–Doctor,
¿quién entra a la sala primero?, ¿su hermana o yo?
–Creo
que tú, Raúl. Fuiste la última persona que vio a Jaime antes del accidente. En
el equipo, pensamos que es lo más apropiado, para que su cerebro empiece a
enlazar sus recuerdos, si es que los tiene, con el presente. Después, su novia;
ella también fue de las últimas personas que estuvo con él, ¿no es así?
–Buuuueno,
la Vane no ha podido venir, tenía algo de lío.
–El
lío se llama Quinito y llevan liados un año, doctor –interrumpió la hermana de
Jaime–. Es una guarra y, como aparezca por aquí, la saco por los pelos.
–Tranquilícese,
señorita. ¿Un año? –preguntó el doctor–. Si estamos en octubre y el accidente
fue en Nochevieja, ¿cómo es posible que...? –y en ese momento cayó en la cuenta
de que la tal Vane no iba a servir para ayudar a Jaime a recordar nada, dada la
situación.
–Bueno,
en breve se despertará Jaime, le hemos retirado la sedación. Las pruebas
motoras han ido estupendamente, pero no tenemos ni idea de cómo funcionará su
mente. El escáner cerebral no presenta anomalías, así que hay un rayo para la
esperanza. Raúl, tienes que entrar y esperar a que despierte. Cuando lo haga,
debes seguir su conversación. Nosotros estaremos escuchando por un micro, y por
el pinganillo que te vamos a colocar podremos darte alguna consigna útil.
Venga, no hay tiempo que perder.
Raúl entró a la
espaciosa y luminosa habitación, que llevaba viendo un buen rato detrás de las
cristaleras mientras el doctor daba las indicaciones. En la solitaria cama,
yacía el cuerpo de Jaime como si estuviese tomando el sol. Las enfermeras habían
retirado las vías y todos los aparatos y eso hacía la escena mucho más humana
que en las visitas de todos estos meses atrás. Se sentó en una silla que habían
dispuesto junto a la cama a esperar a que su buen amigo despertase. Los minutos
se hicieron eternos, pero enseguida empezó a ver cómo el cuerpo de Jaime comenzaba
a tener unos leves estertores. Por el pinganillo, le dijeron que era normal, lo
que le tranquilizó bastante.
El tiempo pasaba y el
rostro relajado y tan solo un poco más delgado de Jaime parecía incluso dibujar
una sonrisa. Pero de repente su ceño se frunció y empezó a balbucear. Raúl no
conseguía entender lo que decía y, por el pinganillo, el doctor le pidió que
acercara su oreja a la boca para intentar descifrar cuáles eran las primeras
palabras de Jaime después de un coma de diez meses. Así que obedeció y, cuando
su oreja se colocó a escasos centímetros de la boca, las palabras dejaron de
ser susurros y un grito rompió el silencio de la sala
–¿Dónde
está ese hijoputa de Quinito? ¡Lo voy a matar!
–Tranquilo,
Jaime, tranquilo, que ya pasó, estoy aquí.
–¿Y
tú quién coño eres?, ¿y por qué vas con mascarilla y vestido de condón?, ¿dónde
estoy?
–Soy
Jaime, tu amigo Jaime. Te caíste al río en Nochevieja y tardaron muchas horas
en encontrarte. La corriente te arrastró hasta unos juncos, entraste en
hipotermia y has estado en coma diez meses. Voy así vestido por la Covid y
estás en un hospital.
–¿Congelado,
he estado congelado? ¿Cómo el puto Walt Disney?
–Bueno,
no exactamente, pero hemos temido por tu vida.
–¿La
Covid esa, quién es? ¿Una amiga de la guarra de la Vane? Si vas así es porque te
ha pegado algo chungo, seguro tío, lo siento.
–No,
el Covid es un virus de origen chino muy contagioso y que está matando a mucha
gente.
–¿Y
qué pintabas tú en China?.
–No,
yo no he ido; es que se ha extendido por todo el mundo.
–¿Y
tan peligroso es? ¿No habrá habido suerte y ha matado al Quinito, verdad?
–No,
bueno, a la gente joven no nos afecta, es como una gripe fuerte. Pero
tranquilo, yo no lo tengo y ahora eso no importa. Lo importante es cómo te
encuentras tú y qué puedes recordar.
–Pues
como si me hubiera levantado de una siesta, la verdad. Y recuerdo que estábamos
de fiesta por Reinosa, nevaba, hacía mucho frío; que pillé a la Vane con el
cabrón del Quinito, discutimos y me puse a beber como un loco.
–Bien,
pues después, yendo para el coche, te pusiste a hacer equilibrios en la
barandilla del puente del Ebro, resbalaste y caíste al agua. Parece que la
borrachera que llevabas te ayudó a no tener choque térmico y entrar en un
estado de coma que te ayudó a no morir.
–¡Quién
me iba a decir que el garrafón ese que me dieron me salvaría la vida! Bueno,
pues habrá que celebrarlo, ¿no? Que la fiesta no pare. ¿Dónde está mi familia?
–No
les han dejado venir. Tus padres son personas de riesgo y sólo ha podido venir
tu hermana. Está afuera.
–¿Riesgo
de qué? Pues llévame a casa a verlos y preparamos un fiestón con todos esta
noche.
–No
puedes juntarte con más de cinco personas, por lo del toque de queda.
–No jodas, ¿que estamos
en guerra? ¿Con quién?, ¿con los catalanes? ¿Han mandado al frente al Quinito?
–No,
no estamos en guerra, es por el virus ese. Además, no os podéis juntar. Tus
padres están en la casa del pueblo y nosotros estamos en distinta fase.
–¿En
distinta fase de qué?
–Mira,
esto es muy complicado, ya te lo explicaré con tiempo; pero quédate con que no
es una broma, el virus se ha llevado por delante la vida de mucha gente.
–¿Al
Quinito?, ¿se ha llevado al Quinito? Dime que se ha llevado a ese cabrón.
Santos Gutiérrez©
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