jueves, 29 de octubre de 2020

LA MASCARILLA

 

 


La  bella princesita no podía dormir. Cada vez que intentaba cerrar los ojos, un espeluznante ogro se abalanzaba sobre su delicada conciencia.

El problema no era solo las noches, era todo el tiempo; y su joven y bello príncipe Bellezas ya no sabía qué hacer por la martirizada princesa.

­–Vayamos al mar, quizás el vaivén de las olas te relajen y olvides.

Y allí iba la princesa, con su buggy y sus aletas, camino de la mar para intentar escapar del tormento.

¡Imposible! Totalmente horrorizada, ve pasar, en su flamante descapotable rojo, al protagonista de sus desvelos; con su gorra, sus gafas de sol como si nada pasase.

Bellezas, ¿a qué día estamos? ¡No! ¡Casi es lunes! Hacía tiempo que, en su reino, la paz se había instaurado y todos los días eran viernes; pero el mal, siempre al acecho, había traído de nuevo la víspera del lunes.

            Trabajo, eso es –se dijo—. Sí, mucho trabajo que te ayude a olvidar que no trabajas, sintiéndote  una mezcla entre cigarra y hormiga y sabiendo que el ogro, ese sí que no olvida.

El móvil de la bella princesita suena. Es un mensaje.

–¡A ver si te animas!–. ¡Horror, es él!

–Yaaa –contesta. El tiempo se acaba.

Han dado las primeras campanadas en la iglesia cercana, las que avisan de que hoy es domingo y no tiene nada.

No sabe dónde esconderse, y al final se lanza al cubo de basura de sus letras – seguro que ahí, el ogro no la encuentra.

 

Almudena Pascual©

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