Otra, que cantaba a la legua que tenía aires de superioridad y llevaba el plumaje cardado de peluquería y se hacía la patacura ―o sea, que llevaba las uñas de las patas que daba gloria verlas―, tomó la palabra:
            ―Nos parece que lo que te pasa a ti es que te falta culturizarte un poco, que tienes el vocabulario un poco distraído. Hemos decidido que mañana te vamos a llevar a nuestro Dalealpico Golondrinas’ Club y así a lo mejor espabilas un poco.
            ―¿Y eso qué es? ―preguntó el pobre, temiéndose haber caído en las redes de un grupo radical de golondrinofeminismo.
            Le explicaron que se reunían periódicamente para debatir sobre temas de lo más interesante y que así aprendían un montón; y que a él le vendría muy bien, porque saltaba a la vista que era un poco obtuso y necesitaba una mano de pintura intelectual. Así que quedaron para el día siguiente.
Pasó la noche solo, pensando en aquella golondrinita de la que no había podido apartar los ojos. ¡Oh, qué formas tenía…! ¡Y la cola…! ¡Madre mía, qué colita tenía la pájara! ¡Y cómo entornaba los ojos…! Ya se imaginaba volando con ella, rozándole el ala, picoteándola en el pescuezo, y susurrándole en el oído: pióoo, pióoo…
            Dicho y hecho: al día siguiente, tal como habían acordado, le llevaron al Dalealpico Golondrinas’ Club, donde un nutrido grupo de ellas estaban reunidas alrededor de la copa de un árbol. Flotaba en el ambiente un clima intelectual, sosegado y de un orden poco común entre las golondrinas:
            ―Pues a mí me ha gustado ―decía una que tenía un pico muy estridente.
            ―Pues a mí, no ―decía otra, con gesto despectivo.
            ―Pues está muy bien escrito ―apostillaba otra más, semicerrando los ojos.
            ―¿Bien escrito, dices? ¡No tienes ni idea! ―dijo amablemente la del pico largo.
            ―La que no tienes ni idea eres tú, que no sabes mover un ala sin cagarla ―le respondió, muy alterada, la del plumaje de peluquería, que tenía un pico de lo más soez.
            ―Pues anda que tú…
            ―Oye, y tu polluelo, ¿cómo está? ―iban otras a su bola―, ¿se le ha curado ya el resfriado?
            ―Aún no, pobrecito. Ha estornudado toda la noche.
            ―Huy, qué horror.
            ―Pues a mí, el final me ha decepcionado ―acotó una que se había hecho en las alas una permanente de lo más pasado de moda.
            ―¿Pero qué dices? Si el final es lo mejor. Lo que pasa es que no lo has pillado.
            ―Ah, yo no lo he pillado pero tú sí, ¿no, sabionda?
            ―¿Vas a ir al carnaval? ―preguntaba una que llevaba el plumaje a lo chico (digo: a lo golondrino; digo: a lo golondrina macho)―. Yo me voy a disfrazar de paloma.
            ―Ay, pues mira: yo, de gaviota.
            ―¡Copiona!
            ―¿No sabes? ―comentaba en otro corrillo una que tenía fama de quejarse por todo―, la pelandusca de la tienda me ha timado en el cambio.
            ―Callaos ya, ¿no?, que ahora estaba hablando yo ―gritó una desde el lado opuesto.
            ―¡Orden de una puñetera vez! Hablad de una en una, que si no, no se entiende nada ―terció la del pico largo, a la que le gustaba mucho mandar―. A ver, tú, ¿a ti qué te ha parecido?
            ―Pues yo no lo he leído ―dijo la golondrinita sexy, un poco avergonzada.
            ―Huy, qué plumas más brillantes llevas hoy ―hablaban en otro aparte dos de lo más presumidas―, ¿qué crema te pones?
            ―Sí, te lo voy a decir a ti, para que me la copies…
            ―Esas que quieren que nos entendamos con los gorriones son unas desgraciadas ―se quejaba una plomogolondrina que siempre derivaba los temas hacia la política―. Como salgan elegidas, nos llevarán a la ruina.
            ―Tú lo que pasa es que estás anticuada. Integración, chica (digo: pájara), integración. Es lo que mola ―replicó una que estaba afiliada a un partido que se llamaba Volemos.
            ―Como me vuelvas a llamar anticuada, te meto el pico en un ojo.
            ―¿El pico en el ojo? Atrévete, ¡lechuza, más que lechuza!
            ―Y tú: ¡gorriona, más que gorriona!
            ―¿Y qué te han cobrado en la pelu por ese peinado tan chulo?
            ―¡Orden, cagonlamar!
            Y así iban pasando el rato y, por lo que parece, aprendían mucho. Era un grupo de golondrinas de lo más bien avenido. Cuando se calmaron un poco, la que llevaba el pico cantante (es decir: más cantante que las otras, que ya es decir), le preguntó:
            ―Bueno, ¿qué te ha parecido?
            ―Ah, pues muy interesante ―respondió él, sin saber a dónde mirar―. Pero, ¿y vuestros golondrinos… perdón, quiero decir vuestros golondrinas macho, dónde están?
―Ah, esos no vienen casi nunca. Yo creo que nos tienen un poco de miedo. ―Jajajajaja ―corearon todas, y hacían gestos de ¡toma ya, toma ya!
―De todas formas ―dijo una que, por su forma de piar, se notaba que iba de  sobrada―, nos da igual. Mientras tengan el gusano a punto…
            El pobre golondrina macho ―que era muy vergonzoso― agitó las alas, horrorizado ante semejante libertinaje y tamaña ordinariez, y se sonrojó ostensiblemente.
            ―Pero, ¿qué te pasa? ¿Por qué te sonrojas?
            ―No, por nada. Bueno, sí, por lo del gusano. Me ha cogido un poco desprevenido. Es que no sabía que las golondrinas de aquí estuvieseis tan desinhibidas.
            ―¡Pero qué dices! ¡Qué desinhibidas ni qué niño (digo: pájaro) muerto! ¿Pero qué clase de golondrina eres tú? ¿Es que en tu casa no coméis gusanos como los demás? Pues eso: vosotros, a trabajar, y a volver a casa con un gusano colgando del pico para que nosotras nos lo comamos. ¿Qué te habías pensado? ―y todas lo miraron mal, como si fuera un pervertido, y volvieron a reírse de él.
            Cuando finalmente acabaron la reunión, él estaba un poco aturdido, así que, en cuanto echó a volar, se despistó y se dio un topetazo contra otro árbol. Cayó al suelo agitando las alas como un poseso y quedó allí, quejumbroso y dolorido. Cuando se dio cuenta, la golondrina que le movía el palmito estaba junto a él y le acariciaba las magulladuras.
            ―Pobrecito, ¿te duele? ―le preguntó, casi susurrándole al oído.
            ―Huy, mucho, mucho. Sigue, sigue… ¡Ay, qué dolor, qué dolor! ―le decía él, aunque la verdad es que no le dolía mucho, pero la ocasión la pintan calva. En una de esas, sus miradas se cruzaron y sus picos estaban muy juntitos, muy juntitos… Piooó, piooó…
            La noche cayó sobre el pequeño pueblo costero y se hizo el silencio. No había un alma por las calles ni por los cielos. Únicamente, destacándose sus siluetas sobre el dorado disco de la luna llena, dos golondrinas volaban muy juntas, muy juntas, rozándose las alas, y se perdían hacia el horizonte. Piiío, piiío…


José-Pedro Cladera ©

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