jueves, 16 de mayo de 2019

REFLEXIONES SOBRE LA CHINA



Nunca me ha interesado mucho la cultura oriental, y aún menos la china en particular. Pienso que bastante tengo con intentar conocer y entender la occidental como para meterme en un laberinto de razas, lenguas y culturas de difícil análisis e imposible estudio sin conocer de base su cultura y religión. Mi interés ha hecho con China lo que dijo Napoleón: no despertar al león dormido.

Lo bueno de esta ignorancia es que es estanca. Me explico: increíblemente, China y Occidente no se relacionaron hasta que ambas culturas ya habían desarrollado ampliamente la base de su civilización y cultura. Un extraterrestre podría estudiar la historia y cultura china hasta el siglo XVIII sin saber de la existencia de Occidente y entender sin problema prácticamente todo. El porqué de este enigma tiene muchas, muchísimas teorías, pero el caso es que, desde que la fiebre se llevó a Alejandro Magno de camino a China hasta que Marco Polo puso negro sobre blanco la existencia de otra civilización, pasaron siglos de evolución cultural, política y social divergente.

Pero la cosa cambió el día en que a Occidente le pareció buena idea comerciar con China no jarrones y seda sino ideas, y estas ideas despertaron al león dormido con muy malas pulgas, lo que le vino especialmente mal a los millones de chinos que murieron en los primeros zarpazos de la llegada del comunismo a China. Esta revolución produjo la mayor transformación de un territorio y sus habitantes  de la que la historia puede dar cuenta, solo comparable a la romanización y la conquista de América por parte de los españoles. La cosa es que los chinos también se cansaron de ser comunistas, como los occidentales, pero ellos no se hicieron socialdemócratas sino capitalcomunistas, una cosa rara basada en la idea de que da igual si el gato es blanco, si el gato es negro, mientras cace ratones.

Desde entonces, los chinos se acercan a mí, en realidad a todos nosotros, a mucha mayor velocidad que yo a ellos, que, como ya os he contado, lo que hago es permanecer quieto esperando a que me entren ganas de saber. Pero ellos no han esperado a la reciprocidad de Occidente en el conocimiento mutuo y, una vez que se han decidido a ser capitalistas, lo están siendo con todas las consecuencias. Los chinos pasaron a finales del siglo XX de preguntar ¿has comido? al encontrarse con un conocido a preocuparse por ¿estás ocupado últimamente?. Dice Tim Harford, el autor de El economista camuflado, que el abrazo capitalista chino ha estado sacando, en los momentos de mayor crecimiento económico, a un millón de personas de la pobreza... al mes.

Una pena que, de la mano de sus teléfonos móviles, ropa, herramientas, comida y miles de objetos que nos rodean, no haya llegado un pedazo de su cultura milenaria. Todos esos objetos son una pelota devuelta por un frontón –la idea va en la pelota de ida; el producto, en la de vuelta–, y el frontón no deja su huella,  el frontón se limita a copiar y producir. No sabemos más de taoísmo por leer en un e-book made in China; no sabemos de su especial visión de la relación entre el cuerpo y la comida por comer arroz tres delicias; vemos horrorizados como se comen literalmente todo lo comestible sin saber que las hambrunas que los asolaron hicieron que su umbral de tolerancia cambiase. Y así miles de matices culturales que desconozco, desconoceré y probablemente ellos mismos terminarán desconociendo.


Santos Gutiérrez ©


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