EL BESO
EL
BESO
Fuimos al centro comercial, toda la familia: la abuela
Mamen, mis padres, mi hermano y yo. Esa tarde estaba Papá Noel, para recibir a
los niños y para recordarles los regalos que nos dejaría esa noche mágica.
Había una gran hilera interminable de niños nerviosos, con
sus padres. Okupa estaba inquieto; yo, feliz de poderme sentar en las robustas
rodillas de Santa. Era impresionante verle allí, con su gran barba y pelo
blanco, gorro y traje rojos, sentado en un trono dorado con dos elfos, vestidos
de verde, uno a cada lado.
Yo tenía una mezcla de emoción y miedo. Miré a Guillermo de
soslayo. Tenía su mirada fija en la gran barriga de Santa Claus. Ya llegamos. Ascendí,
por una alfombra roja, los tres peldaños que me separaban de Santa, quien, con
una enorme sonrisa y brazos abiertos, me invitaba a sentarme en sus rodillas.
–¡Ho, ho, ho! Hola pequeña, ¿qué has pedido?
–Hola, Santa. En primer lugar, una muñeca que hable. Es el
tercer año que te la pido y siempre me traes la Barbie de turno, y no las
aguanto: está esquelética, me aburro de quitar y poner sus vestidos, es
antimuñeca, no representa la realidad. No me extraña que mi hermano, en una
época que tuvo, las decapitara y metiera comida dentro.
–¿Y nada más? –dijo Santa.
–Bueno, esto no sé si lo podrás lograr.
–¿Qué es, pequeña?
–Es..., es… que si algún niño o niña te pide un hermanito (que
hay que estar loco para hacerlo), ¡Santa, a mí me sobra el mío!
–¿Cómo?
–Mira, es ese, el que se sentará ahora contigo. Cuando le
escuches, veas y conozcas, lo entenderás todo.
Santa se río y me dio un beso en la mejilla. Okupa subió.
Llevaba puesto el gorro de cuernitos de reno que le había tejido la abuela.
Papá le sujetaba de la mano fuertemente.
–¡Ho, ho, ho! Hola, pequeño, ¿qué has pedido?
... (Silencio).
Mi hermano, con los ojos clavados en la barriga de Santa,
ladeó la cabeza y dijo:
–¿A quién te haz comío, Zanta? ¿Comez niñoz?
Santa rió y papá le dijo:
–¡Guillermo, dale un besito y pide disculpas a Santa Claus!
–¿Y quién ez ezte zeñor godo pa que le dé un bezo yo? ¿Y zi
me come?
Santa reía, pero yo ya se lo advertí. Con mucho cariño, le
explicó que no comía niños, sino pasteles de chocolate, que eran los que más le
gustaban.
–¡Qué zacualidad, a mí también me guztan!
–A ver Guillermo, ¿qué regalos quieres?
–Ezte año he zido güeno y tiero un pelo rubio, no tiero zer
moreno, ¡por favo, por favo, Zanta!, y tu fabica de juguetes.
–Pequeño, me temo que no va ha ser posible. Tú eres morenito
y más guapo que un niño rubio o pelirrojo. En cuanto a lo de mi fábrica..., se
quedarían sin juguetes los demás niños del mundo.
Okupa frunció el ceño y, bajando de las rodillas de Santa,
le dijo:
–¡Ya hablaremoz tú y yo!
De pronto se giró, diciendo:
–¡Ah, otra coza! A mi abu Mamen, tráele a una zeñora que ze
llama Zalud, ¡ziempre la eztá pidendo! Ezo zí pedez, ¿no?
Ana Pérez Urquiza ©
1 comentario:
siempre me rió con tus relatos, desde que el okupa, se hizo okupa en tus textos, hemos descubierto esa magia de volver a mirar el mundo desde ojos nuevos.
gracias Ana, por hacerme reír y volver a ser niña :)
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