jueves, 18 de enero de 2018

MANÍAS

LAS MANÍAS
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            Paquita disfrutaba de un sabroso café en compañía de su amiga Julia.
            –¡Ay, Paquita!, lo que más me gusta de tu casa es lo cómoda y práctica que es. Aunque eso sí, para mis nervios, no podría estar con este batallón de gente que tienes todos los días a comer. Estoy segura de que yo no lo podría soportar. Por cierto, mañana toca el café en mi casa, pues Manolo, mi marido, como bien sabes, solo viene a casa los fines de semana.
            Paquita compró unas pastas y, toda emocionada, se dirigió a casa de su amiga Julia.
            –Por cierto –se decía a sí misma–, estoy pensando que nunca he estado en su casa y por fin la voy a conocer.
            Al llegar a la puerta de su piso, 2º A, vio una bombona de butano –por llamarla de alguna manera, ya que la bombona estaba ataviada con un vestido de vichí acabado en dos volantes.
            –¡Caramba –pensó–, qué cosa tan curiosa! Si parece una flamenca en la Feria de Abril.
            Pulsó el timbre y, al poco tiempo, su amiga le abrió la puerta.
            –¡Espera, espera! ¡Por favor, descálzate! –y poniendo dos grandes bayetas en mis pies, me invitó a pasar, aunque yo diría que, más bien, a patinar. ¡Jesús, qué miedo!, yo, que aun de niña era torpe haciendo filigranas por el pasillo.– Lo primero, quiero que conozcas a mi jilguero Periquín, que es como uno más de la familia.
            Pasamos a un amplio salón que comunicaba con una terraza. ¡Cataplás! Caí patas arriba. No reparé en aquellos transparentes cristales, ¡menuda leche que me di! A Periquín apenas se le veía en su jaula, forrada en grandes puntillas, hecha a ganchillo por su dueña. Las alfombras del salón eran persas auténticas, pero, para no pisarlas, tenían encima otras, de los chinos. Los sofás, plásticos transparentes, como si de comida envasada se tratara.
Salimos a la cocina:
            –¡Mira, mira! Todos mis electrodomésticos son de Alemania, que son los mejores que hay –todo forradito y con sus correspondientes puntillitas–. ¡Ah, no te extrañe el frutero! Las frutas son de cera, eso sí, muy logradas; las de verdad atraen mucho a las hormigas.
            Julia, mirando fijamente a su amiga, explicó:
            –Mira, estoy pensando que el café nos lo tomamos en la cafetería de abajo, así no mancho la cocina.
            Bajando por la escalera, Julia me susurró al oído:
            –¡Vaya unas vecinas más maniáticas que tengo: no paran de limpiar!

Mari Carmen Bengochea Santovenia ©

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