miércoles, 30 de diciembre de 2020

TELLA

 


 

            –¡Niña, no te acerques a esa casa, que vive una bruja!

            La niña, que era más lista que los ratones colorados, no se iba a conformar con esa  explicación.

            –¿Y cómo son las brujas?

            –Las brujas son unas mujeres viejas, feas y malas. Lanzan maldiciones, hacen ungüentos y caldos con huesos de niños, ancas de rana, flores amarillas, lenguas de culebras y uñas de lobo. En lugar de pelo, tienen greñas sucias. Tienen una verruga en la cara, les faltan dientes y visten una ropa negra mugrienta.

            –Ya, pero esas son las brujas malas de los cuentos. ¿Entonces, un hada es una bruja buena?

            –Nena, déjame en paz. ¡Pelma de niña, con tantas preguntas! No te acerques y punto.

            La niña siguió mirando la casa. Le pareció ver a alguien husmeando tras una ventana de la planta baja. Se movía una cortina, que parecía deshilachada. Pero estaba demasiado lejos.

            Se despertó antes de lo habitual y se levantó rápido. Estaba descalza y el suelo en casa de la abuela siempre estaba frío. Apoyada de puntillas sobre el alféizar de la ventana de la buhardilla, volvió a quedarse absorta mirando la “casa de la bruja”. La chimenea ahumaba. Se vistió y salió de madrugada sin avisar a nadie. Echó a andar.

            Se llamaba Tella, y ella lo sabía. Con mucho cuidado, se asomó a la ventana trasera del caserón. Daba a la cuadra. Vio dos vacas, una yegua y unas pocas gallinas, junto a un perro atado que a ella le pareció un lobo.

            –Pasa niña, nadie te va a comer. ¿O sí?

            La cría da un salto y se queda mirando a la mujer que tiene delante. El pelo rizado, amarillento, parece rasposo. Un vestido negro parecido al de su abuela, pero un poco rasgado por la cintura. La casa es muy grande y también descascarillada, llena de trastos viejos. Pasan a la cocina y huele rico, a pan.

            –Me llamo Tella, ¿y tú?

            –Yo, Merceditas. Y mis abuelos viven muy cerca, en aquella casa gris. La que está detrás de la Iglesia. Seguro que saben dónde estoy. Por favor, no me comas.

            –¡Ah, no! Yo solo como niñas gorditas; tú estás flaca. Ven, mira. –Le enseña una mesa vieja de mármol, donde se ve infinidad de hierbas.

            –Con éstas y otras hierbas que recojo en los prados y montes que nos rodean, hago ungüentos sanadores. Otros son mágicos y no lo puede saber una niña curiosa como tú. La gente del pueblo me hace encargos; tu abuela también, niña. Viene de vez en cuando. 

            Detrás hay un viejo armario con las puertas de rejilla de gallinero. Ve cosas que no reconoce; muchas vasijas de cristal, pero no brillan. Su abuela tiene una fresquera parecida, pero hay leche, mantequilla y, a veces, flanes. En una esquina, hay un baúl arrumbado, mal cerrado. Por un borde, asoma lo que parecen unas puntillas viejas, restos de tela floreada y las piernas rotas de una muñeca.

            Tella sigue trajinando en un fogón oscuro. De pronto, grita:

            –¡Escolástico, a desayunar! Tenemos visita.

            Al rato, aparece en la puerta un hombre pequeño, casi diminuto, camisa de cuadros de franela y boina marrón –hace años, debió de ser negra–. También huele mal. Estaba segando afuera y trae cara de frío. Mira fijamente a Merceditas, pero no dice nada. Se sienta detrás de ella, en una banqueta, a mojar pan en leche. Es tan chico que parece que ha desaparecido. Solo se oye el ruido de su boca tragando, casi sin dientes.

            La niña no se cansa de mirar. Tella le ofrece un tazón y le indica una silla alta y desvencijada para que se siente. Ella, obediente, lo hace. Merceditas sigue mirando… Incluso llega a ver un semicírculo de pequeñas manchas escarlatas salpicadas en la pared frente a ella, como una extraña luna roja. Juraría que hace un segundo no estaban…

            Ya no ve nada más.

            A los pocos minutos, y un poco más pálido, Escolástico vuelve al prao.

            …Sigue picando el dalle…

 

Remedios Llano©

Comillas

Diciembre 2020

 

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