MANÍAS
Manías. ¡Vaya un tema para comenzar a
escribir mi primer relato! Una palabreja bien amplia, impersonal, abstracta, sin
color, sin calor. Me sumerjo en mi interior, me espío, pero no encuentro nada de
mi vida con que relacionarla. Pongo cara de no haber roto un plato y espío [1] a
mi familia. Nada. ¡No puede ser! Nadie tiene manías.
¡Ya sé!, voy a buscar en sangoogle,
que todo lo sabe. En su definición, encuentro que es “elemento sufijal de
origen griego que entra en la formación de nombres femeninos con el significado
de manía, gusto extremo o patológico”. Hay más definiciones, pero me llama la
atención que ésta es feminista –todo lo extremo y patológico siempre es de la
mujer, pero esto es otro tema–. Nada. En blanco.
Pues espío [2] la palabra. Me gusta para nombre de gato y grito
“manía no”, y me hace reír. Busco otra vez en internet manías de gatos. Las
tienen, y los perros también. A este paso, hasta los elefantes; pues sí,
también tienen.
No busco más. Ahora resultará que [3] todo bicho viviente
tiene manías menos yo. Grabo este escrito, no lo vaya a perder: clic, clic,
clic, verifico y clic.
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