martes, 6 de junio de 2017

CELOS

LOS CELOS
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            Felisa era una mujer casada con un pescador. Tenían dos hijos ya casados y llevaba una vida sencilla y normal, llegando siempre justa a fin de mes pero tratando de ser feliz y disfrutando de su familia, que era su más preciado tesoro.
            Como todas las mañanas, como había hecho toda su vida, acudió a la panadería del pueblo. La casualidad hizo que se encontrara con Maruchi, su amiga de la infancia y con quien tantas cosas y penalidades había vivido. Después de abrazarse y contarse cosas de sus hijos y nietos y de cómo les había tratado la vida, Maruchi le preguntó:
            —Pero Felisa, hija, ¿no te aburres en este pueblo? ¡Si aquí no hay nada! Yo, para unos días en verano, lo aguanto; pero si estoy aquí en invierno, me muero. Esto es como vivir en un desierto. Chica, con lo que yo viajo…, ¡pero si es que no paro! Imagínate: El perfume… ¡cojo un avión y a París! Y la vajilla… ¡a Londres! Porque eso sí, la cambio cada año; ¡porque menudo aburrimiento, comer toda la vida en los mismos platos! Y mi casa… ¡ay, mi casa! Entera de mármol. Bueno, y la piscina, gigante; no te imaginas la gente tan importante que nos visita. Y los coches… tenemos cuatro. En fin, que no me puedo quejar. Pero bueno, Felisa, cuenta tú algo, que te has quedado muy callada.
            —Pues mira, mi pisito —con mucha falta de arreglo, eso sí—, lo tengo pagado. Pero estoy loca por meter el gas ciudad, pues con la bombona de butano me ocurre siempre lo mismo, que, cuando estoy en la ducha, con todo el pelo lleno de jabón, se acaba el gas, ¡y sal a cambiar la bombona! Y no veas lo mal que me sienta. Los baños, como siempre: en verano y en la playa. Lo de viajar, pues en La Cantábrica: a Santander, a Torrelavega, etc. Bueno, hace poco estuve en Oviedo, pues mi marido se lesionó en el barco un ojo y fuimos a los Vega. Olvidaba la excursión parroquial: no me la pierdo, pues lo pasamos en grande; porque suele haber baile y disfrutamos de lo lindo. Cine: en verano, en la plaza. Y, de vez en cuando, al auditorio, aunque llevamos una racha de películas raras que no las acabo de coger o de entender.
            Estaban en esa exposición de sus vidas cuando apareció el marido de Maruchi a recogerla. ¡Caramba, qué hombre tan guapo! ¡Y qué elegante! ¡Si hasta me ha besado la mano en la presentación! Esto es el colmo: siempre presumiendo que yo, de envidia, nada de nada…, ¡pero si estoy supercelosa de lo bien que la vida ha tratado a mi amiga! Y para más rabia, me pregunta si aún existe La Cantábrica, que qué paliza viajar con tanta parada.
            Ya en casa, sobre mi tabla de madera, picando perejil, estoy refunfuñando sola. Yo, de su vida, ¿celos? Para nada. Porque algo le tiene que faltar. Su cara está arrugada, y el cuerpo… bien gordita que está. ¿Celosa? Para nada.

P.D. – Ya quisiera su marido tener los ojitos del mío, ja, ja, ja.     


Mari Carmen Bengochea Santovenia ©

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