La bella princesita no podía dormir. Cada vez
que intentaba cerrar los ojos, un espeluznante ogro se abalanzaba sobre su
delicada conciencia.
El
problema no era solo las noches, era todo el tiempo; y su joven y bello
príncipe Bellezas ya no sabía qué hacer por la martirizada princesa.
–Vayamos
al mar, quizás el vaivén de las olas te relajen y olvides.
Y
allí iba la princesa, con su buggy y
sus aletas, camino de la mar para intentar escapar del tormento.
¡Imposible!
Totalmente horrorizada, ve pasar, en su flamante descapotable rojo, al
protagonista de sus desvelos; con su gorra, sus gafas de sol como si nada
pasase.
Bellezas,
¿a qué día estamos? ¡No! ¡Casi es lunes! Hacía tiempo que, en su reino, la paz
se había instaurado y todos los días eran viernes; pero el mal, siempre al
acecho, había traído de nuevo la víspera del lunes.
Trabajo, eso es –se dijo—. Sí, mucho trabajo que te ayude
a olvidar que no trabajas, sintiéndote
una mezcla entre cigarra y hormiga y sabiendo que el ogro, ese sí que no
olvida.
El
móvil de la bella princesita suena. Es un mensaje.
–¡A
ver si te animas!–. ¡Horror, es él!
–Yaaa
–contesta. El tiempo se acaba.
Han
dado las primeras campanadas en la iglesia cercana, las que avisan de que hoy
es domingo y no tiene nada.
No
sabe dónde esconderse, y al final se lanza al cubo de basura de sus letras –
seguro que ahí, el ogro no la encuentra.
Almudena Pascual©
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