lunes, 27 de marzo de 2017

GOLONDRINAS

LA GOLONDRINA
Resultado de imagen de golondrinas volando

            ―¡Barón! ¿Qué has hecho?
Luisa no daba crédito a lo que veían sus ojos. Desde la ventana de la cocina vio como su maravilloso perro acababa de dejarle una hermosa plasta en el jardín. Esta vez ya era la tercera en que no bajaba al fondo de la parcela. “¡Se está haciendo viejo!” ―pensó.
Salió a regañarlo y apareció Dolly, su compañera.
            ―¡Qué! ¿Vienes a salvarlo?
La miró con sus ojos penetrantes y Barón hizo como casi siempre: la observaba y seguía su camino sin inmutarse. Dolly lo siguió. “¡Vaya par de mastines preciosos! Dentro de poco comenzarán a soltar la borra y a llenar barreños…” Cogió pala y rastrillo, dispuesta a limpiar, y ya de paso haría una tournée por la parte baja.
            Su hija pequeña, que jugaba con un montoncito de arena, pegó un grito de alegría:
―¡Mamá, mamá, ya vienen las golondrinas!
Y era verdad. Por la mañana y al atardecer sobrevolaban el pequeño estanque y era un espectáculo digno de contemplar. Ya las había visto el día anterior colarse en sus nidos debajo de los aleros de la casa.
            Se entretuvo un rato por el jardín, pero con guantes, y tampoco cogió el azadón. Tenían cena en casa del jefe y no era cosa de ir desriñonada y con arañazos en los brazos. Ni por asomo se acercó a los rosales.
            Dieron lasa ocho. “¿Y ahora, qué ropa me pongo yo?” ―pensó―. Nadie había dicho nada al respecto, así que decidió (como no tenía confianza) ir discreta y elegante. Se puso su vestido negro de seda sin mangas y con escote redondo, su collar de perlas, se sujetó su melena negra en un recogido gracioso en la nuca, zapatos de tacón de salón, y bien maquillada y perfumada. Se miró al espejo. “¡Perfecta!” ―se dijo.

Su marido apareció en escena.
―¿No te has puesto demasiado elegante?
            ―Es que, como no tengo mucha confianza…, no sé…
            ―Pues yo no me pongo traje, que ya tenemos buen tiempo ―y cogió dos botellas de buen Rioja y montaron en el coche.
Llegaron. Había dos automóviles más delante del portón. Entraron. El jardín se veía bonito y cuidado. Cuando llegaron donde estaban los demás, Luisa se quedó cortada. Todos vestidos de sport, y ellas, con vestidos de colores, grandes collares de fantasía y sandalias descalzas. ¡Quiso que se la tragase la tierra! “¿Por qué somos tan estúpidos, y una cosa tan nimia nos trastoca de esa manera?” ―pensó.
Se conocían todos y salieron a la terraza a tomarse unas cervezas. Pero Luisa se seguía sintiendo desplazada (hasta le preguntaron si estaba de luto), cogió la suya y bajó a explorar el jardín. Detrás de unos setos, resguardada del viento, había una pequeña piscina, y cuál no fue su sorpresa al ver otra vez golondrinas al atardecer. Se quedó contemplándolas, sentada en un murete, y recordó otros tiempos y otra casa en la que un día hizo un experimento: una tarde, cuando más golondrinas había, se metió en la piscina. Al principio, todas se marcharon. Se quedó quieta en el centro y, al rato, una que debía de tener más sed dio unas pasadas hasta que se atrevió a beber. Poco después, ya eran tres, y luego siguieron unas cuantas más. Fue un momento emocionante, con ese vuelo rasante a su alrededor…
            ―¡Qué! ¿No piensas venir a cenar? ―su marido venía a rescatarla.
                                                                                 
Mª EULALIA DELGADO GONZÁLEZ ©

                                                                                  Marzo 2017

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