EL BESO
Los adolescentes pasaron cual soles fugaces. Los juveniles fueron cargados
de deseos sexuales. Las féminas más liberadas acudieron a la pastilla
anticonceptiva y nosotras pasamos a ser entradas gratuitas, dulces frutos,
preámbulos eróticos al objetivo amoroso.
Los años setenta, no solo en el amor, sino también en el trabajo, fueron un
tijeretazo a la vida cotidiana y muchas docentes cruzaron el charco para
instalarse en ciudades como Grimsby, Scunthorpe, York... en Gran Bretaña y
pasaron a ser “lectoras”.
Marie Noelle, Karin, Dieter y Andrea me requerían a menudo.
Karin y Dieter llevaban una relación amorosa muy perfilada. Yo significaba
para ellos el saludo...; a veces, el preámbulo del amor, la despedida. Daban el
ejemplo de un amor en pareja consolidado; incluso juntos en su tándem, jamás
dieron imagen de erotismo.
Marie Noelle, una mademoiselle
preciosa, con su bella, larga melena de sirena, iba buscando los labios, los
arrumacos de cualquier adonis. No sentía ningún escrúpulo, ningún cargo de
conciencia, ningún reparo en los besos de torniquete: sí, Marie Noelle sabía
bien –como a melocotón maduro–, olía a perfume Nina Ricci. Era encantadora de
hombres y cobra de mujeres. Para las
situaciones difíciles, contaba con su perrito faldero: Andrea. Las esposas no recelaban si el espeso salía con su amigo
a tomar un shandy. Pero Andrea no era
tan liberal: cuando el ligue la tomaba de la mano, antes de que sus labios se
unieran, se anquilosaba y perdía el habla. Ante este panorama, él le mostraba fotos
de sus adorables hijas... y ahí acaba el flirteo.
Sonó el timbre y Karin se apresuró a abrir la puerta.
–Andrea, un hombre te espera abajo.
Hablaron
de sus hobbies, de sus vidas,
mientras tomaban unas cervezas en el pub
cercano a sus casas. En el good night,
él le ofreció un libro y le estampó un beso inesperado en sus labios. Con el
peso del ósculo indeleble, temblorosa como una hoja a merced del viento, Andrea
entró en su habitación.
–Te atraparon, Andrea. ¿Y cómo se llama? –le espetó Karin.
Ella le mostró la M que aparecía en la primera página.
Indagaron en el College y, por
fin, salieron de aquella obsesión.
–¡Esto no sucederá más! Yo no he dejado mi tierra para comprometerme con un
extranjero.
–No
te engañes, ese primer beso trazará su camino.
Las citas se hicieron semanales: que si al cine, que si al country music. Actividades de las que
ambos disfrutaban. Al despedirse, Andrea me posaba en su mejilla. Juntos
conocieron Escocia. Ella quedó fascinada
por el paisaje, por el calor de la gente
–por su generosidad–, por el ambiente
festivo, a base de bailes y canciones… Y lloró.
Conoció a su familia: la acogieron como a una más, sin recelos, sin
miramientos. Ella conoció a una familia culta, una familia entrañable... Y sin
pretenderlo, ni sentirlo, los tentáculos del amor la succionaron.
En Julio, acabó el curso escolar y las amarras quedaron sueltas.
El espectacular centro de flores naturales, la dulce mezcla de jazmines,
rosas, claveles, lavanda..., el suave tacto de pistilos, de pétalos, llenaron
los ojos de la madre de Andrea de júbilo
en aquel septiembre tornasolado.
Andrea volvió a su trabajo. Sin querer, se había contagiado del espíritu
alegre, indagador de sus alumnos ingleses. Volvió a retomar sus quehaceres
sociales. Se reencontró con antiguos amigos, incluso conoció nuevos
pretendientes; todo de una forma más calculada, más inglesa.
Por Navidad, el portador de besos viajó a conocer la familia de Andrea. El
enamorado gozó de quince días de tranquilidad
y de muy buena acogida. En Hendaya, le prometió que volvería. Sus besos y los míos –es decir, los de mi
pupila– se unieron: por fin, en besos amorosos, besos dulces, besos largos que
impedían la separación.
En el peaje, el pie ahogó el motor. Las lágrimas inundaron la cara como un chaparrón,
el cuerpo oscilaba como movido por el viento. La voz hipaba: ¡Que he hecho! ¡Y
si no vuelve!
Il reviendra, Il
reviendra..., repetía el
gendarme.
Vitoria, a 21 de enero de 2018
Isabel Bascaran ©
1 comentario:
siempre me pasa lo mismo cuando leo un texto tuyo... me quedo con ganas de mas, porque para son como principios de novelas, vivo tus texto como si estuviera viviendo los yo y solo me ocurre con tus textos.
nunca dejes de sorprenderme Isabel.
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