domingo, 29 de abril de 2018

LA NIÑA DEL OJO ESMERALDA


Salían juntas de misa, como todos los domingos. Eran amigas desde niñas; ninguna se había casado, ni ganas que tenían. Los domingos y festivos les gustaba pasarlos juntas. Clase media. Catalina era modista de cierto prestigio, y Mariuca, funcionaria en el Ayuntamiento. Sus vidas transcurrían tranquilas, amores esporádicos sin más importancia. Quince días en las islas, de vacaciones junto a otras dos amigas. Corrían finales de los años 60. Vivían en un pueblo andaluz, de cierto renombre por sus vinos, donde tampoco es que tuviesen lugar grandes acontecimientos. 

Ese domingo de abril, a la puerta de la iglesia, estaba pidiendo limosna la misma mujer que venía desde hacía varias semanas. Era muy joven y llevaba un bebé en brazos, tan tapado que no acertaban a distinguir si era niño o niña. Les impresionaba el vendaje que llevaba, tapando un ojito, y el llanto continuado y tenue de la criatura. Ellas siempre le daban algo de dinero; sentían profunda lástima, siendo tan joven y siempre tan triste. Ese día comenzaba a calentar el sol y se entretuvieron un poco más. Querían hablar con la mujer y preguntarle por su vida, por la de su hijo –o hija–, si tenía más hijos y si de alguna manera podían ayudarla. Había más gente pidiendo en esa iglesia, lo tenían por costumbre e incluso por derecho. Pero ellas se habían prendado de aquella joven. Desde que comenzaron a hablar, la notaron nerviosa y huidiza. Les contó que el bebé era una niña de meses y que le habían operado el ojito hacía unos días.

Pasó una semana y volvieron a encontrar a la misma chica, en el mismo sitio y con el bebé llorando como siempre. Su ojo seguía tapado. La joven rehuyó la conversación, esta vez con más denuedo, pero no retiró la mano. Recibió el dinero.

–¿Esto no te parece extraño? –comentó Catalina a Mariuca.

–Mucho. Sólo queremos ayudarla e interesarnos por su hija.

Pasó el tiempo y no volvieron a saber de la mujer ni de la niña y el tema llegó a olvidarse.

Las vacaciones de este año no iban a ser lejos. En las afueras de la capital, una amiga había comprado un cortijo y les invitó a pasar unos días con ella y su familia. Serían las primeras en estrenar la piscina.

El primer domingo acudieron a misa, como era su costumbre, solas las dos, ya que su anfitriona quedó cocinando para el grupo que se iba a reunir. La fiesta estaba asegurada, juerga y baile.

La sorpresa fue enorme cuando, en la explanada de la catedral, se encuentran con la joven madre y con la niña del ojito esmeralda. Se acercaron con rapidez y solo les dio tiempo a ver una venda colgando. Quiso la casualidad que su coche estuviese aparcado cerca de la furgoneta azul a la que vieron subir, aprisa, a la mujer. Iba conducida por un hombre.

No tuvieron problema en seguirles. Rodaron unos veinticinco kilómetros. A las afueras de un pueblo, vieron lo que parecía un poblado de casuchas, no más de veinte; aunque, vistas de cerca, no eran tal, sino construcciones de una sola planta, hechas con buenos materiales, pero rodeadas de basura, coches viejos, miserables casetas de perros... Por eso, la impresión de precariedad y abandono. Aunque pululaban paisanos por la zona, nadie se percató de la presencia de dos mujeres (habían tenido la precaución de aparcar bastante alejadas, en la carretera). Con la máxima cautela, se acercaron a una ventana trasera de la vivienda, donde habían visto entrar a la mujer con la niña, junto con el conductor. Lo que vieron les heló la sangre: la mujer, poco a poco, fue desenvolviendo a la niñita de tanta manta y trapo; no parecía malnutrida, al contrario. Al final y muy despacio, le fue quitando la venda y la gasa que rodeaban su ojo, mientras sostenía un frasco en la otra mano. Debajo de los apósitos y sobre la cuenca del ojo, apareció, encajada, la cáscara de media nuez y, al levantarla con cuidado, surgió una repugnante araña negra que rápidamente se metió en el frasco. La niña aún lloraba por su ojito verde.

Presas del pánico, Catalina y Mariuca no podían separase del cristal y, mientras a una se le ponían los nudillos blancos de apretar los puños, a la otra le resbalaban amargas lágrimas por las mejillas. Con mucho cuidado, se fueron alejando hasta el coche. Lo más rápido que pudieron, se llegaron al cuartel más cercano. Aunque al principio no mostraron gran interés, al verlas absolutamente descompuestas, un coche patrulla se desplazó al poblado. A partir de ese momento, todo fue un caos: ambulancia, servicios sociales, policía.

Niños y niñas de distintas edades, mancos (habían luxado su hombro al poco de nacer), cojos (un pie o ambos habían sido vendados y apretados después de su nacimiento), manos deformes por aplastamientos, cuencas de ojos vacías. Niños suyos y niños robados. Todo valía para dar lástima. Todo valía para conseguir dinero. ¡Sus hijos, su sangre, su negocio!

Antes pasaba. Ahora no pasa. Ya no. ¡Ahora es peor!

REMEDIOS LLANO
COMILLAS 
ABRIL 2018

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