miércoles, 30 de diciembre de 2020

SIGO ESPERANDO LA CARTA

 



 Si hay algo que tenga que definirme desde que tengo recuerdos es la magia. Siempre me ha fascinado, y no hablo de los magos que leen la mente o hacen trucos con cartas (que también me gusta, ojo); hablo de esa magia que puede parar el tiempo, convertir a las personas en sapos o simplemente poder volar en una escoba.

Todavía recuerdo la primera vez que escuché la palabra “bruja”. La mayoría de la gente lo podría achacar a algo malo, oscuro o feo (sobre todo por la verruga que siempre les pintan en la nariz aguileña); pero en mi caso es una palabra con cariño, amor, complicidad, porque me lo llamaba mi familia cuando era pequeña (y no tan pequeña). Todavía cierro los ojos y vuelvo a mis tres años, corriendo como loca, gritando, porque me perseguía alguno de mis primos que quería hacerme cosquillas y yo salía corriendo como una bala. Solo podía escuchar “bruja, no corras que te voy a pillar”.         ¿Sabéis qué? Me pillaban, y entre cosquilla y cosquilla, me daban besos aderezados con risas y amor.

Añoro esa sensación de felicidad y libertad que tienes cuando no entiendes cómo funciona este mundo o ni ganas de entenderlo, porque todo es posible a través de tus ojos. No te planteas cómo unos seres mágicos muy mayores te llevan regalos una noche porque fuiste bueno. Además, te dicen que llegan a tu casa por medio del hueco de la lavadora y tú lo ves lógico y le dices a tu madre que le ponga un vaso de agua para los camellos –porque, claro, con un vaso es suficiente.

Todavía recuerdo la primera vez que deseé ser bruja o maga de verdad. Lo digo en serio, siempre había fantaseado con la idea; pero cuando un compañero de clase me dejó su libro Harry Potter y la piedra filosofal, mi mundo cambió. Volví a sentirme como aquella bruja que corría de las cosquillas; se abrió ante mí un universo tan increíble que hasta el día de hoy sigo esperado mi carta de Hogwarts y poder formar parte de ese mundo tan fantástico.

Creo que la magia es esa gasolina que hace que el mundo siga avanzando, aunque ese mismo mundo se desmorone; porque, sin la magia, nadie cerraría los ojos cuando pide un deseo al soplar las velas, o haría sonar los dedos cuando queremos que todo se recoja solo (cuando todo está desordenado), como hacía Mary Poppins; o como yo, que sigo mirando el buzón en busca de mi carta.

 

Jezabel Luguera©

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