sábado, 3 de febrero de 2018

EL BESO

EL  BESO
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Los adolescentes pasaron cual soles fugaces. Los juveniles fueron cargados de deseos sexuales. Las féminas más liberadas acudieron a la pastilla anticonceptiva y nosotras pasamos a ser entradas gratuitas, dulces frutos, preámbulos eróticos al objetivo amoroso.
Los años setenta, no solo en el amor, sino también en el trabajo, fueron un tijeretazo a la vida cotidiana y muchas docentes cruzaron el charco para instalarse en ciudades como Grimsby, Scunthorpe, York... en Gran Bretaña y pasaron a ser “lectoras”.
Marie Noelle, Karin, Dieter y Andrea me requerían a menudo.
Karin y Dieter llevaban una relación amorosa muy perfilada. Yo significaba para ellos el saludo...; a veces, el preámbulo del amor, la despedida. Daban el ejemplo de un amor en pareja consolidado; incluso juntos en su tándem, jamás dieron imagen de erotismo.
Marie Noelle, una mademoiselle preciosa, con su bella, larga melena de sirena, iba buscando los labios, los arrumacos de cualquier adonis. No sentía ningún escrúpulo, ningún cargo de conciencia, ningún reparo en los besos de torniquete: sí, Marie Noelle sabía bien –como a melocotón maduro–, olía a perfume Nina Ricci. Era encantadora de hombres y cobra de mujeres.  Para las situaciones difíciles, contaba con su perrito faldero: Andrea. Las esposas  no recelaban si el espeso salía con su amigo a tomar un shandy. Pero Andrea no era tan liberal: cuando el ligue la tomaba de la mano, antes de que sus labios se unieran, se anquilosaba y perdía el habla. Ante este panorama, él le mostraba fotos de sus adorables hijas... y ahí acaba el flirteo.
Sonó el timbre y Karin se apresuró a abrir la puerta.
–Andrea, un hombre te espera abajo.
            Hablaron de sus hobbies, de sus vidas, mientras tomaban unas cervezas en el pub cercano a sus casas. En el good night, él le ofreció un libro y le estampó un beso inesperado en sus labios. Con el peso del ósculo indeleble, temblorosa como una hoja a merced del viento, Andrea entró en su habitación.
–Te atraparon, Andrea. ¿Y cómo se llama? –le espetó Karin.
Ella le mostró la M que aparecía en la primera página.
Indagaron en el College y, por fin, salieron de aquella obsesión.
–¡Esto no sucederá más! Yo no he dejado mi tierra para comprometerme con un extranjero.
            –No te engañes, ese primer beso trazará su camino.
Las citas se hicieron semanales: que si al cine, que si al country music. Actividades de las que ambos disfrutaban. Al despedirse, Andrea me posaba en su mejilla. Juntos conocieron Escocia.  Ella quedó fascinada por el paisaje, por el calor de la  gente –por su generosidad–, por el  ambiente festivo, a base de bailes y canciones… Y lloró.
Conoció a su familia: la acogieron como a una más, sin recelos, sin miramientos. Ella conoció a una familia culta, una familia entrañable... Y sin pretenderlo, ni sentirlo, los tentáculos del amor la succionaron.
En Julio, acabó el curso escolar y las amarras quedaron sueltas.
El espectacular centro de flores naturales, la dulce mezcla de jazmines, rosas, claveles, lavanda..., el suave tacto de pistilos, de pétalos, llenaron los ojos  de la madre de Andrea de júbilo en aquel septiembre tornasolado.
Andrea volvió a su trabajo. Sin querer, se había contagiado del espíritu alegre, indagador de sus alumnos ingleses. Volvió a retomar sus quehaceres sociales. Se reencontró con antiguos amigos, incluso conoció nuevos pretendientes; todo de una forma más calculada, más inglesa.
Por Navidad, el portador de besos viajó a conocer la familia de Andrea. El enamorado gozó de quince días de tranquilidad  y de muy buena acogida. En Hendaya, le prometió que volvería.  Sus besos y los míos –es decir, los de mi pupila– se unieron: por fin, en besos amorosos, besos dulces, besos largos que impedían la separación.
En el peaje, el pie ahogó el motor. Las lágrimas inundaron la cara como un chaparrón, el cuerpo oscilaba como movido por el viento. La voz hipaba: ¡Que he hecho! ¡Y si no vuelve!
Il reviendra,  Il reviendra..., repetía el gendarme.
   
                                         Vitoria, a 21 de enero de 2018
                                                 Isabel Bascaran ©




1 comentario:

jezabel dijo...

siempre me pasa lo mismo cuando leo un texto tuyo... me quedo con ganas de mas, porque para son como principios de novelas, vivo tus texto como si estuviera viviendo los yo y solo me ocurre con tus textos.

nunca dejes de sorprenderme Isabel.