Me ahogo, me ahogo, me
ahogo. Y no sé cuánto más voy a aguantar. Hace tres minutos pensabas en ella,
en la calidez del beso y el abrazo, en nuestro reencuentro. Y en poco tiempo,
todo ha cambiado; de repente, te estás muriendo.
¿Qué ha pasado?, te
preguntas. ¿Por qué ayer, mientras dormías, nos batearon los cristales del
coche unos hawaianos en el control fronterizo? ¿Por qué antes de eso estuvimos
en un calabozo y tuvimos que sobornar al policía? Qué más da todo lo que fue. Ahora
me ahogo sin remedio y lo único que contemplo es el cielo azul. No tengo
fuerzas, he nadado sin avanzar, he gritado ayuda en varios idiomas, he agitado
los brazos y han regresado las olas para pasarme por encima, y cada vez estoy
más lejos de la costa, no podría alcanzarla aunque lo intentase. ¿Y mis amigos,
dónde estarán?, ¿estarán preocupados o seguirán ejercitando el carpe diem? Ya no puedo más, el cielo
está pasando de azul a gris y el silencio es absoluto.
¡Agárrate!, escucho, ¡agárrate!,
y me engancho al caramelo de frambuesa flotante, que me arrastra y me transporta.
Pero, ¿qué coño hace Shaggy, el de Scooby-Doo, enganchado a la otra asa del
caramelo de frambuesa? Tiene la cabeza abierta y la sangre que chorrea le va tiñendo
de rojo la barba, creo que ni siquiera me ha visto; estaría muriéndose también.
Por fin, hemos llegado, hemos tocado tierra y me muevo como una lombriz
agradecida de volver a arrastrarse; no me puedo levantar, el dolor de riñones y
la tensión no me lo permiten. Vomito. Creo que es agua, pero no, son restos del
tequila de la noche anterior. Subo la cabeza y retuerzo el cuello como una
cobra para escuchar el rapapolvo del salvador, mi salvador. Y ahí está él, como
un armario: de la cintura a los hombros es un triangulo invertido, y de cintura
para abajo me llama la atención el diminuto speedo
que le cubre la entrepierna.
—Donde las olas confluyen desde
dos direcciones distintas se forma un canal de salida para liberar la energía —nos
dice—. Y de verdad, chicos, que por ahí no se entra, que te lleva al cielo o al
infierno.
Gracias, gracias, gracias,
gracias, gracias, me repito
He llegado a casa, la he
abrazado y la he besado.
—Lo sabía, lo sabía todo —ha
contestado.
Mi madre es una bruja, pero
no es una bruja cualquiera: es una bruja especial.
Óscar Nuño©
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