miércoles, 30 de diciembre de 2020

LO SABÍA

 

 


Me ahogo, me ahogo, me ahogo. Y no sé cuánto más voy a aguantar. Hace tres minutos pensabas en ella, en la calidez del beso y el abrazo, en nuestro reencuentro. Y en poco tiempo, todo ha cambiado; de repente, te estás muriendo.

¿Qué ha pasado?, te preguntas. ¿Por qué ayer, mientras dormías, nos batearon los cristales del coche unos hawaianos en el control fronterizo? ¿Por qué antes de eso estuvimos en un calabozo y tuvimos que sobornar al policía? Qué más da todo lo que fue. Ahora me ahogo sin remedio y lo único que contemplo es el cielo azul. No tengo fuerzas, he nadado sin avanzar, he gritado ayuda en varios idiomas, he agitado los brazos y han regresado las olas para pasarme por encima, y cada vez estoy más lejos de la costa, no podría alcanzarla aunque lo intentase. ¿Y mis amigos, dónde estarán?, ¿estarán preocupados o seguirán ejercitando el carpe diem? Ya no puedo más, el cielo está pasando de azul a gris y el silencio es absoluto.

¡Agárrate!, escucho, ¡agárrate!, y me engancho al caramelo de frambuesa flotante, que me arrastra y me transporta. Pero, ¿qué coño hace Shaggy, el de Scooby-Doo, enganchado a la otra asa del caramelo de frambuesa? Tiene la cabeza abierta y la sangre que chorrea le va tiñendo de rojo la barba, creo que ni siquiera me ha visto; estaría muriéndose también. Por fin, hemos llegado, hemos tocado tierra y me muevo como una lombriz agradecida de volver a arrastrarse; no me puedo levantar, el dolor de riñones y la tensión no me lo permiten. Vomito. Creo que es agua, pero no, son restos del tequila de la noche anterior. Subo la cabeza y retuerzo el cuello como una cobra para escuchar el rapapolvo del salvador, mi salvador. Y ahí está él, como un armario: de la cintura a los hombros es un triangulo invertido, y de cintura para abajo me llama la atención el diminuto speedo que le cubre la entrepierna.

—Donde las olas confluyen desde dos direcciones distintas se forma un canal de salida para liberar la energía —nos dice—. Y de verdad, chicos, que por ahí no se entra, que te lleva al cielo o al infierno.

Gracias, gracias, gracias, gracias, gracias, me repito

 

He llegado a casa, la he abrazado y la he besado.

—Lo sabía, lo sabía todo —ha contestado.

Mi madre es una bruja, pero no es una bruja cualquiera: es una bruja especial.

 

Óscar Nuño©

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