No
puedo negar que me encantan las películas que se desarrollan en Navidad. En
todos los canales, la televisión las proyecta continuamente Made in USA. Todas contienen la misma temática
dulzona, vista una, vistas todas; con diferentes actores y actrices, claro
está. Lo común es un pequeño pueblo con los habitantes más buenos del mundo,
simpáticos y acogedores, muy felices todos los vecinos. Al fondo, altas
montañas verdes, pobladas de inmensos árboles. En medio de estos, una cabaña
perdida en lo profundo del bosque, habitada por un joven y apuesto hombre
viudo, junto con dos niñas, rubias como él, de unos doce y seis años,
encantadoras. Es de noche, nieva, la chimenea del hogar está encendida, la leña
arde. Las niñas, cautivadoras, leen tumbadas en el sofá. Faltan cuatro días
para Navidad. El padre sale a por más troncos de madera. Escucha un golpe seco,
suena la bocina de un coche ininterrumpidamente. Tira la leña y corre
despavorido, abrochándose la camisa a cuadros de leñador americano, en dirección
al sonido. Encuentra a una joven de poblada melena, también rubia, dentro del
coche, con la cabeza apoyada sobre el volante. Al cogerla en brazos, esta
recobra el conocimiento, le mira y lo vuelve a perder. La lleva hasta la
cabaña, la acuesta en una cama, vuelve en sí y lo típico: ¿Dónde estoy…, qué ha
pasado? Él la tranquiliza relatando lo sucedido y ofreciéndole una taza de té
caliente –sí, té; es lo más normal después de un accidente, ¿no?– Las niñas
entran a la habitación y se sientan en la cama. Ya de mañana, la rubia
despierta perfectamente maquillada y peinada, sólo tiene un pequeño arañazo en
la frente. Baja al salón, donde los otros tres desayunan. Se une a ellos, se
presentan y las preguntas de rigor: que si está bien, que si la llevo al
médico… Él es sheriff del condado;
ella, una ejecutiva estresada de Nueva York, de vacaciones y sola en el mundo,
perdida en la noche. Ante la insistencia de los tres, accede a quedarse unos
días con ellos. Las niñas saltan de alegría. Lo demás viene rodado: jornadas
felices acudiendo a los preparativos navideños con las gentes del lugar,
musiquita navideña que te invita a ser feliz. A ti se te va dibujando una
sonrisita bobona ante el televisor y te dices “qué tontería de película”, pero,
aunque sabes el final desde el principio, la ves hasta que termina.
Ah,
¿qué cómo finaliza? Pues estas cercanas Navidades os sentáis delante de la
televisión y ¡a ver el emocionante desenlace!
Ana
Pérez Urquiza©
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