jueves, 29 de octubre de 2020

LA MASCARILLA

 



 

            –Doctor, ¿quién entra a la sala primero?, ¿su hermana o yo?

            –Creo que tú, Raúl. Fuiste la última persona que vio a Jaime antes del accidente. En el equipo, pensamos que es lo más apropiado, para que su cerebro empiece a enlazar sus recuerdos, si es que los tiene, con el presente. Después, su novia; ella también fue de las últimas personas que estuvo con él, ¿no es así?

            –Buuuueno, la Vane no ha podido venir, tenía algo de lío.

            –El lío se llama Quinito y llevan liados un año, doctor –interrumpió la hermana de Jaime–. Es una guarra y, como aparezca por aquí, la saco por los pelos.

–Tranquilícese, señorita. ¿Un año? –preguntó el doctor–. Si estamos en octubre y el accidente fue en Nochevieja, ¿cómo es posible que...? –y en ese momento cayó en la cuenta de que la tal Vane no iba a servir para ayudar a Jaime a recordar nada, dada la situación.

            –Bueno, en breve se despertará Jaime, le hemos retirado la sedación. Las pruebas motoras han ido estupendamente, pero no tenemos ni idea de cómo funcionará su mente. El escáner cerebral no presenta anomalías, así que hay un rayo para la esperanza. Raúl, tienes que entrar y esperar a que despierte. Cuando lo haga, debes seguir su conversación. Nosotros estaremos escuchando por un micro, y por el pinganillo que te vamos a colocar podremos darte alguna consigna útil. Venga, no hay tiempo que perder.

Raúl entró a la espaciosa y luminosa habitación, que llevaba viendo un buen rato detrás de las cristaleras mientras el doctor daba las indicaciones. En la solitaria cama, yacía el cuerpo de Jaime como si estuviese tomando el sol. Las enfermeras habían retirado las vías y todos los aparatos y eso hacía la escena mucho más humana que en las visitas de todos estos meses atrás. Se sentó en una silla que habían dispuesto junto a la cama a esperar a que su buen amigo despertase. Los minutos se hicieron eternos, pero enseguida empezó a ver cómo el cuerpo de Jaime comenzaba a tener unos leves estertores. Por el pinganillo, le dijeron que era normal, lo que le tranquilizó bastante.

El tiempo pasaba y el rostro relajado y tan solo un poco más delgado de Jaime parecía incluso dibujar una sonrisa. Pero de repente su ceño se frunció y empezó a balbucear. Raúl no conseguía entender lo que decía y, por el pinganillo, el doctor le pidió que acercara su oreja a la boca para intentar descifrar cuáles eran las primeras palabras de Jaime después de un coma de diez meses. Así que obedeció y, cuando su oreja se colocó a escasos centímetros de la boca, las palabras dejaron de ser susurros y un grito rompió el silencio de la sala

            –¿Dónde está ese hijoputa de Quinito? ¡Lo voy a matar!

            –Tranquilo, Jaime, tranquilo, que ya pasó, estoy aquí.

            –¿Y tú quién coño eres?, ¿y por qué vas con mascarilla y vestido de condón?, ¿dónde estoy?

            –Soy Jaime, tu amigo Jaime. Te caíste al río en Nochevieja y tardaron muchas horas en encontrarte. La corriente te arrastró hasta unos juncos, entraste en hipotermia y has estado en coma diez meses. Voy así vestido por la Covid y estás en un hospital.

            –¿Congelado, he estado congelado? ¿Cómo el puto Walt Disney?

            –Bueno, no exactamente, pero hemos temido por tu vida.

            –¿La Covid esa, quién es? ¿Una amiga de la guarra de la Vane? Si vas así es porque te ha pegado algo chungo, seguro tío, lo siento.

            –No, el Covid es un virus de origen chino muy contagioso y que está matando a mucha gente.

            –¿Y qué pintabas tú en China?.

            –No, yo no he ido; es que se ha extendido por todo el mundo.

            –¿Y tan peligroso es? ¿No habrá habido suerte y ha matado al Quinito, verdad?

            –No, bueno, a la gente joven no nos afecta, es como una gripe fuerte. Pero tranquilo, yo no lo tengo y ahora eso no importa. Lo importante es cómo te encuentras tú y qué puedes recordar.

            –Pues como si me hubiera levantado de una siesta, la verdad. Y recuerdo que estábamos de fiesta por Reinosa, nevaba, hacía mucho frío; que pillé a la Vane con el cabrón del Quinito, discutimos y me puse a beber como un loco.

            –Bien, pues después, yendo para el coche, te pusiste a hacer equilibrios en la barandilla del puente del Ebro, resbalaste y caíste al agua. Parece que la borrachera que llevabas te ayudó a no tener choque térmico y entrar en un estado de coma que te ayudó a no morir.

            –¡Quién me iba a decir que el garrafón ese que me dieron me salvaría la vida! Bueno, pues habrá que celebrarlo, ¿no? Que la fiesta no pare. ¿Dónde está mi familia?

            –No les han dejado venir. Tus padres son personas de riesgo y sólo ha podido venir tu hermana. Está afuera.

            –¿Riesgo de qué? Pues llévame a casa a verlos y preparamos un fiestón con todos esta noche.

            –No puedes juntarte con más de cinco personas, por lo del toque de queda.

–No jodas, ¿que estamos en guerra? ¿Con quién?, ¿con los catalanes? ¿Han mandado al frente al Quinito?

            –No, no estamos en guerra, es por el virus ese. Además, no os podéis juntar. Tus padres están en la casa del pueblo y nosotros estamos en distinta fase.

            –¿En distinta fase de qué?

            –Mira, esto es muy complicado, ya te lo explicaré con tiempo; pero quédate con que no es una broma, el virus se ha llevado por delante la vida de mucha gente.

            –¿Al Quinito?, ¿se ha llevado al Quinito? Dime que se ha llevado a ese cabrón.

 

Santos Gutiérrez©

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