lunes, 27 de marzo de 2017

GOLONDRINAS

EL GOLONDRINA

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Aquella mañana de agosto, decidimos pasar el día en el Golondrina y salir a navegar. Hacía un sol radiante, ni una sola nube en el cielo, corría una ligera brisa. Estábamos muy contentos con el barco, de reciente adquisición: un Bénéteau Antares 650.
Antes de su compra, tuvimos largas conversaciones, opiniones y discrepancias estas últimas, por mi parte, como:
Ten en cuenta que esto es el Cantábrico, no el Mediterráneo, al que estás acostumbrado. Cuando este mar se enfada, es de temer; ya sabes que me da miedo, etc., etc., y más etc., etc.,…  
Pero el barco se compró, no debí de ser muy convincente con mis argumentos de meses atrás ya es sabido, que cuando a un hombre se le mete algo entre ceja y ceja...
Pues bien, esa mañana de verano cogimos el coche en dirección al puerto deportivo, Getxo Kaia, a unos quince minutos desde casa. Al llegar, fuimos a uno de los varios restaurantes del puerto. Esta vez elegimos comida china para llevar y nos encaminamos hacia el pantalán, donde nos aguardaba el Golondrina.
Una vez en él, las maniobras de costumbre. Esto lo hacía yo, me gustaba: boyas dentro y el bichero en mano se trata es de un asta de aluminio que en su extremo tiene un garfio y se emplea para empujar o sujetar; en este caso, para separarse del atraque y del barco vecino.  
Salimos despacio; el límite, 3,5; había un cartel avisándolo en el puerto. Ya fuera, aceleramos. El mar era un plato de azul intenso. Cuando estaba así, me gustaba sentarme en la proa, con las piernas colgando, y así lo hice. Era como volar, una sensación única, como ir en moto sin casco, dándote la brisa.
Llegamos a nuestro destino, un lugar tranquilo y resguardado lo llamaban la bañera, donde estaban construyendo el súper puerto de Bilbao en Santurce. Estaba lleno de embarcaciones de todo tipo. Anclamos, tomamos el sol y nos bañamos. Después, un aperitivo y la comida comimos como chinos.
Tras tomar el café, él bajó a dormir una siesta y apagó la radio del Golondrinaesto nunca se debe hacer. Yo me quedé en la bañera, bajo el toldo, a leer un libro me acordaré toda la vida de este libro de Terence Moix: Chulas y famosas. Estaba relajada.
Levanté la mirada y observé cómo todos los barcos se iban a la vez. Serían las cinco de la tarde. Me pareció raro, pero continué leyendo. En poco rato, comenzó viento y lluvia, el cielo se nubló, el viento aumentaba, el Golondrina giraba y giraba sobre si mismo. Ya alarmada, bajé a despertarle, ¡no se había enterado de nada!
            Encendió la radio nada más despertarse y anunciaban que se avecinaba galerna. Ya era demasiado tarde. Intentó levar el ancla, pero ésta se negaba; el barco giraba y giraba. ¿Yo?: histérica, mojada de pies a cabeza.
De pronto, apareció una embarcación de la Cruz Roja del Mar iban a hacer prácticas, nos dijeron después―. Yo vi a mis salvadores, empapada por la lluvia. Comencé a hacerles señales con los brazos, gritaba, me sentía como en el Titanic. Dos chicos nos vieron y se acercaron con una lancha Zodiac. Uno de ellos subió al Golondrina e intentó tranquilizarme. Después, cortó el cabo del ancla. El barco dejó de girar, pero se movía de babor a estribor fuertemente.
Mi héroe de la Cruz Roja tomó el timón dirección al puerto. Yo, abajo, tumbada en la litera, abrazada al salvavidas a lo mejor fui muy peliculera, estaba aterrada―. Mi héroe nos iba o me iba tranquilizando, no paraba de hablar. Las olas subían al barco y lo dejaban caer de golpe como era motor fuera borda, quedaba arriba de las olas y volvía a caer―. No sé cuánto tiempo pasó hasta llegar al puerto. Para mí..., día y medio.
Ya en el atraque, asomé la cabeza, abrazada aún al salvavidas, para darle las gracias a mi Leonardo di Caprio aunque era moreno―. Nos presentamos, logré despegarme del salvavidas y a Leonardo le propiné dos besos, de esos con ruido, en ambas mejillas. Después de gracias, muchas gracias y no sé cuántas gracias más por mi parte, como diría un niño... GOMITÉ.

                                                                               Ana Pérez Urquiza ©



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