jueves, 16 de mayo de 2019

EL DRAGÓN DE LA MEMORIA



No hacía mucho que Elvira iba al hospital. Empezó a ir apenas unos días después del accidente. Lo descubrió hacía dos semanas en el patio de la cristalera. No había muchos pacientes. Ella fumaba en la puerta que da al jardín, estaba prohibido... Granada, en agosto, era un horno, pero esa zona ajardinada de la ciudad era algo más fresca. Lo miraba fijamente. Él no se daba cuenta, pero ella notaba como, a su paso, ladeaba un poco la cabeza. Sentía lástima de verlo con la venda en los ojos y bastante impedido. Recibía visitas esporádicas de un grupo de jóvenes, pero la más asidua era la de una viejita, muy menuda y elegante, a la que las enfermeras trataban con gran deferencia.

Elvira estaba muy asustada. Durante su estancia en Lhasa, China, recibió una llamada que la trastornó: sus padres habían sufrido un grave accidente de coche en El Albaicín. Su padre falleció en el acto y su madre ingresó en el hospital en estado crítico. Cogió el primer autobús de Lhasa a Pekín, y de ahí voló a Madrid, donde alquiló un coche para bajar a Granada.

Sus padres eran su tesoro. Pero necesitaba conocer su origen. 

Unos días antes había conseguido el visto bueno de sus padres y, con unos pocos datos, marchó a China. Dar con el orfanato no fue difícil, ni tampoco con la identidad de su madre biológica. A las afueras de un barrio de clase media encontró la casa. Un anciano cuidaba unos narcisos y arrancaba las malas hierbas alrededor. La casa no era muy grande, algo deteriorada por los años pero señorial; la pintura reseca  de las ventanas y puertas había sido verde. Empujó una verja oxidada y su chirrido hizo volver la cabeza al anciano. El estupor blanqueó su cara y tuvo que apoyarse en un arbusto. No pudo contener las lágrimas y los hombros comenzaron a temblarle compulsivamente. Cuando se calmó un poco, se acercó a ella y le rozó el pelo:
       –¡Jai-Li! –dijo el anciano, con los ojos brillantes. Se sentaron en el último escalón. Temblaban los dos.

Le contó su historia. Su hija, siendo muy joven, se enamoró de un extranjero, un español, Juan, que hacía prácticas de ingeniería en unos embalses cercanos. Se conocieron en la academia; él estudiaba chino y ella, español. Juan venía con un contrato de cuatro años, pero antes de terminar el primero nació el pequeño Alfredo. La ilusión de Jai-Li era casarse en Granada, la ciudad del gran palacio rosa. Siendo el bebé pequeño, Juan sufrió un terrible accidente en uno de los embalses y murió junto a otros trabajadores.

–Sufrimos mucho. Mi hija perdió las ganas de vivir. Al niño, apenas lo miraba. La melancolía se apoderó de ella y arruinó su vida. Mi mujer y yo no podíamos atenderles a los dos. Lo intentamos, pero trabajábamos doce horas diarias en la tienda, que, aunque era nuestra, exigía un gran esfuerzo. ¡No podíamos! La abuela de Alfredo accedió, encantada, a llevarse a su nieto a España y ocuparse de él. Jai-Li entendía que el niño necesitaba a la familia del padre. Firmó los papeles y lo entregó con dolor. La señora prometió que le hablaría mucho de su familia china y nunca permitió que perdiésemos el contacto. Cumplió su palabra.  Conocimos cada hecho importante de la vida de mi nieto. Jai-Li siguió mucho tiempo enferma; su fragilidad mental, producida por la melancolía y el dolor, fue en aumento. A menudo pasaba días sola vagando por las calles; a pesar de nuestra preocupación, nunca le ocurrió nada. Pero un día llegó diferente, su falda estaba manchada de sangre y ella, muy pálida y asustada. La habían violado cerca de los muelles. Nunca recordó más. Cuando tú naciste creímos que sería distinto y podría amarte. No pudo. Con apenas veinte días, te llevó a un orfanato. Intentamos recuperarte, pero fue en vano. Los traslados eran muy rápidos. Te perdimos…

 ¿Me has dicho que te llamas Elvira?

–Sí. Fui adoptada por un matrimonio andaluz. Tenían un hijo mayor. Yo tenía tres años. Fui su gran alegría. He sido muy feliz..., abuelo...

Y abrazó a aquél viejito suyo, reteniéndolo mucho. Con él, en aquella ajada casa, pasó dos días enteros. Al tercer día recibió una llamada de un médico del hospital de Granada comunicándole el accidente de sus padres. Tenía que salir rápido para España, pero volvería en cuanto pudiera para pasar temporadas con él –su trabajo se lo permitía, era escritora–. Lloraban los dos.

Llegó a Granada a ver a su madre.

Remedios Llano©



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