LAS MANÍAS

Paquita disfrutaba de un sabroso
café en compañía de su amiga Julia.
–¡Ay, Paquita!, lo que más me gusta
de tu casa es lo cómoda y práctica que es. Aunque eso sí, para mis nervios, no
podría estar con este batallón de gente que tienes todos los días a comer.
Estoy segura de que yo no lo podría soportar. Por cierto, mañana toca el café
en mi casa, pues Manolo, mi marido, como bien sabes, solo viene a casa los
fines de semana.
Paquita compró unas pastas y, toda
emocionada, se dirigió a casa de su amiga Julia.
–Por cierto –se decía a sí misma–,
estoy pensando que nunca he estado en su casa y por fin la voy a conocer.
Al llegar a la puerta de su piso, 2º
A, vio una bombona de butano –por llamarla de alguna manera, ya que la bombona
estaba ataviada con un vestido de vichí acabado en dos volantes.
–¡Caramba –pensó–, qué cosa tan
curiosa! Si parece una flamenca en la Feria de Abril.
Pulsó el timbre y, al poco tiempo,
su amiga le abrió la puerta.
–¡Espera, espera! ¡Por favor,
descálzate! –y poniendo dos grandes bayetas en mis pies, me invitó a pasar,
aunque yo diría que, más bien, a patinar. ¡Jesús, qué miedo!, yo, que aun de
niña era torpe haciendo filigranas por el pasillo.– Lo primero, quiero que
conozcas a mi jilguero Periquín, que es como uno más de la familia.
Pasamos a un amplio salón que
comunicaba con una terraza. ¡Cataplás! Caí patas arriba. No reparé en aquellos
transparentes cristales, ¡menuda leche que me di! A Periquín apenas se le veía
en su jaula, forrada en grandes puntillas, hecha a ganchillo por su dueña. Las
alfombras del salón eran persas auténticas, pero, para no pisarlas, tenían encima
otras, de los chinos. Los sofás, plásticos transparentes, como si de comida
envasada se tratara.
Salimos
a la cocina:
–¡Mira, mira! Todos mis
electrodomésticos son de Alemania, que son los mejores que hay –todo forradito
y con sus correspondientes puntillitas–. ¡Ah, no te extrañe el frutero! Las
frutas son de cera, eso sí, muy logradas; las de verdad atraen mucho a las
hormigas.
Julia, mirando fijamente a su amiga,
explicó:
–Mira, estoy pensando que el café
nos lo tomamos en la cafetería de abajo, así no mancho la cocina.
Bajando por la escalera, Julia me
susurró al oído:
–¡Vaya unas vecinas más maniáticas
que tengo: no paran de limpiar!
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