jueves, 18 de enero de 2018

MANÍAS

MANÍAS
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Fernando y Francisca se habían conocido hacía mucho tiempo. Ella recordó  el día en que, en aquel baile, le preguntó su nombre aquel chico tan peculiar que la sacó a bailar.
            –¿Cómo te llamas? Yo, Fernando.
–Y yo, Francisca.
–¡Anda, qué curioso!, los dos comienzan con F. Esto puede ser el augurio de algo maravilloso. Fíjate: puedo ser tu ferviente, fastuoso, factible y fascinante amor lleno de felicidad; y tu nombre, Francisca, puede ser una fiesta de fragancias irresistibles, de formidable fortuna y flexibilidad irresistible. ¡Todo en cinco!
Ni por un momento se le ocurrió decir que podría ser fugaz, fracaso funesto, fulminante o falso.
Y fue verdad: con el tiempo, se casaron, formando una familia. Y siguen ahí, luchando con los vaivenes de la vida, pero nunca ni fugaz ni falso.
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Es sábado y hace un día de sol magnífico. Sus hijos y nietos vendrán a pasar una placentera celebración familiar. El móvil no ha parado de sonar.
–¡Hay que espabilarse, Fernando; tenemos mucho que hacer!
–Sí, mujer –le dijo, haciendo su ritual mañanero: besándola en ambas mejillas, una dos, una dos, y acabando con un beso esquimal de nariz. Y es que Fernando tenía una manía con el número cinco.
Se tomó su desayuno: cinco galletas en forma de abanico en un lado del plato con el tazón de café con leche, y otras cinco al otro lado. Las iba mojando lo justo para que no se ablandaran y se le cayesen. Era el momento de tomarse parte del café y dejar suficiente para las otras cinco.
Escuchó los ladridos lastimeros del perro en el jardín, pidiendo también su condumio. Se fue hasta el saco de pienso y contó (¡cómo no!) cinco medidas, ni una más ni una menos.
–¿Sabes?, he pensado que voy a poner unos pollos al chilindrón y, de postre, arroz con leche –dijo Francisca.
–Bien –dijo Fernando– y, cuando vaya a por el periódico, me pasaré por la pescadería y cogeré unas almejas. ¡Quiero hacerlas yo, eh! Tú me puedes dejar los ajos picaditos…
–¿Solo eso? De paso, te traes el pan para todos; seremos doce.
Fernando se fue al pueblo. Tenía que pasar un puente y aquí volvía a desarrollar un ritual: cuatro pasos contando las barras en el aire, y la quinta, pies juntos en el barrote ancho de sujeción. Ya había pasado por la pescadería y, de pronto, se acordó del pan. Se fue a la panadería.
–Cinco panes grandes, por favor.
            –Qué, hoy van a tener gente, ¿no? –dijo la chica que lo atendió.
–Sí, sí, la familia –contestó–. Me parece que me he pasado otra vez –pensó. Se acordó del día que pidió cinco centollos y eran seis a cenar. La cena, casi ni la tocaron. Eso sí, se pusieron ciegos de marisco. Ja,ja,ja…
Mientras, Francisca, ya que hacía buen día, aprovechó para poner una buena lavadora –días así no se pillan tan fácil–. Luego entró en el baño y colocó perfectas las toallas, un gesto maniático que no lograba quitarse de encima. Llegó a la cocina y se puso manos a la obra, troceando los pollos.
Como hacía bueno, pensó que mejor comerían en el jardín. Eso sí, tendría que llevar cuatro sillas de la cocina, solo había ocho. Puso las que estaban de cabeceros con las otras, y las de la cocina, dos a cada lado. Eso era otra manía, pero para ella era un orden estético. No es igual ‘agarra una silla, que te hacemos sitio’ que poner una mesa, ¿no? Buscó unas ramitas y unas pequeñas rosas para hacer un pequeño centro.
–¡Perfecta! –pensó.
Volvió a la cocina, le quedaba por hacer el arroz con leche.
¡Por Dios, la ropa sin tender! Llenó el balde y se acordó de su amiga Teresa –no le gustaba nada planchar la ropa, y le decía que la sacudía como una posesa– y se puso a hacer lo mismo, partiéndose de risa. Se dispuso a sujetarla con las pinzas y se acordó de un programa de radio donde hablaron de manías y una señora contaba que ella cogía las pinzas por colores: primero las azules, luego las verdes, las rosas…
Metió la mano y sacó una amarilla. ¡Ah, no!, hoy sería azul…
La familia llegaba, ¡cómo no!, con pasteles; pero sus nietos le preguntaron:
–Abuela, ¿nos has hecho arroz con leche?
Besos y abrazos, pero Fernando tenía para rato: uno dos, uno dos, y nariz…

                                                                                  Mª Eulalia Delgado González©
                                                                                              Diciembre 2017


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