jueves, 24 de mayo de 2018

EL ZAPATO DE LA NOVIA


    De las brumas del norte al sol del cálido sur. Así empezó la joven pareja su periplo de casados. Granada es una ciudad hermosa, acogedora y con un alto nivel cultural. Al menos, así era en los primeros y convulsos años ochenta. Está a mil kilómetros.

            Solos y muy jóvenes, y muy lejos. No existía aún el AVE, y el avión era para ocasiones muy especiales; eso de los vuelos baratos y directos es muy, muy reciente. Llevaban un poco el susto en el cuerpo, pero fueron valientes como pocos. El tren expreso (donde desde hacía una semana habían sido facturadas  las cajas con todos sus libros, la mayoría de sus prendas y hasta ropa para el hogar) llegó con su equipaje quince días después de lo previsto, después de rodar por media España. Nadie se rasgó las vestiduras, aunque el trastorno fue grande.

            En aquella época, un joven Felipe González ilusionó a España, se comenzaban a respirar aires de libertad. Patear y disfrutar la ciudad era labor diaria de la joven pareja. Ella era una enamorada de Granada, de sus calles, plazuelas, barrios y recovecos. Sentía reverencia ante la magnífica e imponente Alhambra,  a la sombra de su historia, y el no menos hermosísimo y emblemático Generalife. Aún perdura en la memoria el murmullo de sus aguas y el aroma de sus flores, el eco de los sonidos de los conciertos.  Las cañas al caer la tarde, con sus famosas tapas, y se daban por cenados. 

            Estudiando mucho. Había que opositar. 

            Un buen día surgió la conversación:

            –Oye, estoy yo pensando... Si nunca te he visto bebida, sólo algo achispada –dijo el joven.

            –¡Ah!, ¿y qué necesidad hay? A ver, si no ha surgido...

            –¡Pues eso hay que arreglarlo! –contesta él–. Una buena cogorza contigo debe de ser muy divertido.

            –¡Ni se te ocurra! Sólo de pensarme borracha me pongo nerviosa.

            –¡Bueno, bueno! Algún día...

            Y un buen día llegaron al portal de casa. Serían las cuatro de la mañana (dicen las malas lenguas). Era el Día de la Cruz, fiesta grande en Granada.

            –¿Qué te pasa, chiquilla? Si ya nos dio el aire y vamos a entrar en casa.

            –¡No zé! ¿Adónde vamos ahora? Yo quiero bailar más...

            –¿Máaas? Si al final te subiste al tablao con el bailaor... y no sabes ni tocar las palmas...

            –¿Quiéeen? ¿Yooo? Encima de un tablao... ¡No sabes lo que dices!

            –¡Sí, cariño! ¡Tú! ¿Cuántos mojitos llevabas? ¿Y por qué andas tan raro? No puedo contigo.

            –Ez que voy cojita, perdí un zapato.

            –¿Quéee? Vamos atrás, a buscarlo.

            –¡Vale!

            Y en la acera, un buen tramo antes de la casa, relucía, como una luna, un precioso zapatito blanco, enganchado en una rejilla de aire del subsuelo. Su zapato de novia. Ese día se lo puso por segunda vez. Ese día era fiesta, bebió y lo perdió. La niña no se dio ni cuenta, caminaba junto al amor.

          Cualquier parecido con la realidad no es pura coincidencia.


REMEDIOS LLANO ©
COMILLAS
MAYO 2018

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