sábado, 1 de julio de 2017

LAS VISITAS DE AQUELLOS AÑOS

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Recuerdo un día hace muchos años. Fui a jugar a las muñecas a casa de una amiga. Era un piso algo más grande que el nuestro. Había una "salita" que me llamó poderosamente la atención: todos los muebles estaban forrados con plástico; los adornos, espantosos, colocados estratégicamente; un olor indescifrable, mezcla de moho y piel sintética sin utilizar. Le pregunté a mi amiga que para qué tenían en su casa un lugar así, donde además solo podíamos asomar nuestras cabecitas —no se podía pisar—. Me contestó que era para las visitas de sus papás.
—¡Ah! Pero ¿tienen muchas visitas?
Yo casi no sabía qué era eso. Me contestó que no, pero que, cuando iba a venir alguien a casa, quitaban corriendo aquellas fundas y todos se sentaban muy rígidos. Le dije que entonces mis padres no recibían visitas, solo que a veces iban a verles algunos amigos; pero que estábamos todos juntos en una sala grande, con una tele chica y muchos juguetes por el suelo, y tenía una  mesita donde amontonaba cuidadosamente mis cuentos de hadas de dos pesetas y mis maravillosas "maripepas" recortables. Mis hermanos jugaban con los indios y vaqueros por el suelo, y con cochecitos, amén de con las pinzas de colores de tender la ropa. Y yo veía a mis padres cómodos delante de un café; si caían migas, pues se recogían más tarde.
Mi amiga no entendía muy bien:
—¿Pero no tienen visitas?
Yo creía que sí, pero no acertaba a explicarlo. Sí que le dije, muy estirada, que cuando venía el médico de visita tenía su propia toalla, una bordada blanca y muy bonita.
Ambas seguimos jugando juntas en su cuarto, pequeño y abigarrado, viendo a sus papás enfrente, sentados en un sofá muy viejo en una saluca también pequeña y bastante oscura. Había por allí otro hermanito correteando. Recuerdo un olor dulzón y desagradable. La "salita de las visitas" ocupaba una cuarta parte del piso, con sofá y butacones; una vitrina, con puertas de cristal y madera brillante, mostraba una vajilla y una cristalería que algún día debió de colocar Almodóvar (aunque en esa época seguro que estaba cambiando los dientes de leche). Estaba todo impoluto, lustroso, vacío y triste.
Llegué a mi casa más feliz que nunca. Aquella sala grande, llena de vida, me calentó el alma. Le pregunté, algo ceñuda, a mis padres que por qué ellos nunca recibían visitas. Me dijo mi madre:
—¿Pero de dónde sacas eso?

Remedios LLano Pinna©
Junio 2017
COMILLAS


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