martes, 6 de junio de 2017

CELOS

CELOS
 Resultado de imagen de ARBOL CRECIENDO
Arturo vivía con su padre en la casa familiar al cuidado de la finca y del ganado que quedaba. Era el hijo pequeño; los demás ya estaban casados y viviendo en la ciudad. Su padre se iba haciendo mayor y cada vez recaía más trabajo sobre él.
            —Padre, tenemos que ir a la zona alta de la finca a desbrozar y ver cómo están los robles; me parece que hay uno más seco que un higo en Navidad.
            —Pues llevamos la desbrozadora y la cortadora entonces.
Subieron todos los pertrechos necesarios al tractor, unos buenos bocadillos de filetes de ternera, previamente pasados por la sartén, algo de fruta, agua y que no faltase la bota de vino. Tendrían tajo hasta saber qué hora…
¡Aquello parecía una selva! Las ramas de los avellanos habían crecido a lo bestia; tuvieron que emplearse a fondo con la cortadora y la desbrozadora para los matorrales.
            —¡Hijo! ¿Comemos ya algo? Estoy cansado.
            —Sí, padre; yo también lo estoy.
Se sentaron debajo de uno de los robles a comerse los bocadillos. Se agradecía una buena sombra; el sol ya estaba alto y el día seguía prometiendo…
—¿Ves lo que yo veo? —dijo Arturo—. El roble de la derecha está sequito.
—Pues habrá que darle caña —contestó su padre.
Arturo siguió comiendo con ganas. Al ir a coger la bota de vino se fijó en que un pequeño roble estaba creciendo debajo del seco y que éste tenía una rama grande y verde extendida sobre él.
—¡Jo, qué curioso, lo estaba protegiendo! Cómo es la naturaleza de imprevisible —pensó.
Pero de pronto notó algo raro: el pequeño árbol no iba recto, su guía se doblaba mucho hacia la luz. ¡Lo estaba ahogando! El roble grande se moría y era como si tuviese celos del roble sano y lleno de vitalidad que crecía a su lado.
            —Padre, ¿qué te parece esto? ¿Crees que merece la pena sacarlo y trasplantarlo en otro lugar?
El padre dudó un momento y, de repente, tuvo una idea:
—Sí, ya sé lo que vamos a hacer: lo plantaré junto a la casa. Nunca quise tener árboles grandes cerca de ella; solo arbustos y pocas flores.
Así que, antes de meterse en faena, recogieron el arbolito con un buen cepellón de raíces para dañarlo lo menos posible y lo subieron al tractor.
El roble seco fue cayendo trozo a trozo. Tendrían buenos troncos para el invierno al amor de la chimenea.
            —¡Mañana lo bajo poco a poco, y a la leñera! —dijo Arturo.
Al día siguiente, su padre cavó un buen hoyo en la tierra y plantó aquel tierno árbol de guía torcida. Mientras lo hacía, le hablaba:
—Ya me estoy haciendo mayor, y sabes… quiero tenerte cerca, para que, cuando mis piernas se cansen con cuatro pasos, sentarme a tu sombra a leer y a recordar…
Vio a su hijo con el tractor bajar por la pradera entre las vacas que plácidamente pastaban y dirigirse a la leñera con los primeros troncos. La vida seguía…

Mª EULALIA DELGADO GONZÁLEZ
                                                                       Mayo 2017



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